Donostia. Su relación con la final comenzó a raíz de la afición de dos personas cercanas a usted al bertsolarismo.

Soy muy amigo de Joxerra Garzia y, a mi esposa, Mertxe Jauregi, también profesora universitaria, le gusta el bertsolarismo. Gracias a ellos surgió en mí el gusanillo por la literatura oral en euskara. Aunque no soy vascoparlante, hace ocho años, la última final del velódromo, tuve la oportunidad de seguirla en directo.

Aquella actuación la siguió gracias a la traducción simultánea.

Efectivamente. A ciertas personas nos proporcionaron unos auriculares con lo que estuvimos al tanto de lo que estaban cantando los finalistas. Aunque los cascos son una buena ayuda, también se pierde parte de la salsa y la gracia de la actuación.

Hace cuatro años, en cambio, aparcó los auriculares.

Así es. Mi mujer que habla euskara fue la que me tradujo y ayudó a seguir la final del BEC. Me explicó los detalles más significativos de lo que estaba sucediendo en el escenario.

Dos finales y ¿dos sensaciones diferentes?

Sí. Lo que más me gusta del bertsolarismo es el ambiente. Es decir, la comunión que se crea entre el público y el bertsolari. Un relación muy agradable. El aficionado muestra su agradecimiento con aplausos tras emocionarse o reír con lo que improvisan los protagonistas del escenario. Disfruto con todo lo que rodea al bertsolarismo.

¿Cómo se puede explicar un espectáculo que es capaz de aglutinar a 14.000 personas sin efectos especiales?

Este es el gran mérito del bertsolarismo. En los últimos años se ha realizado una gran labor de divulgación. En castellano existen ejemplos sobre improvisación oral, por ejemplo, en Canarias, pero no de la entidad del bertsolarismo. Es un espectáculo pobre en medios pero muy rico en respuesta social. Me entusiasma la comunión que logran los bertsolaris, los actores, con el público que acude a escucharlos.

Hace ocho años cuando aterrizó en la final del velódromo ¿cuáles fueron las sensaciones que experimentó?

Me encontré con un compañero de la universidad que estaba estudiando euskara, más avanzado que yo naturalmente -soy de los que Juan Mari Bandrés definía como ikasten ari naiz- y estuvimos comentando la experiencia que estábamos viviendo. Otra sorpresa sucedió cuando de repente, mi hijo, el mayor, apareció por allí y me preguntó cuando me vio con los auriculares: ¿Pero aita, qué haces aquí? Las dos finales, con sesiones de mañana y tarde, aunque no entendía todo a la perfección, las aguanté muy bien. Había algo que me sujetaba al asiento. Disfruté mucho.

Posteriormente, ¿ha acudido a alguna actuación de bertsolaris?

No. Lo mío es el espectáculo; soy carne de final.

Joxerra Garzia ha investigado mucho en relación al bertsolarismo. ¿Qué es lo que más le ha llamado la atención de sus indagaciones?

Me ha regalado alguno de sus libros y los he leído con mucha atención. Como castellanoparlante la improvisación es un ejercicio que me asombra. Es interesante en todas sus vertientes.

Esa improvisación logra crear un cúmulo de sensaciones al oyente.

Ahí radica la gran comunión entre el público y el bertsolari. El improvisador sabe hacer vibrar al público que sigue de cerca la actuación. Aficionados que en su mayoría son jóvenes.

El bertsolari de hoy en día está a años luz de la estampa del bertsolari clásico.

No hace falta ser muy aficionado para constatar el cambio generacional. En una novela de Vicente Blasco Ibáñez, El intruso, se hace una mención a las fiestas de Azpeitia de comienzos del siglo pasado. En él explica la actuación de dos bertsolaris que cantan subidos en dos toneles uno frente al otro. Los bertsolaris de hoy en día poco tienen que ver con aquello; en su mayoría son personas con estudios universitarios. El bertsolarismo ha dado pasos de gigante.

Ocho protagonistas cantando "a capella" ante miles de personas.

Desde fuera, es una estampa incomprensible. Que exista tal afición a una improvisación poética, es un dato a tener muy en cuenta.

¿Qué percibía cuando los bertsolaris se enfrentaban uno a uno al ejercicio individual?

Trataba de asimilarlo y de recibir las ondas del público. No con la intensidad de una persona que lo entiende todo, pero disfrutando con las melodías, o con la repetición de algunas estrofas que también las canta el público. Me sumé al placer que se percibe al observar a la gente que estaba disfrutando con la actuación.

Hace cuatro años, Egaña e Iturriaga disputaron la txapela.

Cuando se escuchó el veredicto, en el colectivo más joven del público, observé que se inclinaba por el vizcaino.

Pero al final, el veterano se llevó el gato al agua.

Efectivamente. Andoni Egaña, solamente con la manera de cantar, engancha. He coincidido con él en algún evento y opino que es una persona interesante, inteligente y más sabia de lo que parece.

Mañana, otro envite.

Aunque creo que Egaña volverá a ganar, las nuevas generaciones vienen pegando fuerte.

¿Y si la txapela se la enfundara algún otro finalista?

Sería otro paso de evidente modernización del bertsolarismo. Un dato muy positivo.