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ORGULLO de barrio. Eso es lo que expresa Kepa Junkera siempre que se le pone un micrófono delante cuando habla de su Rekalde natal. "A veces lo antepongo y digo que soy del barrio, no de Bilbao", asegura el músico entre risas durante el paseo que realizó con DEIA para descubrir sus lugares favoritos del ámbito donde nació, creció y se hizo músico y hombre. Su casa en la calle Goya, la plaza y la autovía, ese "muerto" de hormigón que "rompió el barrio en dos", son los puntos fuertes de un viaje físico y mental preñado de nostalgia. "Ha cambiado mucho y es una lástima que se haya perdido aquel contacto con la calle", indica.
"Eres caro de ver", le espeta una vecina a Junkera a pie de acera. Y es que el músico abandonó Rekalde en los 90. Un abandono físico, no sentimental. Lleva la marca de sus calles, aceras y experiencias infantiles grabadas a fuego en su ADN. Lo demuestra en este reportaje, en sus múltiples entrevistas e, incluso, en su música, ya que "le he dedicado muchos temas a mi barrio", el más famoso en su disco Hiri. "En el disco incluí un tema dedicado a Rekalde y delante de mi casa grabamos un videoclip con Glen Velez. El nieto de un panderetero tocando casi en casa junto a uno de los mejores percusionistas del mundo...", rememora.
nostalgia Kepa nació en 1965. El barrio era un escenario tan importante como su casa, el nº 7 de la calle Goya, para aquel niño de los 70. "El barrio era vital. Como la calle y la escalera. Nos conocíamos todos. Y estaba también el patio interior de la vivienda. Toda mi vida giraba en torno a ese espacio, que pensaba que iba a permanecer así para siempre. Y yo en él. Éramos todos como de la familia. De hecho, mis padres eran vecinos de escalera", explica el trikitilari, que recuerda mientras posa junto a su portal, que "se utilizaba como búnker" en la Guerra Civil.
"En mi casa siempre he visto un amor especial al barrio. Existía una conexión, un vínculo especial que me lleva a decir a veces que soy de Rekalde, no de Bilbao", explica Kepa con el verbo iluminado de nostalgia. De aquellos tiempos en los que tenía que abandonar su pequeño espacio vital para desplazarse, dos veces al día, a la escuela nacional Félix Serrano, en Manuel Allende, y debía cruzar el puente. "Era como ir a otro mundo", apostilla entre risas. En la secundaria ya no tuvo que hacerlo porque estudió en el insti del barrio.
Allí, en este barrio "con mucha vida social, gente auténtica y multitud de actividades", el niño Junkera descubrió la música. Estaba predestinado. Y tiene una imagen imborrable de aquellos tiempos. "De niños íbamos a jugar al monte. Recuerdo al bajar ver a mi aitite, Román Ugaza, tocando la pandereta junto a Juan Carlos Tarrañuelas. Estaban siempre tocando en los bares del barrio", según el músico.
Casualidades del destino. A pesar de la fría y lluviosa tarde elegida para el paseo, Junkera se topa con Tarrañuelas en el Café Bar Arrate. "¡Cómo le gustaba a tu aitite el bacalao!", recuerda. "Como a mí", dice Kepa, sentado frente a él en una mesa del local. "Recuerdo aquel sonido de la triki y de la pandereta. Ese ritmo me atrajo siempre", evoca el músico vasco, que lamenta que su aitite nunca le viera tocar. El resto de su familia, sí. De hecho, sus seres queridos son quienes le inocularon el veneno de la música. Su aita tuvo mucho que ver, al igual que su ama, que bailaba jotas. Su primer embeleso con el folk euskaldun llegó con el grupo Beti Jai Alai de Basurto. Embalado, la charla de Junkera recuerda a Iñaki Zabaleta y su triki, y a Jose Mª Santiago, Motriku, y su pandereta. "Empecé con el txistu, con unos cursos que me dio Iza, y con la alboka, que tocaba Txilibrin. Me atrajo mucho ese primer impulso musical. Esa música me acompañaba siempre", indica.
Y eso que Kepa fue el único de aquella cuadrilla de jovenzuelos que se sentaba a comer pipas frente al bar Arrate, iba a catecismo y al grupo de scout, al que le "picó el gusanillo" de la música. Sobre todo a partir de los 12, cuando estaba a punto de pasar al insti. El viaje al pasado saca del olvido a la familia de Santiago, que "me dejó un acordeón viejo con el que sacaba canciones". Y el recuerdo fluye hasta "la primera vez", cuando pudo presentar su primera canción. "Logré sacar una y bajé al portal y la toqué, emocionado, a mis amigos. Por supuesto que no sabía que iba a tocar profesionalmente y grabar discos. Me empujaba aprender por mi cuenta porque entonces no había escuelas", aclara. Junto a él, Tarrañuelas se arranca. "Este... ¡Joder! Cuando íbamos a tocar por ahí, siempre se apuntaba. Conocía a todo el mundo y era el mejor desde joven. Tenía cabeza, fuerza y dedos. Sin cabeza no vas a ninguna parte", explica sobre aquel niño hoy convertido en profesional.
Después llegaron Oskorri y Lertxundi, en el tránsito de los 70 a los 80 en un Rekalde que "todavía era casi huertas". Kepa empezó a abandonarlo para ir a la Universidad. Poco, porque ya "con 18 ó 19 años opté por la música". Antes, recuerda el impacto de la autovía. "Partió Rekalde por el medio", suelta Tarrañuelas, con una mirada sombría que ve pasar como un flash los accidentes que provocó. "Supuso un antes y un después la llegada de este monstruo. Las nuevas generaciones nos supimos acostumbrar mejor, pero para mis mayores debió ser un choque terrible", explica Kepa.
Hoy, aquel "barrio luchador", aparece cambiado. Kepa lo mantiene en su mente inmutable, "como si fuera una fotografía, algo estático". Pero no es así. Algunos bares aparecen cerrados, se han abierto otros comercios y el rostro de su gente se ha tornado exótico con los inmigrantes. "Es algo general y lógico. Hace décadas se produjo ese éxodo. Y pasó en mi propia familia porque yo tengo abuelos de Orduña, la Rioja y Cantabria", concluye Kepa.