“Llegaron a mis manos más de 200 folios muy bien documentados. Había que hacer ese libro para que las nuevas generaciones conocieran lo que se está consiguiendo y tiene que conseguir”, reflexiona Juan Tomás Saéz, Pikizu, sobre el repaso de la realidad de las mujeres en Balmaseda a lo largo del siglo XX realizado por Aintzane Eguiluz. Un trabajo de investigación hace más de quince años “para el cual me abrieron el archivo y la casa de la mujer” sentó las bases para esta publicación, la número 42 a cargo de la editorial local Harresi.

El fondo documental municipal, “fotografías y testimonios”, como apunta el alcalde, Aitor Larrinaga, relatan la evolución desde el trabajo femenino en la industria, “las dificultades en la lucha por la igualdad” durante la dictadura, cuando ni siquiera podían acceder a una cuenta corriente sin permiso del marido, la entrada en la corporación de las primeras concejalas o el surgimiento de asociaciones de mujeres. Aintzane Eguiluz investigaba para su tesis sobre la fiesta barroca en el siglo XVII cuando dio con la figura de María de Zumalabe, “quien intentó enseñar a las muchachas de la villa” y posteriormente indagó en la trayectoria de la mujer en Balmaseda entre los siglos XVI y XIX pendiente de completar con el arco cronológico más contemporáneo. La información sobre estos periodos más lejanos es aún “escasa e inexistente”. En la Balmaseda decimonónica que resurgió de la mano del ferrocarril el papel femenino “se reducía a ejercer de sirvientas o costureras; hubo avances sociales, pero de poca consideración”. A principios del siglo XX “la enseñanza elemental las preparaba para ser esposas y madres” y hasta el momento trascendental de contraer matrimonio muchas se empleaban desde la adolescencia y a veces antes en Boinas La Encartada y Pealsa, en La Herrera, o en domicilios de familias acomodadas para contribuir al mantenimiento de la economía doméstica. Siempre relegadas, como muestra gráficamente una fotografía de la Pasión Viviente de 1913 en la que las mujeres asisten al paso de la comitiva desde los balcones, mientras que el lugar preferente a pie de calle en el casco histórico está reservado a los hombres.

En comparación con otras zonas de Bizkaia, la mentalidad de Balmaseda “estuvo bastante cerrada; en Meatzaldea, por ejemplo, intentaron organizarse y aquí estaban más aisladas en cuanto a comunicaciones porque de Bilbao se recibían menos influencias que de la Castilla profunda”, compara Aintzane Eguiluz.

La Guerra Civil y el triunfo de Franco deteriorarían todavía más la realidad femenina. Recuerdan la humillación a muchas que fueron rapadas y rociadas con aceite de ricino a modo de escarmiento y una vez cesó el enfrentamiento armado, el barrio de Tenerías se convirtió en uno de los centros del estraperlo con el que intentaban paliar el hambre y las estrecheces económicas.

Trabajo y educación

La mitad de la década de los años cincuenta marcaría un punto de inflexión hacia una mayor prosperidad económica donde las mujeres “acudieron en masa a fábricas y talleres”. En los sesenta “se emprendieron mejoras urbanas y creció la actividad comercial” con el auge del mueble. Balmaseda llegó a contabilizar más de 150 empresas del sector, en las que a las mujeres se les encomendaba, entre otras tareas, la de barnizar las piezas. A pesar de todo “primaba el trabajo doméstico y debían llevar a cabo labor social para obtener su pasaporte”, señala Pikizu. Con la instalación de la academia Almi la población femenina “por primera vez pudo aspirar a otro tipo de empleo” y con la llegada del instituto “se generalizó su acceso a la enseñanza Secundaria”. La entrada en las casas de los electrodomésticos facilitó las labores, como se aprecia en una imagen de antiguos lavaderos.

La instauración de la democracia coincidió con una crisis económica mundial “con un paro masivo que expulsaba del mercado laboral primero a las trabajadoras”. En los años ochenta “las amas de casa comenzaron a movilizarse y acudir a cursos de formación”, una inquietud de la que nacería la asociación de mujeres de Balmaseda, Zoko Maitea, en 1992. A partir de esa etapa se conquistarían “las mayores aportaciones sociales” recogidas en actividades impulsadas desde el Ayuntamiento como concienciación sobre la violencia machista.