Elena Goñi no ha dado solo un paso más en su evolución del tratamiento del autorretrato, casi podría decirse que ha llegado a su esencia misma, alcanzando cotas pictóricas de sinceridad que embelesan a la par que hunden al espectador en la placidez del no pensar en nada.
Su nueva exposición se puede ver en la galería Espacio Marzana de Bilbao hasta el 11 de enero. Se trata de una serie de autorretratos que eliminan las partes que no podemos ver a través de una mirada directa, como si la artista temiera cierta deformación de la realidad si lo retratado tomara como punto de partida el espejo o la fotografía. “Después de muchos años haciendo autorretrato al uso, bien mirándome en el espejo o a través de la fotografía, y centrándome en el rostro, con el tiempo te das cuenta de que necesitas una visión directa, un contacto, como tienes en la vida real con cualquier persona, algo que contigo misma es imposible. Es lo mismo que sucede con la voz, que tú te oyes y no te reconoces, porque no tenemos la capacidad de tener el sonido directo como sucede con el que tienes enfrente. Dándole vueltas a esto, he llegado a la conclusión de que el autorretrato más sincero es lo que ves directamente y lo que sientes sobre lo que ves”.
Sobre la imagen propia Hablamos de autorretratos, que quede claro, “que no retratos”, de ahí que, lógicamente, (casi) todo el resto del mundo no pueda reconocer en estas obras a la artista navarra. “Creo que hay un poco de equivocación a la hora de entender el autorretrato, que es el reflejo de cómo se ve una misma. Esto lleva a una especie de ejercicio en el que reflexionas sobre si pintas para ti o para los otros. Es verdad que siempre pintas para la gente, pero a la hora del autorretrato, se trata de una visión tuya, y ese impedimento físico es el que te hace reflexionar y plantearte, no solo a ti, sino también al público, cómo nos vemos cada uno”, apunta Elena, antes de afrontar una característica inequívoca de sus nuevas obras: la ausencia de ropa sobre la piel, como si su presencia también tapara la realidad del ser humano, o en cierto modo, la disfrazara, deformando esa sinceridad que busca Elena a toda costa. “El germen del autorretrato parte de la misma visión de mí desde mi lado de la cama, con posturas incluso molestas, motivadas por una migraña horrible que me obliga algunos días a estar en la cama mañana, tarde y noche. A raíz de esta situación empiezo a pensar también en las diferentes partes del cuerpo, pero, ¿qué sucede si me pongo ropa? Que se tapan, por ejemplo, todas la marcas propias que cada uno tiene, y si retratara esas partes de mi cuerpo con ropa, realmente podría ser yo o mi prima la de Murcia; mientras que la piel de cada una tiene un color determinado, al igual que las posturas son definitorias de quién es la persona que aparece ahí. Y, por otra parte, en el sentido del reconocimiento de cada uno, el autorretrato, evidentemente, es la imagen que tú ves sobre ti, pero lo que yo quiero también es decir a todo el mundo, interpelar o poner en cuestión si esas imágenes que presentamos como autorretratos, ¿realmente somos nosotros? Porque si tu ves Facebook o cualquier red social, la imagen que habitualmente ofrece cada persona de cara al exterior es absolutamente teatral. ¿Qué pasa, que todo el mundo está tomándose un cubata y riéndose? Hay mucha falsedad y nos estamos acostumbrando a esa falsedad. En este sentido, no tenemos ni siquiera que vernos físicamente, es mucho más interesante vernos mentalmente, y eso es lo que debiéramos exponer al resto... pero esto suena a chino”.
Erotismo y luz Siguiendo el hilo de la madeja de la sinceridad, abordamos una característica común a la obras que conforman la muestra, obvia para los espectadores, y que, sin embargo, su creadora prácticamente ni se lo había planteado hasta que no se ha encontrado con el feedback del público y periodistas: el matiz erótico. “Es una mirada lógica, pero que me hace gracia porque en absoluto la he tenido yo. Tú pintas lo que tienes, es la visión inevitable de tu cuerpo; he intentado hacer varios cuadros pero, al final, siempre sale el mismo. Si nosotros nos miramos desnudos, eso que reflejan mis cuadros es lo que ves, con la visión un poco deformada; por ejemplo, si sale un pecho, lo ves desde una perspectiva un poco extraña ya que partes de posturas forzadas para poder mirarte tú. En ningún momento he pensado en el erotismo de la imagen y, sin embargo, claro que lo tiene porque, primero, no estamos acostumbrados a ver desnudos, casi siempre nos mostramos tapados, y segundo, porque es una cuestión histórica. Pero yo no le doy ninguna importancia”.
En estas obras, por otra parte, si conseguimos apartar la mirada del cuerpo protagonista para fijarnos en los detalles aledaños, estos dan la sensación de que Elena ha capturado los instantes en un habitación transitoria o que se asemeja a una casa en la que se alguien se han instalado recientemente, con cajones sin ropa y plantas sin hojas... Pero nada más alejado de la realidad. “El asunto es que ese es mi estudio, mi centro de vida en el entorno del arte; y yo me quedo a dormir ahí muchas veces. La casa es una especie de ruina, y es verdad que no da muchos datos de una casa habitada, pero, sin embargo, es mi santuario. Seguramente es la casa que más dice de mí, aunque tenga pocas cosas”.
El resultado, de captarse a sí misma en este estudio es, sobre todo, luminoso; la luz invade no solo la estancia sino la propia pintura, dotando a la persona autorretratada de un halo invisible de felicidad, bienestar o, simplemente, paz. “Estoy enamorada de este sitio. Por la mañana entra una luz fantástica y, por la tarde, con la altura de los techos, y la luz de las lámparas, hace que el entorno sea muy agradable. Por la noche entra la luz anaranjada de las farolas de la calle Curia, es fantástico. Pero, en ningún momento he querido con estos autorretratos decir nada; al revés, es como una especie de reivindicación de la nada. Después de haber hecho la exposición de las madres en Bilbao, y otras cosas que me han costado mucho mental y sentimentalmente, necesitaba no tener ninguna intención, casi no pensar: es la nada más absoluta. Por eso la interpretación consciente de cualquier aspecto de los cuadros no existe; luego el espectador los cogerá y hará lo que le dé la gana, y hará muy bien”. La muestra incluye tres cuadros “grandes”, que muestran “los tres puntos de la habitación, es decir, mañana, tarde y noche”; a estos se les suman tres cuadros medianos, “de 50x50, que mezclan partes del cuerpos con parte del entorno, desde una lámpara hasta una planta o un armario; el grueso de la exposición lo conforman unos 14 “cuadros más pequeñitos con diferentes partes del cuerpo”. Todos ellos son óleo sobre lienzo o sobre tabla.