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El último cuplé de Sara Montiel

La actriz y cantante manchega falleció ayer, a los 85 años, debido a causas naturales Musa del cuplé y del erotismo, encandiló a Hollywood e hizo historia con canciones como 'Fumando espero'

El último cuplé de Sara MontielEFE/DEIA

bilbao. Una "muerte súbita" provocó que Sara Montiel exhalase ayer su última bocanada de aire puro. Arropada por su hija Thais y su ama de llaves, la actriz despidió una larga vida de éxitos en su domicilio madrileño, donde falleció debido a causas naturales, a los 85 años. A pesar de la decadencia mostrada en los últimos años -en los que la prensa rosa se afanó en exhibir su deteriorado aspecto mediante excéntricos reportajes, donde rara vez posaba sin un habano-, ayer mostró una vez más su capacidad de congregación y fueron muchos los artistas y amigos que no quisieron perder la oportunidad de dar el último adiós a una de las mayores divas del cine español, cuyo cuerpo reposaba en la capilla ardiente del cementerio de San Isidro, donde será enterrada hoy.

Nacida en el seno de una humilde familia en 1928 en Campo de Criptana (Ciudad Real), María Antonia Fernández Abad destacó desde bien joven como cantante. Su voz y su belleza le abrieron camino en México, donde consiguió cierto reconocimiento gracias a películas como Locura de amor (1948). Sin embargo, su imagen se catapultó al estrellato cuando, después de rodar una quincena de películas, su melena azabache y sus sensuales labios encandilaron a los productores estadounidenses. Así fue como en los 50 llegó a compartir cartel con figuras como Gary Cooper y Burt Lancaster, en la película Veracruz (1954), o con Mario Lanza, Joan Fontaine y Vincent Prince ,en Serenada (1955), dirigida por Anthony Mann, quien fue su primer marido.

Paralelamente, la actriz gestó una prolífica carrera como cantante tanto en la gran pantalla como en la treintena de discos que firmó. Fumando espero, Bésame mucho o Amado mío la convirtieron en toda una musa del erotismo.

Tras hacer las Américas, La Manchega Universal volvió a la península para rodar El último cuplé (1957), el mayor éxito de taquilla registrado por el cine español hasta entonces. A partir de ahí su meteórica carrera se cifró en un caché de millón de dólares y estableció su residencia de forma permanente en España. La violetera (1958), Carmen, de la Ronda (1959), La bella Lola (1962), La dama de Beirut (1965) y Varietés (1971), entre otras, confirman a Saritísima como el gran mito del cuplé castizo.

En la década de los 70 Sara Montiel se volcó por completo en la música y ofreció espectáculos muy ovacionados, con títulos con los que recorrió España y Estados Unidos, donde llegó a actuar en el Hall Lincoln Center. A pesar de sus numerosos éxitos artísticos, la artista nunca logró desprenderse del afán que despertaban sus rasgos hispanos: "Qué handicap tengo yo, coño, por la belleza física; porque la crítica siempre decía que era preciosísima y nada de mi actuación", se lamentó la actriz en una ocasión.

En 1974 se retiró de la gran pantalla tras rodar Cinco almohadas para una noche. No obstante, la manchega nunca dejó de protagonizar titulares. Su ajetreada vida sentimental se completó con cuatro maridos. El director Anthony Mann, el productor José Vicente Ramírez Olalla, el empresario Pepe Tous -"el amor de su vida" con quien adoptó dos hijos, Thais y Zeus- y el cubano Tony Hernández, admirador de la artista y cuarenta años más joven que ella. Pero fueron muchas más las pasiones suscitadas por la diva española, que citaba entre sus amores "inconfesables" a célebres personajes como el Premio Nobel de Medicina Severo Ochoa, el poeta León Felipe, el dramaturgo Miguel Mihura, el cineasta Mario Camus o el escritor Ernest Hemingway.

Entre el largo etcétera de galardones y reconocimientos públicos que logró destacan la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes en 1958, Actriz del Año en 1959, el Disco Oro en 1959 por La violetera, la Medalla de Oro de la Academia del Cine en 1997 o incluso el premio Mikeldi de Honor a la carrera cinematográfica en 1999, otorgado en el Zinebi de Bilbao. La artista, que mantuvo su característico estilo propio hasta el fin de sus días, nunca se amedrentó por las críticas ni las discusiones con las que se nutrían las páginas de papel cuché, estimuladas por su extravagante coquetería. El elixir de la juventud se acabó para Saritísima, pero ella pasará a la inmortalidad acompañada por el recuerdo de su voz grave, y siempre puro en mano.