Bilbao
CADA calibre de escopeta tiene su carga de peso ideal para la que están pensados sus cañones. Luego las preferencias, las costumbres y hasta las manías se reparten entre las numerosas marcas que ofrece el mercado, cada vez con mayores estándares de calidad y con poco o nada que ver con lo que se ofrecía hace unos lustros. Solo las continuas subidas de los precios, siempre achacados al plomo aunque no sea esa toda la realidad, obligan a sintonizar los gustos con la capacidad económica de cada bolsillo. Hoy en día se puede afirmar que no hay cartucho malo, aunque cada uno tenga en su imaginario y en la práctica sus marcas preferidas, al igual que sucede con las escopetas o los perros.
Volviendo a las cargas y los calibres, entre los dos más usados, el 12 y el 20, conviene recordar que están pensados en principio para disparar 32 y 24 gramos, respectivamente, aunque luego la realidad y las posibilidades sean bien distintas. En el más popular, el calibre 12, disparar cargas de plomo por encima o por debajo de los 32 gramos no significa que se tire mejor o peor, sino distinto. Quienes disparan muchos cartuchos seguidos, como por ejemplo en ojeos o en ciertos puestos de aves migratorias, prefieren usar cargas inferiores, de 30 o 28 gramos, para aminorar el retroceso, aunque este tendrá que ver con la pólvora que utiliza y la presión que genera su explosión, así como el roce al pasar por la boca del cañón.
En el tiro al plato olímpico, la munición permitida es de 24 gramos, y 28 para universal, minifoso y recorridos. Y es que con menos perdigones resultará más complicado acertar a un pequeño trozo de arcilla volante a unos cuantos kilómetros por hora. Aquí no conviene olvidar que un buen plomeo depende, además del efecto de la pólvora, del taco contenedor, de la esfericidad de los perdigones, de la dureza de estos y del grado de choque o estrangulamiento del cañón que se use, que en el tiro deportivo suele ser largo, de 76 centímetros y mayores, para apuntar más fino.
Pesadas Por supuesto, hay quienes prefieren cargas más fuertes, de 34 y de 36 gramos, para abordar el tiro por ejemplo a las perdices, a las palomas torcaces o a las acuáticas. Con un plomeo más denso y normalmente con altas presiones, la carga vuela más rápida y más concentrada, lo que permite alcances efectivos mayores. Algo propicio para las perdices de enero, por ejemplo, que normalmente arrancan lejos del cazador a la mínima sospecha.
Esos disparos largos suelen ser controvertidos por las piezas que puedan ser alcanzadas y quedar heridas en el monte, y lo mismo sucede con las palomas, por ejemplo, aunque aquí cada cazador deberá obrar en consecuencia a sus principios. Todo esto sin recurrir a la denominada magnummanía; esto es, con cañones reforzados expresamente para soportar altas presiones y equipados con recámaras más largas, para cartuchos, siempre en calibre 12, de longitudes de 76 y 83 milímetros.
Aunque tuvieron una breve época de cierta popularidad, es bien raro ver hoy en día cazadores que usen estas municiones, pesadas y veloces, solo aptas casi para semiautomáticas que reduzcan en el hombro su imponente retroceso, seco y duro en paralelas y superpuestas.
Otra de las costumbres que se ha impuesto en nuestro entorno es la munición de 40 y 42 gramos de perdigón fino, normalmente de los números 9, 10 u 11 para cazar sordas. La densa nube de perdigones que lanza hacia adelante, unos 2.040 en número 11, 1.288 en 10 y 860 en el 9, ayudará a barrer cualquier rama o arbusto que esté por delante, pero por el contrario su alta presión hará que el culatazo sea importante.
Algunos objetan que los contados disparos que se realizan durante la jornada de caza y la tensión del lance hacen olvidar el retroceso, pero cada vez más prefieren bajar a cargas más moderadas, de 36 o 34 gramos, para tirar con mayor tranquilidad a la esquiva y deseada sorda.