Pido prestada la palabra impresa en el muro para darle cuerda a esta crónica. En el texto de bienvenida que saluda al visitante de la exposición Laberinto de Juan Carlos Eguillor que se exhibe la Sala Rekalde que dirige Alicia Fernández, puede leerse, incrustada en el párrafo de salutación, una frase que dice algo así como “(...) en este cuento de hadas maléfico que es la vida (...)”. una idea que encaja en la figura del polifacético artista bilbaino. La muestra es comisariada por Garikoitz Fraga así que a él ha de atribuirse la elección d esta expresión que ayer llamaba la atención en la presentación del libro Yo soy Max Bilbao. Semblanza de Juan Carlos Eguillor escrito por Seve Calleja y presentado ayer por el escritor Alex Oviedo, en presencia del editor José Ramón Blanco (publica el sello Muelles de Uribitarte...) y del director de Cultura del Ayuntamiento de Bilbao, Iñaki López de Aguileta. A la sala fueron llegando, a cuentagotas, viejos amigos y gentes cercanas a Juan Carlos y a Seve, gente que, en ocasiones, han prestado su recuerdo para la obra.

“Esta no es una biografía”, dijo el propio Seve, “sino un testimonio afectuoso y afectivo de Juan Carlos”. espolvoreó la charla Seve con algunas frases intercaladas de la obra propia de la que destacaron varias. Destaquemos dos, por ejemplo. “Max Bilbao decidió entonces meterse en una caja y desaparecer” o “Las cosas son cómo él las pinta”. Se quejó, eso sí, de una estampa vivida en primera persona cuando yendo a por pan a la calle Jardines se dio de bruces con un guía que iba explicando, a quienes le acompañaban, “auténticas barbaridades sobre Eguillor, un hombre jovial y doliente”, descripción que llamó la atención a los presentes. A la hora de hablar de las fuentes que regaron el libro y la exposición, Seve recordó que las principales fueron los fondos del Koldo Mitxelena donde se guarda mucho del trabajo de Juan Carlos, los recuerdos de Carmen Eguillor y los recuerdos propios del escritor, que le conoció en las últimas horas de su vida

La cita recordó a una de esas reuniones de amigos que recuerdan a ese otro que se fue. Se diría que eran, en su inmensa mayoría, eguilloristas confesos. Entre ellos se encontraban el escritor Bernardo Atxaga, acompañado por Asun Garikano y Jone Irazu; Ibon Karibe, José Uribarri, José Antonio Nielfa, La Otxoa, quien solía recorrer el Casco Viejo con Eguillor, cantando de taberna en taberna; el escultor José Ibarrola, Antxon Urrosolo, viejo amigo de Juan Carlos, Teresa Querejazu, quien recordaba que la hoy tan hermosa sala Rekalde fue un edificio propiedad de la familia Delclaux; el médico humanista Ricardo Franco Vicario, Celina Pereda, Ritxi Ojembarrena, la actriz Esther Velasco, Alfonso Carlos Sainz de Valdivielso y un buen número de gentes cercanas a esta universo mágico y chiripitifláutico.

Todo eran saludos y, a la espera de que se presentase el libro, una visita exprés a la muestra, que recuerda a uno de esos gabinetes de curiosidades. No faltaron a la cita Julio Alegría, Mariapi Alza, Marino Montero, voz cantante de la Cofradía El Perro Chico, Eguillor eta Abar como medio para impulsar el conocimiento y valoración de este creador por parte de un grupo de amigos y conocidos del pintor; Isabel Izarzugaza, Lola López-Arkaute, Sonia Gaztanbide; el poeta Mikel Ortiz de Pinedo, Beatriz Marcos, Andoni Sebastián, Susana Escudero, Javier Urroz y un buen número de gente con añoranzas de aquella vida tan disparatada. Algunos de los presentes echaron de menos, por ejemplo, al cineasta Pedro Olea o al artista Daniel Tamayo y a otros viejos amigos que no pudieron llegar a la cita en la sala Rekalde. La obra de Calleja, ya les dije, recoge el testimonio de este y otros compañeros de vida de Juan Carlos. Testimonios y esa fragancia propia de los perfumes de París, algo extravagante y genial.