bilbao. La pintora judía de origen alemán Charlotte Salomon fue asesinada con gas en el campo de concentración de Auschwitz el 10 de octubre de 1943, a la edad de 26 años. Sus cuadros, que cuelgan desde ayer en una de las galerías del segundo piso del Guggenheim Bilbao, impactan en la retina del espectador que las contempla. Como los de Eluard y su compañera Ruch y tantos y tantos creadores que pertenecieron a la resistencia francesa y que fueron recluidos en los campos de internamiento o se refugiaron en los psiquiátricos para huir de la opresión de la ocupación nazi.
En una esquina de la galería se pueden contemplar también algunas inquietantes obras de una joven creadora totalmente desconocida, Miriam Levy. "Solo sabemos de ella que tenía un gran talento como demuestran estas pequeñas obras que se pueden ver ahora en Bilbao", explicaron ayer Jacqueline Munck y Laurence Bertrand Dorléac, comisarias de la exposición Arte en guerra. Francia 1938-1947: de Picasso a Dubuffet, que el Guggenheim Bilbao ha abierto al público y que permanecerá en el museo hasta el 8 de septiembre. Una gran exposición organizada en colaboración con el Museo de Arte Moderno de París (MAM), que reúne más de 500 obras de 120 artistas que supieron dar una respuesta estética al horror de la segunda guerra mundial y que, sin duda, no puede dejar indiferente a nadie.
Patrocinada por el BBVA, Arte en la guerra tiene varios niveles de lectura, según explicó el director general del Guggenheim Bilbao, Juan Ignacio Vidarte. "Acerca al público un contexto histórico y político durante la Segunda Guerra Mundial en Francia, y a la vez da a conocer el trabajo de los artistas de la época, incluso de los más desconocidos. Además, permite conocer historias humanas de estos creadores, algunos de los cuales se vieron obligados a exiliarse cuando no eran enviados, como en el caso de Ernst o Bellmer, a un campo de internamiento", manifestó Vidarte. La exposición evidencia la forma en la que resistieron y reaccionaron "haciendo la guerra a la guerra", con formas y materiales casuales impuestos por la penuria, incluso en los lugares más hostiles a toda expresión de libertad.
recorrido Nada más adentrarse en la exposición, que se ha podido ver previamente en el Museo de Arte Moderno de París, el visitante parece retroceder a 1938, cuando se celebró la Exposición Internacional del Surrealismo, en la que se intuyó lo que estaba por venir, cuando la componenda de Múnich dio alas al nacional-socialismo de Hitler. Para poner en contexto la situación, se ha recreado incluso una de las instalaciones de Marcel Duchamp que se expusieron allí y se ha cubierto el techo con sacos de carbón, que producen un efecto opresivo y sobrecogedor, como si el visitante estuviera tapado por una enorme trinchera.
Más politizados que sus compañeros, los surrealistas habían presentido que, de un día para otro, todo podía decantarse por la violencia, como así ocurrió. En esta atmósfera oscura y de pesadilla se pueden ver obras de Dalí, como La torre (1936), el Cadáver exquisito de André Bretón o La inspiración de Yves Tanguy.
En otra sección se puede ver la producción artística de los artistas en los campos de concentración, creados inicialmente por las autoridades francesas para albergar a los ciudadanos que huían de la España franquista, y en los que fueron confinados 600.000 hombres y mujeres, entre republicanos españoles, judíos y miembros de la resistencia. En una de las vitrinas hay un álbum de fotografías abierto por las páginas en las que se ven imágenes de actividades realizadas por prisioneros vascos, entre ellos, varios dantzaris.
En esta atmósfera hostil, incluso los maestros de referencia como Picasso, Matisse o Pierre Bonnard se protegían encerrados en sus talleres o confinados en la zona sur del país, al abrigo de la persecución nazi. Una de las galerías está dedicada precisamente al artista malagueño Pablo Picasso, convertido en todo un símbolo de la resistencia a la ocupación nazi. En ella se encuentran su Cabeza de toro, realizada con el manillar y el sillín de una bicicleta, o sus magníficos retratos de las mujeres que formaban parte de su vida amorosa como Marie-Therèse Walter, Dora Maar o François Gilot. También acoge obras de aquellos artistas, que desde los psiquiátricos donde estaban internados, trabajaron con los materiales que tenían a mano.
Al lado están las obras de la galería de Jeanne Bucher, una de las pocas que resistió en aquel París, exhibiendo a artistas que para los nazis eran degenerados. (Hitler fue un pintor frustrado que no consiguió ingresar en la Escuela de Arte porque no supo dibujar una cabeza humana). Y ya cerrando la exposición se puede ver una de las esculturas con las nítidas formas angulosas de Giacometti, Nariz, que parece un apéndice nasal, pero también evoca a una pistola. Una exposición inquietante, en algunos momentos, angustiosa, pero que no quiere caer en el pesimismo. "Hemos querido que sea esperanzadora, porque a pesar de los horrores de la guerra, muestra cómo salir adelante a través de la creatividad", concluyeron las comisarias.