Fue una provocación mayúscula, una invitación a la reflexión más allá de los cánones tradicionales, una mirada hacia un futuro que está por ver. Fue un bailar sobre el alambre, un acto de valentía pura. ¿No me creen? Escuchen, de saque y volea como se decía antaño, el título de la conferencia-coloquio (con permiso para preguntar, quiero decir...): Cristianismo en una Europa poscristiana. ¿Acaso es el cronista un exagerado, un meapilas, también como se decía antaño? Enfoquemos bien la imagen. Quien se asomó al balcón fue el obispo de Bilbao, Joseba Segura, quien se expresó con crudeza –luego les cuento...– y a cara y corazón descubiertos en el turno de preguntas, algunas de ellas con sal y pimienta sobre las heridas. La ocurrencia de organizar algo así requería la fuerza del valor y amplitud de miras. El espíritu crítico de los librepensadores. Lo aportó el Club de Roma. O para ser más justos y precisos, el Grupo Vasco del Club de Roma que capitanea Mikel Etxebarria. Llamó a filas en la Sociedad Bilbaina y en esa institución logró colgar el cartel de aforo completo.

¿Cómo explicarles todo lo que sucedió? Colguemos en el tablón de anuncios la pregunta que abrochó la charla: ¿Qué hacemos con las iglesias? ¿ Las convertimos en discotecas? Para llegar a esa cuestión les espolvorearé un puñado de reflexiones del obispo que dejaron boquiabiertos –o cuando menos asombrados, inquietos o alarmados por lo escuchado...– a las personas asistentes. Habló Joseba de un humanismo en crisis, no solo el religioso; señaló hitos de una evolución reseñando que han sido dieciséis siglos, desde el siglo IV al siglo XX (con expectativas de desaparecer para no volver). Expuso la idea de que se debilita el Dios monoteísta, en tensión con el liberalismo y con la ciencia.

El obispo no cesaba en su retahíla de ideas. Elogió la encíclica Laudato si del Papa Francisco como una idea que va más allá que una defensa ecológica. Es un planteamiento de vida. Abogó por el cristianismo como una minoría significativa y, en muchos sitios, como una fuerza de resistencia. Admitió que el cristianismo crece en Álfrica y en América. Lanzó una frase para darle vueltas. “La civilización cristiana desaparece pero no llega en ese vacío al nihilismo sino vendrá otro sistema de creencias”. En realidad, para darle vueltas fue toda la conferencia. Un obispo del siglo XXI ¿El último?

Disculpen la revisión tan detallada de la charla pero es que no hubo un descansillo, ni un solo rellano en la charla. Hubo, eso sí, pasión y sentimiento y una idea de colocarse. De recolocarse. En fín. Digamos que a la cita acudieron María Luisa Romarate, Juan Luis Jiménez Brea, que tanto ha trabajado en la trastienda del Club de Roma; Ana Agirre, David Vidorreta, Pilar Arestio, Gloria Bermejo, Gaspar Martínez Fernández de Larrinoa, decano de la Facultad de Teología de Vitoria y una mente preclara; Mikel Badiola, Javi Mata, Mikel Burzako, Iñaki Anasagasti, Josune Ariztondo, Emilio Olabarria, Ruper Ormaza, Begoña Ocio, Alberto Cruz, Blanca Pérez, Ana López de Eguiluz, Marcelino Gorbeña; Andrea Vicario, María Pía Benedí y Belén Dávila en nombre de Randstad Interim; Gabriel María Otalora, Luciano Aspiazu, José María Ziarreta, José Joaquín Morales; quien fuera decano de la Facultad de Sarriko durante toda la implantación del plan Bolonia, Arturo Rodríguez; Izaskun Olabarria, José Ezkaray, Isabel Gondra, Andoni Pastor, Julia Diéguez, Jon Arrieta, Jon Armendariz, Iñigo Calvo, Begoña Nogueira y un buen número de gente apasionada –sobrepasó el centenar de asistentes...– que no sintió el temblor del bostezo por el sopor en ningún momento. Acabada la charla y el bombardeo de preguntas, la concurrencia pasó a las mesas de almuerzo de la Sociedad Bilbaina. Hablaban y no callaban de lo que acaban de oír. Se fueron dándole vueltas a esas palabras de Joseba.