el título pone de manifiesto el proceso que conduce hacia la muerte. Todas hieren, la última mata habla del paso del tiempo, los minutos y las horas que van llegando hasta dejar rastros de personas, animales y cosas, cuyas huellas muestran los cambios, las transformaciones y los deterioros de lo que está en movimiento y acaba por enseñorearse.
Como sucede con lo que se percibe en la vida, también hay evolución y vértigo en el sistema de representación heredado. Y es que la muestra es el resultado de acumulaciones plásticas muy diferentes. No hay lenguaje unitario ni tratamiento que se manifieste, sino mudanza, tránsito y hasta incontinencia. Una suma de series. Al autor, le va más el probar que definir un proyecto, por muy sólido y distintivo que sea. Dueño de un oficio cuyo dominio impone, no consigue concentrar la mirada y ofrece no ya el olvido de la degradación como cuanto el desplazamientos de múltiples recursos y posibilidades expresivas.
Una exposición tiene algo de libro que se despliega delante del espectador y lo acoge dentro. La disposición de las obras no sólo emplaza, sino acaba acotando el espacio. En unos cuadros la luz se enciende y acude el color, lo enjoyado y alegre de una visión que se complace y regodea con aquello que percibe y lo plasma con cariño y estímulo positivo. Es la obra más tradicional, la que revela lo que el autor mira detenidamente, poniendo en evidencia la presencia y la ausencia. Por otro lado, las obras en blancos y negros son piezas que a duras penas evocan el humo de lo representado. Como si fuera el lavado de una mancha estructurada horizontalmente, descubre igualmente el universo cotidiano del propio artista, su mujer y un par de perros en torno al sofá y junto a otros cachivaches. A veces el pincel se acerca a uno u otro protagonista que se agiganta. Todo tiene el mismo tratamiento, la semejante importancia, sea un icono u otro, esté delante o detrás, se manifieste animada o inanimadamente, como figura o fondo. Pese a su imagen desvaída son las que más interesan. Luego vienen aquellos grandes impulsos gráficos de lo que está y no está, cuya fuerza primigenia evoca el mundo de las cavernas. Pero hay también otros aspectos menos relajantes, como la repetitiva serie de cabezas y un objeto escultórico que ponen el acento en lo que se es. Trabajos que muestran tanto el fosilizado reflejo de un cráneo de búho como su reliquia real que porta capucha como las de cetrería.
La exposición de Ramón Pérez reúne obras realizadas en el último año y medio. Una quincena de pinturas, alrededor de cuarenta y ocho dibujos y una pieza escultórica que se presentan en la galería Krisis Factory de Bilbao hasta el 30 de noviembre.