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Las tizas que hablaban euskera

Las andereños del franquismo recibirán un homenaje el sábado en la Azoka de Durango

Las tizas que hablaban euskera

bilbao

DIERON clases en euskera en habitaciones diminutas y en sótanos oscuros, con miedo a ser descubiertas, con pocos niños y niñas para que nadie sospechara.

Fueron mujeres valerosas que soportaron la visita de inspectores franquistas de Educación, que tenían una aversión patológica contra el euskera. Se sintieron perseguidas e incluso, en algún caso, pusieron en peligro su seguridad personal por la recuperación y conservación del idioma.

Sin el compromiso de estas andereños y la apuesta valiente de algunos padres y madres, nunca hubiera sido posible conocer lo que más tarde se fue consolidando como la red de ikastolas. Cinco de estas precursoras de la escuela vasca recibirán el sábado, en la Azoka de Durango, el premio Argizaiola de Gerediaga Elkartea. Serán Karmele Esnal (Gipuzkoa), Izaskun Arrue (Araba), Libe Goñi (Iparralde), Izaskun Gastesi (Nafarroa) y Begoña Aranguren (Bizkaia). Lo harán en nombre de este colectivo de 813 mujeres en Euskadi y 83 en Nafarroa que lucharon para que el euskera llegara a cada niño y niña de sus vecinos, de su barrio, de sus localidades...

Dos de ellas, Begoña Aranguren y Karmele Esnal, recuerdan en este reportaje aquellos tiempos difíciles, pero, a la vez, ilusionantes, en los que, según confiesan estas andereños, jamás pensaron en tirar la toalla.

dedicación en precario

Begoña Aranguren

Begoña Aranguren pasó su infancia en Berriz; de su etapa escolar recuerda cuando la profesora les hacía pasar un anillo de mano en mano entre los que se descuidaban y hablaban en euskera, de modo, que aquel niño o niña que al final del día o la semana lucía el anillo, era castigado.

"Hablábamos euskera en casa, con nuestras familias, con nuestros amigos, pero cuando íbamos a la escuela, se nos imponía el castellano. Era terrible", recuerda Begoña Aranguren. De todos modos, asegura que su dedicación a la enseñanza fue una cuestión del destino. "Cuando me trasladé a vivir a Barakaldo con mi aita, me llamó una amiga para que le ayudara a dar clases a unos niños y niñas y estuve todo el año con ella aprendiendo. Trabajábamos en un local pequeño, en la calle la Bondad, y enseñábamos a siete niños y niñas. Los padres pusieron 25.000 pesetas, era como una cooperativa, incluso las madres iban a acompañarnos y a preparar la comida. Recuerdo que utilizaba el título de Marisa Gandia, que estaba casada con un baracaldés, amigo de varios cooperativistas. A Marisa no la conocía, pero me prestó el título de Magisterio porque yo no lo tenía".

"Era un trabajo muy voluntarioso - aclara-. Teníamos mucha ilusión, pero no teníamos materiales para enseñar y nos reuníamos para preparar las clases. Teníamos mucho contacto con la asociación de maestros Rosa Sensat, de Barcelona, que nos echaban una mano. Ellas tenían más experiencia porque llevaban más tiempo dando clases en la clandestinidad".

Lo que peor llevaba esta andereño eran las inspecciones. "Tuvimos mala suerte, nos tocó una inspectora muy dura. Mercedes Causo era la mujer de Zapater, el inspector jefe en Bizkaia y era antivasca. Iba a fastidiar. Afortunadamente, nunca dudó de mi título. Sí puso muchas quejas de las condiciones que tenían los locales. Pidió que se cerrara inmediatamente el primer local, en la calle la Bondad. Al año siguiente, empezamos a trabajar en los bajos de la parroquia de Barakaldo. Los padres y las madres de los alumnos tuvieron un trabajo terrible, además de alquilar el local, tuvieron que adecentar las instalaciones. Hicieron un esfuerzo ímprobo. Había colegios en los alrededores y optaron por el euskera en unas condiciones horrorosas".

Como anécdota, Begoña Aranguren recuerda que "los chiquillos, cuando se tenían que examinar, ni siquiera se enteraban de que les estaban llamado porque la profesora pasaba la lista en castellano. Pero el verdadero problema llegaba cuando se examinaban de una asignatura que se llamaba Educación del espíritu nacional. Al preguntarles cuál era su bandera y su patria, se violentaban y se enfadaban muchísimo. Me decían, ¿pero cómo vamos a decir que es España?".

13 años en la clandestinidad

Karmele Esnal

"Terminé la carrera de Magisterio y en el curso 53-54 tenía una amiga me dijo: "Oye, tú también eres euskaldun. ¿Por qué no le decimos a Elbira Zipitria que nos prepare para poder ejercer? Elbira tenía una ikastola desde 1946 en un piso de la calle Fermín Calbetón de la capital guipuzcoana. Quería además gente joven para abrir otras ikastolas porque ella no podía acoger a más niños", recuerda Karmele Esnal (Orio, 1932).

Las clases se daban en un piso, en una pequeña habitación, donde sólo había una mesa que se plegaba y una pizarra. En el curso del 55, Karmele Esnal alquiló una habitación en la parte céntrica en Donostia y comenzó a dar clases a niños y niñas de 3 a 5 años.

Karmele Esnal enseñó en clandestinidad 13 años. "Un día vino la policía y me preguntó qué hacía yo en ese piso. Le tuve que decir que era soltera, que me gustaban los niños y sacaba a pasear los de unas amigas. Como hacía mal tiempo, no había podido. Abrió la puerta y no vio ni mesas, ni sillas. Los niños estaban en el suelo y no tenían ni libros ni cuadernos, porque nunca los llevaban por temor a que alguien los viera y nos denunciara. Tan sólo tenían unos palillos, con los que estaban jugando. Con ellos, los niños aprendían a escribir las letras en mayúsculas, juntando palillos. Pero sospecharon algo porque me preguntaron los apellidos para saber si eran de familias abertzales. Les dije apellidos nada conocidos en Donostia y me hicieron una ficha, pero no volvieron más".

Otras compañeras de Karmele Esnal no tuvieron tanta suerte y tuvieron visitas continuas de policías e inspectores intransigentes. "Pero los niños se portaban estupendamente. En cuanto sonaba el timbre, ya sabían que tenían que esconder las tizas. Aunque también hubo inspectores de Educación que nos ayudaron. Por ejemplo, el que me tocó a mí fue un catalán que había sido castigado en tiempos de la guerra por republicano, así que me trataba algo mejor", reconoce.

A pesar de que todas estas andereños dejaron el trabajo y la seguridad para montar una ikastola, hasta 2007 el Gobierno español no les reconoció sus derechos. "Trabajábamos en la clandestinidad, lógicamente no pagábamos la Seguridad Social. Tuvimos que tocar muchas puertas para que se nos reconociera", se queja esta andereño. Esnal ha sido una de las más batalladoras que ha peleado durante años hasta lograr que su tarea, al igual que la de otros muchas compañeras, sea reconocida moral y económicamente. Hasta que el 15 de junio de 2007 el Consejo de Ministros aprobó el decreto que regulaba el reconocimiento de aquel trabajo realizado en aquella época para que el euskera no se perdiera y no se interrumpiera su aprendizaje. Karmele Esnal tiene palabras de agradecimiento para el Grupo Vasco del PNV. "Nos defendió en Madrid para que pudiéramos cobrar lo que era nuestro". La Fundación Sabino Arana les entregó también hace dos años un premio como reconocimiento a su importante labor.

Ahora será la Azoka de Durango, el gran escaparate de la cultura vasca, la que les rinda homenaje. Como dijo su director, Jon Irazabal, "gora por las mujeres que lucharon por el euskera cuando los franquistas decían que estaba muerto".