Su verano no conoce de vacaciones. Entre las manos, dos nuevos cortometrajes que a principios del próximo otoño se encontrarán con el público. Por un lado, El bosque negro, un relato fantástico de caballeros, princesas y ogros en el que las cosas no son lo que parecen, rodado a principios de marzo en las cercanías de Maeztu. Por otro, Naara, una aventura con el folclore africano como contexto, grabado en primavera en Benin que el realizador gasteiztarra lleva a cabo junto a la asociación Manuel Iradier. Y entre medio, además de otros proyectos, sigue la búsqueda de apoyos para poder hacer realidad su primer largo. Paul Urkijo no descansa.

En lo que respecta a El bosque negro, y mientras se está a la espera de que el Festival de Cine Fantástico de Sitges decida acoger su estreno como ya hiciera con Jugando la muerte para después hacer otra presentación en Gasteiz e iniciar el camino por certámenes estatales e internacionales, “el corto está casi acabado”, describe el director, que estos días se afana en las mezclas de sonido y en las correcciones de color.

Txema Blasco, Zigor Bilbao, Ander Pardo, Elias García, Ioar Argomaniz y Emilio Aranda componen un reparto que lidera Ortzi Acosta, quien además tiene otros papeles en esta aventura más allá de la cámara. “Con él gesté el proyecto y hemos estado juntos desde el principio. Hemos ido a localizar, hemos buscado el dinero y además le ha tocado un papel muy duro, llevando una armadura de 40 kilos, rebozándose en barro, andando con el caballo... y todavía me habla”.

Partiendo del “tópico” del cuento de caballería, el actor y exgimnasta reconvertido para la ocasión en caballero se adentra en un oscuro bosque para rescatar a una princesa en apuros a pesar de las advertencias contrarias. “Es jugar con esa idea tan extendida de lo bonito de este tipo de cuentos para hacer algo muy macarra, donde el supuesto héroe se mete en el peor de los sitios, donde su hombría se pone en entredicho, incrustado en una espiral de barro, violencia y monstruos”, todo ello relatado en 15 minutos.

No son pocas las personas que se han implicado en una propuesta cuyo rodaje se llevó a cabo a lo largo de cinco días a principios de marzo cerca de Maeztu. “En las jornadas previas estuvimos sin parar adecuando el sitio mientras nos llovía todo lo que podía y más. Claro, que llegó el primer día para grabar y justo nos salió el sol”, recuerda con una sonrisa Urkijo. “La verdad es que al final hemos conseguido una ambientación muy interesante, con luces y sombras muy duras”, apunta, mientras describe que “es un proyecto ambicioso” más allá de las apreturas de un presupuesto “muy ajustado”.

“No es un corto que te va a dejar descolocado o que va a tener giros imprevisibles. Es una aventura de principio a fin, con sus momentos divertidos y otros más dramáticos... es decir, tiene un poco todos los ingredientes del género de espada y brujería tirando un poco más hacia la comedia negra. Lo que pretendo es que la gente, ante todo, se lo pase bien. Sí tiene su mensaje y su giro final, pero ante todo busco que el público salga con una sonrisa”, explica el realizador.

Urkijo asume que “necesitaba demostrarme a mí mismo que podía hacer cosas más complejas, más difíciles, una puesta en escena más ambiciosa, un corto con acción, con criaturas, con una ambientación muy elaborada. Me tenía que enfrentar a otro tipo de situaciones para sentirme más preparado para meterme con el largo” por lo que El bosque negro “ha supuesto un reto mayor, un escalón más”.

Claro que al director la agenda se le queda pequeña. Y en ella también está Naara. Fue la Asociación Africanista Manuel Iradier la que le propuso el tema y a partir de ahí, Urkijo escribió un guion que también se adentra en el género fantástico.

“Poder ir a Benin a rodar ha sido un privilegio, una oportunidad” cuyo resultado “estará en un par de meses”. En este caso, el protagonista es un engreído videoblogger que viaja por África, donde se ve inmerso en un mágico cuento del folclore africano. “Es un continente con una riqueza cultural enorme de la que casi no conocemos nada; nos basamos en prejuicios y en tópicos, como le pasa al personaje” de una propuesta que antes de estrenarse ha cambiado de nombre.

“Anansi es un personaje de diferentes leyendas africanas, muy conocido allí. O eso creía yo, porque cuando fui a Benin me encontré con que en este país se le llama de otra manera, Naara. Es decir, yo también iba con mis prejuicios”, ríe.

Estar en la recta final de ambos cortometrajes le está suponiendo al realizador “hacer malabares” con el calendario. “He tenido épocas muy complicadas de estrés y de trabajo”, reconoce, aunque “estoy muy contento” con los resultados. Por ahora descarta volver a este formato “salvo que sea para hacer algo muy sencillito que me apetezca mucho”, puesto que llevar a cabo el que será su primer largometraje le exige tiempo y dedicación. “Estamos peleando”, apunta, aunque sin querer ponerse plazos. Claro que él ya sabe que las fantasías se pueden hacer realidad.