bilbao- A Patxi Uriz Domezáin (Puente la Reina, 1964) los viajes le han enseñado a “caminar con conciencia, sin prisas”. En esa clave lleva décadas trabajando como fotógrafo, realizador, editor, productor... con un aire desenfadado y risueño, pero con muchas ansias de transmitir el daño que hacemos al planeta y a nosotros mismos, por el tipo de vida que tenemos. Un documental que alterna imágenes autóctonas vascas con indígenas amazónicos nos traslada ese mensaje esencial: Hijos de la Tierra, corto codirigido con el argentino Axel O’Mill, puede llevarse el Goya al mejor documental en unos días.

Felicidades por el filme. Bello, contundente, bien documentado...

-¡Gracias, gracias!

Otros documentales ‘con conciencia’ se llevaron antes el Goya, como el de Coixet y León de Aranoa, ‘Invisibles’, para MSF (2008), y ‘El botón de nácar’, un Oso en la Berlinale 2015. ¿Eso da esperanzas?

-Sí, bueno, el universo proveerá: si nos lo merecemos, nos lo darán.

‘El botón...’ era pura poesía para narrar el horror del exterminio indígena en Latinoamérica, e ‘Hijos de la Tierra’ combina belleza, muy buenas imágenes pero también contundencia.

-El mensaje es alto, claro y contundente. Y lo refuerza la buena música de Gorka Pastor, que es el compositor de la banda sonora digital; se vino a Amazonas y captó muchos sonidos de la selva. Es un compositor que entrelaza puentes entre culturas. La banda sonora es una fusión entre el mundo celta, el amazónico, naturaleza...

Esa homologación es una característica muy bonita de esta producción; por ejemplo, de cierta danza de la Amazonía con el Zanpan-tzar.

-Sí, y luego hay trabajos con los Oreka TX en Zugarramurdi, con txalaparta, y eso sonaba brutal. Buff, era retroceder 500 años o mil.

Al principio de su carrera fue un tiempo ‘plumilla’, además de fotógrafo, pero le duró poco.

-Sí. Me pudo la pasión de la imagen.

Pasó cinco años en Barcelona y Terrassa, con distintos proyectos, pero regresó a Nafarroa, no sé si por la llamada de la tierra o...

-También. Mi padre estaba un poco más delicado de salud y yo había terminado mi etapa en la agencia que creé con mi socia, Carmen Vila, y en el Gobierno de Navarra me apoyaron con Navarra a la carta. Estuve año y medio casi full time con ello.

Libro reconocido en Londres.

-Sí, por la Gourmand Cookbook Awards. Fue el tercer mejor libro de viajes gastronómicos del mundo.

Y después le premiaron en París.

-Sí, por Navarra, la cultura es vino, como coordinador editorial y fotógrafo. Salió un buen libro.

Y en 1996 estuvo en los Balcanes y expuso sobre Mostar, ¿no?

-Sí, sobre Mostar y Gora?de. Un enclave bosnio rodeado de serbios. Era musulmán y fue masacrado: en una noche cayeron como 2.000 obuses. Yo fui en la posguerra.

También hizo exposiciones del Camino Kumano Kodo de Japón, que parece extraordinario.

-Sí, es un camino muy espiritual. Solo se puede hacer caminando: está prohibido hacerlo a caballo o en bicicleta, como medida de preservación del medio ambiente.

Darán ganas de quedarse allí...

-Pues sí, además tuvimos la suerte de hacerlo con un monje, que nos hacía cantar salmos en las subidas.

Para alguien nacido en Tierra Estella ese peregrinaje sería familiar.

-De pequeño preguntaba a mi madre adónde iba toda esa gente, hasta con carromatos. Tardé muchos años en hacer el Camino de Santiago porque pensaba que era una pérdida de tiempo. La primera vez fui en bicicleta, peleando contra el crono, y no me sirvió para nada. Una amiga me pidió que la acompañara. Le dije que lo haría, pero hasta mi pueblo. Al final me entró el gusanillo y me fui hasta Finisterre.

Ja, ja... Un ataque a lo Forrest Gump.

-(Ríe) Bueno, pero en dos años, ¿eh? Porque me había ilusionado en Villafranca del Bierzo, iba demasiado deprisa y, claro, el Camino a cada uno lo pone en su sitio. Al Camino hay que ir con conciencia, un pasito para adelante y si hace falta para atrás también... Es un gran aprendizaje. Aparece en Hijos de la tierra.

No me lo imagino de funcionario.

-Si me meten en una cadena de montaje, ¡me matan! (risas).

Le dieron el National Geographic en 2008. Eso tuvo que ser emocionantísimo.

-Sí, pero yo era suscriptor de la revista, y me llama mi madre y me dice: “Hay aquí una foto tuya”. Y yo: “No, se parecerá a una mía”. (Risas).

Tiene que ser un orgullo entre los fotógrafos de alcance...

-Sí, es que además había 11.000 fotos de esa categoría. Era de una boda rural en Camboya. El novio nos dejó fotografiar a la novia, ella se giró y nos hizo una foto a nosotros.

Sus tres viajes a Tahití, tras los pasos del vasco que la descubrió, ¡son otro gran hallazgo!

-Domingo de Bonechea. Se hizo famoso en Polinesia porque había una leyenda que dice que estaba enterrado con un tesoro. Un maremoto debió de mover la tumba... y las exploraciones se suceden.

Ya había ido a la Amazonía antes de este rodaje, ¿verdad?

-Sí, había ido a hacer un libro sobre plantas medicinales, y de ahí Axel y yo fuimos derivando al documental.

¿Tenían claro qué iban a plasmar?

-Viajamos con las ideas claras, pero un documental confirma que la vida es el arte del encuentro. Hablamos con chamanes, indígenas... y filmamos un montón de cosas sorprendentes. La riqueza del documental es que te puedes saltar un guion preestablecido ante lo que te depara el camino, el viaje.

La Tierra, como el cuerpo, a veces nos dice qué hacemos mal, ¿no?

-Hay una frase que me gusta decir: que la salud de la Tierra es un reflejo de la salud de los seres humanos. Van unidos, de la mano.

¿Qué podrían aprender los médicos occidentales de los chamanes?

-Buff, tienen que aprender tantas cosas... El oncólogo alternativo Martí Bosch ve muy importante conocer la historia de la medicina, cómo están etiquetadas las plantas, por qué se fueron las sorginak a la hoguera, dónde se guardaron esas fórmulas magistrales... Los médicos deberían aprender fitoterapia, saber que hay enfermedades que te las crea el espíritu...

El estrés, la ansiedad...

-Exactamente. La química te lo palía, no te lo cura. En la antigua medicina china, el médico cobraba cuando el paciente estaba sano. Inventan enfermedades para lucrarse los laboratorios farmacéuticos. Y eso es un crimen contra la Humanidad.

Eso denuncia Peter Gøtzsche en su libro. En ‘Hijos de la Tierra’ se habla de ‘nueva Inquisición’.

-Exacto. Hay que abrir caminos. La salud de uno depende de uno mismo, no hay que dejarla en manos de los médicos. Para ello hay que emerger espiritualmente, peregrinar...

¿Viaja tanto para eso, para huir del mundanal ruido consumista?

-Sí. Las religiones monoteístas no quieren que emerjas espiritualmente y seas libre, sino que formes parte del rebaño. Y nuestros antepasados, en sus rituales paganos, desprestigiados, invocaban a la madre naturaleza, que no te pide nada a cambio. Está ahí, para que la valoremos, y mientras la cuidemos es una farmacia que nos va a dar la mayor provisión de vida. Pero la gente es materialista, piensa que tanto tienes, tanto vales. La medicina también.

¿El Goya les ayudaría a difundir estas ideas?

-Así es, para seguir dando voz a estos apóstoles de la naturaleza, porque estamos en un momento de grave emergencia planetaria, de pérdida de valores humanos.