Pegados a un teclado
No tengo ni idea de dónde están leyendo estas líneas pero, gracias a Internet, ustedes tampoco saben dónde la escribí yo. Hasta hace unos años, tenían cierta certidumbre y era más que probable que yo hubiera juntado estas letras en una de las ya famosas traineras, que es como llamamos a las mesas alargadas y con ordenadores a ambos lados de la redacción de Deia. Pero Internet lo ha cambiado todo, también el modo en el que producimos las noticias y opiniones: ahora podemos teletrabajar y, si el guión lo exige, componer nuestros textos en medio de una caravana electoral, sin necesidad de llegar al periódico.
Pero hemos pagado un precio: vivir pegados a un teclado, un ratón y una pantalla, vivir acostumbrados a buscar enchufes y cobertura, vivir cargados con equipos cada vez más ligeros, es cierto, pero llenos de tapas que se abren de un modo extraño, extensiones y puertos. El resultado, además, no siempre mejora lo que lográbamos sin Internet.
Google permite hacer pesquisas sin levantarte de la silla giratoria, gracias a Facebook encontramos los vídeos del momento, con YouTube en 'La Sexta' se montan hasta dos informativos cada día y, ¿qué podemos decir de Twitter? A algunos redactores les permite lanzarse a los mayores atrevimientos solo porque lo han leído en una red social que nos ha llegado como un tsunami.
El llamado "periodismo ciudadano" merece un capítulo aparte. Evidentemente no sustituye a ningún profesional, pero sí nos obliga a hacer mejor nuestro trabajo: observar, detectar el fallo en el sistema, anticiparnos, contextualizar, y tirar de hemeroteca digital con más tino y antes de que lo alguien con tanta memoria como mala leche, y un blog.
De hecho, asomarnos a esa superbiblioteca que empieza a generarse y que nos permite acceder a noticias generadas directamente on-line es uno de los retos más estimulantes de esta era en la que nos toca defendernos. Al mismo tiempo, nos obliga a recordar que tenemos que abordar de un modo inminente e inevitable que la información que guardamos en esa ingente base de datos sea accesible. Estamos generando un monstruo que se alimenta de gigas de información, no toda útil, no toda bienintencionada, pero parece que insuficiente porque, al día siguiente, quiere más.
En cualquier caso, no se angustien, porque William Shakespeare dejó un mensaje en el s. XVI que perdura hasta hoy: "Toda nube no engendra una tempestad", por mucho que engordemos la recurrente "cloud" de Internet. Del mismo modo, no todo blog genera un medio, ni toda cuenta en Twitter es interesante. Tener un sitio web donde decirlo no significa que, por generación espontánea, tengamos algo que decir.
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