BILBAO- Las 10.00 de la mañana. Era la hora convenida. Durante los últimos treinta años de su vida, él la esperaba cada día para llevarla en coche hasta su estudio de Brooklyn. Tras la muerte de su marido, Louise Bourgeois (1911-2010) había convertido su casa de Chelsea, Nueva York, en un gran estudio de arte. Este nuevo emplazamiento, no obstante, ofrecía a la artista franco-americana la oportunidad de crear a una mayor escala, dando lugar a una serie de instalaciones llamadas Celdas. “No hay duda de que sin un estudio, no hubiera sido posible hacer estas piezas”, afirma Jerry Gorovoy. Desde que un accidentado primer encuentro en una exposición del Soho neoyorquino juntara sus caminos, él fue su asistente, amigo y director de su fundación, la Easten Foundation.
Hábleme de su primer encuentro con Louise Bourgeois. ¿Recuerda cuál fue su primera impresión?
-Nos conocimos en 1980. Yo trabajaba a jornada parcial en una galería de arte. Me propusieron organizar una exposición e incluir una obra de Louise. Recuerdo que me pareció una mujer bella, aunque ese día tuvimos una discusión tremenda porque no le gustaba cómo estaba dispuesto su trabajo y amenazó con retirarlo. Hablamos y se tranquilizó. Después me invitó a su casa para ver más de su obra. Lo que vi me fascinó. Desde entonces nos hicimos amigos y, proyecto tras proyecto, transcurrieron 30 años.
Se ha dicho de Bourgeois que su creatividad brotaba especialmente cuando tenía problemas que la atormentaban. ¿Cree que esa ansiedad fue el motor de su obra artística?
-Creo que sí, que sus obras abordan sus problemas, su ansiedad. No había razón para ella a la hora de elaborar un trabajo si no había algo que le produjera ansiedad o algo que ella intentara expresar a través de ese arte.
¿Era, por tanto, una manera de ahuyentar sus fantasmas interiores?
-Era eso, pero también una manera de entender por qué sentía miedo o por qué se enfadaba con alguien. Para ella, era parecido al psicoanálisis.
¿El componente autobiográfico está siempre presente?
-Sí, pero es una característica principal para ella, no para el espectador. Es decir, que no es necesario saber nada acerca de su vida para reaccionar ante su obra. Puede que quieras conocer algo más para interpretar otras cosas, pero la obra no lo necesita. De hecho, hemos organizado exposiciones por todo el mundo y la gente reacciona de una manera bastante potente ante lo que ella expresa, porque plantea emociones universales.
Apuntaba al psicoanálisis, un interés que tanto usted como Louise compartieron. ¿Qué denotan sus creaciones en este aspecto?
-Ella siempre decía que el arte le daba acceso al inconsciente. El psicoanálisis es un proceso verbal, pero Louise pensaba que la escultura invocaba más al cuerpo, a la parte física, para expresar así aquello que con las palabras no podía verbalizar.
“Le ponía nerviosa tener que exhibir sus obras”, ha contado. De hecho, en los últimos años, Louise Bourgeois dejó de asistir a sus exposiciones, delegando la responsabilidad en usted. ¿Creía ella, quizás, que al mostrar su arte podría volverse más vulnerable ante el público?
-Es un tema complejo. Tiene que ver con que Louise necesitaba crear sus obras para sobrevivir, pero no necesitaba presentarlas porque no las hacía para el espectador. No había un público en mente. No creo que tuviera miedo a enseñarlas, pero pensaba que la gente no era capaz de interpretarlas. Pensaba que el sistema dentro del que estaba su arte era una cosa corrupta y que cuando los críticos hablaban de su obra, no se interesaban por la historia del arte.
Tras la muerte de su marido, la producción artística de Louise fue en aumento. ¿Fue ese hecho el que le hizo volcarse en su profesión?
-Cuando ocurrió, tiró todos los muebles que tenía en la casa y la convirtió toda ella en un estudio. Ese era un momento en el que necesitaba concentrarse en la creación de obras. Creo que tuvo un conflicto entre ser madre, mujer y artista. Cuando su marido murió, los niños ya eran mayores y se habían marchado de casa, por lo que tenía la casa para ella sola.
Quizá sea esta la razón por la que el caso de esta artista es particular, con una ‘etapa dorada’ que tuvo lugar en las últimas décadas de su vida.
-Fue una combinación de cosas, y yo también le facilité el proceso para que se pudiera centrar en el trabajo y la llevaba al estudio todos los días. De alguna manera, era alguien que estaba dedicado a ella. Además, en 1980 logró por fin adquirir un estudio y trabajar a una escala mayor.
Durante mucho tiempo fue considerada una artista ‘underground’, hasta que el MoMA de Nueva York le dedicó una gran retrospectiva cuando contaba con unos 70 años. ¿Cómo vivió ese cambio?
-Estoy de acuerdo, era underground del todo. Sus exposiciones eran muy esporádicas, pero cuando ocurrían, presentaba cosas muy diferentes: cambiaba formas, materiales... Y la gente no terminaba de saber qué es lo que estaba haciendo exactamente. Es cierto que la exposición del MoMA fue muy importante en su carrera, pero también fue importante para su producción el estudio en Brooklyn.
Ese estudio fue esencial, entre otras cosas, porque pudo trabajar con nuevos materiales. ¿No es así?
-Sí, esta es la transición que se aprecia en su trabajo y se debe, en parte, a los cambios en sus hábitos de trabajo. Es entonces cuando Louise empieza a incorporar estas piezas con cosas que ella misma había fabricado. Y crea una arquitectura que sirve para acoger todos estos elementos dentro de una orquestación poético-simbólica. No hay duda de que si no hubiera tenido un estudio, no hubiera sido posible hacer las Celdas.
Estas ‘Celdas’ de las que habla son el eje de la exposición que se presenta en el Guggenheim. ¿Cuáles diría que son los temas principales que podrá percibir el espectador?
-Podemos hablar de la idea de la emoción y de la memoria, pero también de los cinco sentidos y del cuerpo. Otros temas son el espacio claustrofóbico o el de las cosas secretas.
¿Por qué ‘Celdas’?
-Creo que Louise la escogió por su doble sentido. Por un lado, significa una cárcel en la que estás aislado. Por otro, también tiene que ver con la parte biológica, con el cuerpo, y con que los elementos estén cerca entre sí.
En el caso de esta artista, ¿habla de un aislamiento físico o emocional?
-Ambos. Creo que necesitaba ese aislamiento para crear, pero también hay ese aislamiento que sientes cuando eres abandonado o rechazado.
¿Los recuerdos de su pasado familiar influían en ese miedo?
-Sí, ella siempre sintió ese miedo de ser abandonada y de ahí que no tirara nada. Siempre guardaba la ropa, un montón de cacharros...
La muestra ‘Estructuras de la existencia: Las Celdas’ reúne 28 piezas, en un recorrido desde sus primeras obras hasta las más recientes. ¿Se aprecia una evolución?
-Digamos que sí hay un desarrollo porque empieza con puertas de manera, y también alguna ventana. Ella quería transparencia, por lo que en las siguientes ya aparecen las hojas de cristal, y luego pasó a jaulas abiertas.
‘Mamá’, su obra más conocida, se ha convertido en un icono para Bilbao. ¿Le confesó algo al respecto?
-Nunca dijo nada en concreto sobre Bilbao, pero cuando hablamos de la compra de la pieza sí la recuerdo contenta. Esta es la obra que la gente más conoce y es muy especial, porque simboliza a su madre y a ella misma. Una cosa es la madre, que fue tejedora, pero además la araña construye su telaraña partiendo de su propio cuerpo. Y eso es lo que hace Louise, saca el arte de su cuerpo. Si tú rompes la telaraña, la araña la reconstruye. Ella tuvo que reconstruir su propio mundo, haciendo arte para entenderse a sí misma.