Bilbao- Mientras la mayoría de los compañeros de su edad aún no habían pisado la universidad, José Miguel Pérez-Sierra (Madrid, 1981) finalizaba la carrera de piano con tan solo 16 años. A pesar de que a esa edad ya se sentía muy vinculado al mundo de la música, las largas jornadas de estudio en solitario frente al teclado no terminaban de encajar con su faceta social y sus ganas de compartir. Tras probar con un grupo de música de cámara, al que cada vez se fueron sumando más miembros, descubrió que llevar la batuta era “la manera en la que más disfruto de la música”. Con 34 años, Pérez-Sierra se ha convertido en uno de los referentes internacionales de la dirección de orquesta y ha vuelto a su “querido” Bilbao, hasta el próximo lunes, para dirigir La Sonnambula junto a la ABAO.
¿Es su primera vez cara a cara frente a esta ópera de Bellini?
-Sí, para mí es la primera vez.
¿Cómo ha ido la toma de contacto?
-Creo que el hecho de haber dirigido anteriormente I Puritani y Norma me ha abierto una puerta. La cuestión a la que te enfrentas con un compositor nuevo es la estilística, y las anteriores ocasiones ya me habían dado la oportunidad de crear un primer boceto bien estructurado del autor. Digamos que aunque La Sonnambula haya sido una novedad para mí, Bellini ya era un compositor amigo.
A primera vista se intuye ya que ‘La Sonnambula’ es una obra diferente.
-Exacto. Es especial porque no existe una representación más clara de la palabra bel canto. En ella, Bellini hace teatro musical por y para la voz y esa es precisamente la dificultad: sacar el 100% de las voces de los actores, que es algo que depende mucho del director. El otro reto es plantear una versión orquestal interesante cuando el aspecto vocal es tan protagonista.
Decía el director de escena Massimo Gasparón que es una ópera en la que “ocurre muy poco” pero en la que los sentimientos son una pieza fundamental. ¿Esta situación supone un reto aún mayor a la hora de transmitir musicalmente?
-Algo que define a La Sonnambula es que su música te ofrece la oportunidad de moldearla y necesita que seas expresivo para que ella lo sea. Bellini necesita de la expresividad, sobre todo de los cantantes, pero apoyada por el director y la orquesta.
Un detalle curioso sobre esta ópera es que parte de su música no fue inicialmente creada para ella.
-Así es. Bellini y Romani comenzaron a trabajar en Ernani, de Víctor Hugo, y por temor a la censura dejaron a un lado ese proyecto y parte de la música que tenían pensada para ello se adecuó y se convirtió en música para La Sonnambula.
Habla del abandono de aquel arriesgado proyecto, pero la propia ‘Sonnambula’ también resulta transgresora para su época.
-Ocurre que Bellini era muy audaz y buscaba personajes que le permitieran desarrollar cualidades expresivas más allá de las emociones confesables. No buscaba un aria de amor cantada por una soprano enamorada o el aria de tristeza por la muerte del padre... Él quería locura, éxtasis místicos, sonambulismo... estados fuera de la razón. Es una característica que quizás no tuvieran otros compositores y que le permite hacer música con un elemento enfermo detrás. En La Sonnambula se manifiesta solo en el aria final, que es realmente obsesiva, y trata una idea modernísima.
Estos días pisa con éxito el escenario del Euskalduna. ¿Cómo recuerda su debut sobre las tablas?
-Subir al escenario fue algo que siempre me gustó. Nunca me asustó porque sobre él surge la mayor oportunidad que tengo de comunicarme. La primera vez que dirigí un concierto fue en 2005, con la Orquesta Sinfónica de Galicia, y recuerdo mucha ilusión y tener mucha menos experiencia y más inconsciencia que ahora. Con los años empiezas a tenerle más respeto a estar frente a los oyentes, porque ofrecer cultura es un servicio público y tenemos una gran responsabilidad.
¿A qué edad comenzó su pasión por la música?
-Empecé a estudiar con cinco años. Fui bastante precoz y terminé la carrera de piano con 16 años, y ahí es cuando empiezas a ver que tú la has acabado cuando otros no han empezado. Entre los 16 y los 20 años emprendí la carrera como solista de piano y, aunque es un instrumento que adoro, me sentía solo porque implicaba muchas horas de ensayo en solitario. Descubrí que no disfrutaba de la música como yo quería, y haciendo música de cámara vi que cuanto mayor era el grupo más me gustaba. Ahí di el paso porque me considero una persona sociable, y como director no solo hago música, sino también puedo compartirla.
Una perspectiva distinta de abordarla y de vivirla.
-Sí, dirigir una orquesta no depende en exclusiva de ti, como ocurre con el piano. Además, tanto en sinfónica como en ópera no hay una noche igual que otra y es algo muy bonito.
“Un buen director es el que sabe manejarse en todos los aspectos”, ha dicho, en referencia al ámbito lírico y sinfónico. ¿En cuál de ellos se siente más cómodo?
-Diría que en los dos. Trato de hacer de todo porque para mí la música es un único cosmos de 600 años en el que todo está en relación y limitarse a un solo autor, época o género es algo que puedes hacer cuando previamente has conocido todo. Si me dedicase solamente a Bellini, no sabría que bebe de Rossini, de Mozart o del Barroco napolitano. Toda música viene de algo y desemboca en algo. Creo que la especialización es algo que muchos programadores alegan para facilitarse la vida, pero no pretendo en ningún caso especializarme por dar un impulso para mi carrera porque mi honestidad como músico es hacer toda la música posible.
En su currículum figura el estudio de la fenomenología musical. ¿De qué se trata?
-Es la ciencia que aborda los fenómenos que se producen en la música y que influyen en la percepción auditiva del espectador y en su capacidad de emocionarse. En un acorde siempre puedes elegir la nota que más te va a doler, la que crea más tensión... Hay quien lo llama inspiración y a base de esa intuición momentánea es capaz de emocionar, pero con la fenomenología podemos estudiarlo científicamente.
Habla del origen de la emoción a través de un proceso científico.
-De eso se trata. La música es un arte pero también es una ciencia, y se deben conjugar ambas cosas. Yo me considero muy fanático del estudio y también de la técnica. Por eso, solo me emociono cuando logro emocionar al público y a la orquesta, porque salir a dirigir emocionado no supone que vaya a transmitir eso que siento. Cuando surge esa magia la emoción se vuelve circular y se retroalimenta, pero yo la emoción empiezo a crearla cuando estoy sentado en mi escritorio, estudiando la partitura.
¿Y no deja que una parte de esa emoción surja en el momento?
-Creo que no, concibo la emoción científicamente y calculo cómo crearla. Por eso, mi aproximación a la orquesta es extremadamente técnica. Dejo muy poco al momento, pero cuando logro esa emoción circular sí que me abandono al momento porque significa que ya hemos establecido ese canal de comunicación.
¿Es más difícil hacerse un hueco en la dirección cuando se es tan joven?
-Cuesta, precisamente porque creo que nuestra generación fue precursora. Veníamos de tiempos en los que los directores eran señores canosos, pero hubo una especie de baby boom. La dirección de orquesta es un acto musical de madurez y en aquella época parecía que no se podía dirigir antes de los 40 años. Nosotros rompimos con eso y es cierto que tienes que vencer muchos recelos porque, al fin y al cabo, es antinatural ser líder de un grupo sin ser el más mayor. Nosotros protagonizamos un salto generacional y seguro que pronto asistiremos a otro.
Habla de un cambio en la figura del director de orquesta, con la incursión de jóvenes talentos. ¿Falta quizá el aumento de ese público joven en las butacas?
-Sí, les cuesta acudir a los conciertos. Nosotros estamos haciendo mucho, pero seguro que podemos hacer más. Casi todas las instituciones musicales que conozco tienen programas o actividades para jóvenes pero el problema no está ahí, todo nace de la educación.
Hablamos de un problema de base.
-Efectivamente. Mientras la música no sea una asignatura protagonista en nuestros colegios e institutos, nada va a cambiar. No podemos pretender que los niños tengan la misma afición que en Alemania o en Austria si no nos asemejamos a su modelo educativo. En Austria, por ejemplo, el porcentaje de menores que tocan un instrumento a nivel elemental ronda el 80%, y en Alemania las familias van a la ópera como aquí se va al cine porque es un hábito que se inculca de padres a hijos, pero también se impulsa a nivel estatal. Afortunadamente, en el País Vasco hay una afición a la música muy diferente.
¿Qué es lo que nos diferencia?
-No hay ninguna otra ciudad con la población que tiene Bilbao que te llene cinco veces el Euskalduna. Me han comentado que aquí uno de cada 10 habitantes, aproximadamente, acude a la ópera. Eso es fenomenal porque hay una densidad de música en Euskadi que no hay en ninguna otra parte del Estado. En Donostia ocurre lo mismo. Cuando estuve haciendo un concierto con la OSE en el Kursaal había otro acto al mismo tiempo en otro teatro y el Orfeón Donostiarra daba un concierto en una iglesia; ese día estaba todo lleno. Además, en Euskadi también hay mucha afición coral. En definitiva, la actividad musical por habitante es abundante y eso es algo totalmente inusitado.
De esta gran afición nace su estrecha relación con Euskadi. Ha colaborado con la OSE, con ABAO...
-Con la OSE he sido invitado regularmente desde el año 2012 y con la ABAO he trabajado ya en cuatro ocasiones. Vengo mucho a Euskadi porque es un lugar en el que las cosas se hacen bien y estoy cómodo.
Precisamente, junto a la OSE ha grabado un álbum que saldrá a la venta próximamente con sinfonías del compositor vasco Ángel Illarramendi.
-Eso es. Algo que caracteriza a Ángel y a muchos compositores vascos es que son honrados, es decir, que tienen menos prejuicios y están mucho más despreocupados por el qué dirán, componiendo lo que sienten para estar a gusto consigo mismos. Illarramendi compone lo que le sale del alma y es por eso que su música consigue llegar al público.
Esta es su cuarta vez con ABAO. ¿Qué le gustaría dirigir en Bilbao?
-Me encanta todo el bel canto que he hecho hasta ahora pero también me encantaría hacer Puccini, Wagner... Quizá dentro del magnífico proyecto Tutto Verdi me encantaría hacer algún Verdi. Es verdad que después de la exitosa Elisir d’amore, parece que el público bilbaino me reclama en este repertorio, pero todavía no me conoce en otros. En definitiva, me gustaría que lo que yo haga en ABAO sea una representación de la diversidad que caracteriza mi carrera como director.