Con el programa expositivo de 2021 en marcha, y asentadas las bases sobre las que Artium camina desde la llegada a la dirección de Beatriz Herráez, es bueno encontrar un momento para hablar y reflexionar. Incluso aunque la charla termine con una curiosa petición. Hay que dibujar en el aire lo que para cada uno es un metro. Herráez mide lo que periodista y fotógrafa creen que se ajusta la realidad. Y lo apunta. Es parte de una futura producción. Todo es posible cuando de la creación artística se trata.

El 12 de marzo de 2020 Artium cerró sus puertas. ¿Cómo vivió ese momento?

—Creo que como todos, con una sensación de que todas las certezas que parecía que no se iban a mover nunca, de repente se desmoronaban. Estábamos en una situación casi como distópica, que pensabas que nunca iba a producirse y, sin embargo, sucedió de una manera precipitada. En Araba fuimos los primeros en tomar medidas que luego se aplicaron en otros territorios. Recuerdo un montón de conversaciones con responsables de centros y museos con los que igual no teníamos tan articulada o engrasada una comunicación habitual, y de repente eso se convirtió en una necesidad de urgencia. Sucedió en un momento en el campo del arte contemporáneo que casi coincide con ARCO. Había un montón de profesionales internacionales invitados y sucedieron una serie de acontecimientos que nos pusieron en guardia. En el museo, además, acabábamos de inaugurar el nuevo programa de exposiciones tras desarrollar en 2019 el diseño realizado por la anterior dirección. Pero tuvimos que cerrar casi al momento. Todavía estamos en un periodo de reflexión sobre cómo hemos trabajado estos meses y cómo hacerlo a partir de ahora.

¿En qué sentido?

—El museo está en contacto con gente muy diversa de campos profesionales y lugares de procedencia muy distintos y todos esos procesos de conversación abiertos en este tiempo son fundamentales para reformular el modo de trabajo.

¿Cómo planificar nada si es casi imposible saber la situación la próxima semana?

—La programación que sea posible desarrollar en cada momento hay que llevarla a cabo con todas las medidas de seguridad. Además, ahora puedes conocer mucho más a la gente que viene al museo y a los nuevos públicos que se están creando. Hemos intentado siempre mantener un nivel y un ritmo de programación, pero hay que ir ajustando todo a la situación. Y además, garantizando que el museo siga intentando trabajar en la producción y en la realización de los proyectos con la gente que está fuera y no puede venir. El caso de Moyra Davey fue el más evidente. Durante el confinamiento hablamos todas las semanas, algo que normalmente no haces con ningún artista.

Artium es un museo que tiene la voluntad de que todos los días sean 8M, pero estamos en un contexto político y social cada vez más contrario a esa visión.

—Estoy totalmente de acuerdo, me parece que en muchos aspectos hay una regresión con lo cual, hoy más que nunca, es importante y fundamental tener claro que todas esas demandas que se hacen desde el movimiento feminista tienen que ser tenidas en cuenta. En Vitoria-Gasteiz y en Araba siempre ha habido una conciencia feminista y progresista. Creo que en muchísimos aspectos siempre hemos sido una sociedad muy avanzada. Eso es un campo de formación, de conciencia, de toma de posición y de activismo que está en el territorio y es algo de lo que nos tenemos que sentir orgullosos. Pero no se puede bajar la guardia. En el museo, el trabajo desde la perspectiva de género, desde los feminismos y desde la paridad está y estará. Espero que esas líneas de trabajo, dentro de poco, no sean una excepción sino algo que se incorpore en cualquier institución que deba reflejar la diversidad del contexto en el que está inscrita.

De todas formas, dentro del feminismo se están viviendo debates importantes, por ejemplo en torno a la transexualidad, a los que la cultura parece querer no entrar.

—No estoy tan segura de eso. Hay muchas áreas del arte y de la cultura donde esos debates están encima de la mesa. De hecho, el espacio de la cultura, el arte y el pensamiento es uno de los lugares donde esos análisis llevan tiempo surgiendo con fuerza, esos modelos de feminismo. La cuestión de legislar o no es una conversación abierta y es bueno que esos debates se produzcan. Es la fortaleza de un espacio como el del pensamiento feminista, que esos debates sucedan.

Otro aspecto que se pone sobre la mesa con su llegada es la internacionalización de Artium. ¿Hasta qué punto el covid ha impedido ese desarrollo?

—El proyecto habla de internacionalización, sí; pero de un tipo que pasa por el contacto con lo local. Tenemos que poner en relación lo que sucede en nuestro contexto con lo internacional y hacerlo absolutamente homologable. Esos contactos, esos intercambios, tienen que suceder, ser productivos y llevarnos a un espacio de diálogo y trabajo conjunto. Eso tiene que ver con la presencialidad. Ahora mismo estamos en un momento suspendido. Nosotros nunca hemos hablado de unos ritmos frenéticos de gente pasando por aquí. Hablamos de una internacionalización en la que los debates y los discursos, por ejemplo, producidos en el contexto del País Vasco tengan una visibilización y una circulación en el exterior. Eso se está produciendo. De manera ralentizada, sí, pero se está produciendo desde el momento en el que hay artistas que están empezando a trabajar en el museo y que lo llevan fuera o desde el instante en el que salga la revista que vamos a publicar y se llevará a lugares que exceden nuestras fronteras.

Estamos en un territorio donde los espacios de arte contemporáneo privados o asociativos hacen su camino como pueden, donde varios proyectos públicos están lejos de lo que fueron, donde pocas personas pueden vivir solo de su práctica artística o de profesiones relacionadas con la creación contemporánea. ¿Qué tiene que hacer Artium frente a eso?

—Antes de que yo llegara, creo que Artium ha hecho un camino en atender a lo local y a los creadores locales. Ha habido una programación estable de atención a esa creación local y es algo que seguimos manteniendo. Este año no hay ningún momento en el que no haya, por lo menos, un creador local en las salas de Artium. Nosotros podemos atender, por un lado, a esa visibilización de la producción. Por otro, podemos traer también contenidos interesantes para la comunidad de artistas y para los públicos. Ese contexto, esa fragilidad de la comunidad de los artistas, no solo sucede en nuestro territorio. Desafortunadamente es algo mucho más extendido. No creo que un solo museo pueda dar respuesta pero sí puede contribuir a generar una red de relaciones, complicidades y de tejido que ayude a atraer atención sobre la escena propia. Esa sí es nuestra responsabilidad. Y en eso estamos. Un museo como Artium tiene que investigar, restaurar y conservar. Se han comprado piezas de artistas alaveses, se está produciendo una exposición con Txaro Arrazola, vamos a hacer dos casos de estudio, uno de ellos con Félix González Placer... Toda esa labor es fundamental para contar una escena, un contexto y para que los creadores de hoy tengan también genealogía. Eso también es labor del museo. A largo plazo, ese trabajo con la propia historia y la memoria dota de múltiples líneas a una escena y permite luego que haya una atención sobre lo que se está haciendo ahora.

Pero luego viene al despacho quien quiere que el museo salga en los medios, que estén las salas llenas, que sea un motor de transformación urbanística como mínimo de su entorno... y todo ello bueno, bonito y, sobre todo, barato.

—(Risas) Eso último suele suceder. Por partes. Sí creo que nosotros tenemos que afectar al entorno. Tenemos que hacer que nuestro entorno se sienta orgulloso del museo. Hay una serie de iniciativas que estamos poniendo en marcha que tienen que ver con esa mirada sobre el museo y su relación con el entorno, y que además pasa por la visión de los artistas. Un museo no puede estar situado en un enclave y no mirar a lo que tiene alrededor. En cuanto al resto, igual también porque hemos estado en pandemia, tampoco he sentido la presión de las cifras, por ejemplo. La bajada que hemos tenido es proporcional e incluso menor a la que han tenido otros museos.

Dentro de un año, el 26 de abril de 2022, este museo cumplirá 20 primaveras. ¿Tiene que ser una celebración especial o una fecha más?

—Es una fecha que tenemos en mente. Es verdad que 20 años no son nada para un museo pero es mucho para las producciones artísticas de un periodo concreto. Con todas las incertidumbres que tenemos no podemos pensar en hacer una gran celebración, y tampoco creo que sea bueno pensar en esos términos, pero sí que estamos reflexionando sobre la propia historia del museo, de su contexto como centro museo vasco de arte contemporáneo y es en lo que vamos a seguir trabajando.

"Este año no hay ningún momento en el que no haya, por lo menos, un creador local presente en las salas de Artium"

"Hace un año estaba con una sensación de que todas las certezas que parecía que no se iban a mover nunca, de repente se desmoronaban"