OMO la imaginación es una materia prima que usa a diario la gente que crea, sabrá recibir un abrazo del pueblo vasco sin necesidad de que se escenifique el gesto. Ojalá fuese posible porque bien merecido lo tenían las cinco mujeres y los dos hombres que ayer recibieron, cada cual el suyo, los Premios Euskadi de Literatura en una ceremonia que tuvo lugar en Azkuna Zentroa y que fue presidida por el consejero de Cultura y Política Lingüística, Bingen Zupiria. Mientras sonaban unos acordes de violonchelo para darle arranque a la ceremonia una voz a la espalda lo pedía, sotto voce. "Oiga usted, señor letrudo, cuente que el trofeo es muy hermoso", dijo. Tenía razón. El bronce recrea un barco de papel surcando las páginas de un libro. Es precioso.

Para quien se gana la vida con la creación literaria sonaron mejor aún las palabras de Zupiria, sobre todo cuando enarboló la bandera de sus derechos. "Es un buen momento", dijo, "para recordar que estas obras, sean digitales o en papel, tienen detrás personas que las han creado, editado o ilustrado, y tienen derechos de autor. La creación no es gratuita. No debe ser a cambio de nada. Y esos derechos hay que defenderlos, garantizarlos, reconocerlos, velarlos y pagarlos". Si no fuese por la razón que les di antes, le habría abrazado y besado allí mismo. Sonó todo muy emotivo.

Ese pellizco, ese cosquilleo propio de los nervios que acompañan a la ilusión, estuvo presente en el hondón del alma de Karmele Jaio, Iñigo Astiz y Miren Asiain, ganadores de los Premios Euskadi de Literatura 2020 en las categorías de literatura en euskera, literatura infantil y juvenil en euskera, e ilustración de obra literaria; en Aixa de la Cruz, por su literatura en castellano; en la traducción al euskera, de Idoia Santamaría, y en los ensayos, en euskera y en castellano, de Uxue Alberdi y Borja Barragué. Vistos en conjunto, bien pudiera decirse que hablábamos de los Siete Magníficos de las Letras, dicho sea con permiso, primero, de Akira Kurosawa y sus Siete samuráis, y más tarde de John Sturges, director de la versión western, Los siete magníficos. Hay que pedir una segunda licencia de género, habida cuenta que, como les dije, por primera vez en la historia de los premios, que alcanzan ya su vigésimo cuarta edición, hay una inmensa mayoría femenina. Cinco a dos, en términos de simultáneo.

Fue una ceremonia íntima, acorde a los días que corren. Sin embargo, hubo una corte muy cercana a la literatura y la cultura en su extensión más amplia que se acercó a la celebración. En la cita estuvieron presentes el viceconsejero de Cultura, Andoni Iturbe; la directora de la promoción de la Cultura, Aitziber Atorrasagasti; la diputada de Cultura, Lorea Bilbao; el concejal bilbaino de Cultura, Gonzalo Olabarria; Iñaki López de Aguileta, Begoña de Ibarra, José Manuel Díaz, presidente del Gremio de Editores de Euskadi; Andrés Fernández, director de la Cámara del Libro de Euskadi; la directora de Emakunde, Izaskun Landaida, acompañada por Triku Villabella y la pequeña Lide Villabella; Juan Mari Larrarte, José María Sors, Bárbara Epalza, en nombre de Azkuna Zentroa, atenta a que todo fluyese; las jóvenes Carolina Díaz, Andrea Álvarez y Andrea Jiménez, que se asomaron de paso y un puñadito más de gente ilustrada que admira la literatura por encima de muchas otras cosas.

Para darle ritmo y son a la ceremonia, durante el acto se leyeron fragmentos de los trabajos premiados y la escena resultó poderosa, invocando a la vieja costumbre de las lecturas en común. Fue decírselo a alguien muy cercano y este me recordó los orígenes del nombre de los puros habanos Montecristo que, como sabrán, proviene de la lectura de la legendaria novela de Alejandro Dumas mientras las torcedoras daban forma al legendario cigarro puro.

El consejero Bingen Zupiria defendió los derechos de autor en la ceremonia de entrega de los premios Euskadi de Literatura

Idoia Santamaría, Borja Barragué, Uxue Alberdi, Aixa de la Cruz, Karmele Jaio, Miren Asiain e Iñigo Astiz recogieron sus premios