juegos MOBA quedada en Valencia Liher Méndez MoralejoAsier Goikoetxea, Aketza DíezMarkel Alonso

“No hay mucha diferencia. Fue extraño porque, como estuvimos tanto tiempo jugando juntos, cuando llegamos allí nadie tenía la sensación de estar conociendo a alguien, sino que todos teníamos la sensación de que ya nos conocíamos, que era normal que estuviéramos juntos. Fue increíble. Algunos que estaban ahí decían. ¿Quién queda?”, rememora Liher, quien añade que, a tenor del clima de la reunión “parecía que llevabas allí toda la vida, que estás en casa, como cuando nos sentamos delante del ordenador. Cierto es que, claro, luego te va a recoger al aeropuerto un chico que casi te saca la cabeza y al que tú por el ordenador no te imaginabas así y vuelves a la realidad”, apunta este administrador del chat del grupo donde habitualmente coinciden más de 25 personas, “aunque en el grupo de juego en estos momentos hay casi 150 que se conectan más o menos habitualmente para jugar”, señala Liher.

Sin embargo, la cita de Valencia transcurrió off line. “Durante la semana que estuvimos alquilados en un chalé de Lliria nadie tocó un ordenador ni para mirar las presiones del tiempo. Si querías ver qué día hacia te asomabas a la ventana. Allí estábamos de fiesta. De hecho, no nos movimos de la casa, que encima tenía piscina”, señala este joven que sostiene que hay una “cierta demonización de la gente que pasamos varias horas en el ordenador jugando, demasiadas según algunos”.

“¿Y qué?, se pregunta Liher, quien plantea, que ¿si estuviéramos cinco horas seguidas leyendo estaríamos hablando de lo mismo, diríamos lo mismo? Lo que pasa es que jugar a videojuegos está un poco satanizado porque luego un oficinista se pasa ocho horas delante de un ordenador y no ocurre nada porque teóricamente no está perdiendo el tiempo. Para mí, jugar a un videojuego no significa perder el tiempo”, sostiene este joven jarrillero de Repelega.

Aprendizaje

Para Liher y sus amigos del grupo, “el juego es una forma más de aprender, como cuando voy al gimnasio o a clase. El juego exige agilidad mental, destreza visual, concentración, ... “Yo ahora tengo unos reflejos que es increíble. A mí se me cae el móvil y lo cojo al vuelo. Parece una tontería, pero también es importante”, razona este joven, matizando que “el problema no son las horas que pasas delante del ordenador, sino los hábitos de esa persona. Tú puedes sentarte ahí un montón de horas y no tienes porqué ganar peso o perder salud, ni nada. El problema radica en cuando estás jugando al ordenador y tienes al lado una bolsa de ganchitos, te has comido un bocadillo y tres donuts, pero si llevas una dieta equilibrada no vas a engordar ni nada. Vas a tener una vida como otra cualquiera en la que puedes aprender otras cosas. A mí, por ejemplo, me ha servido para mejorar notablemente mi nivel de inglés a nivel de comprensión”.

Liher está convencido de que la creación de este grupo es un ejemplo de que en Internet no solo lo habitan hackers y mala gente, sino que cuenta con aspectos muy positivos no solo de ocio sino también de aprendizaje y de relación. “Básicamente, nuestra historia comenzó cuando estábamos en primero de Bachillerato. Un día, en el patio, un compañero nos oyó hablar en el recreo de un juego al que jugábamos varios amigos y se unió al grupo. Resulta que este chaval conocía a varias personas en Valencia con las que se relacionaba en Instagram, les habló del grupo y se fueron sumando, lo mismo que otras personas de otras partes. Nos fuimos conociendo a través de los juegos que practicábamos y en eso llegó el confinamiento de la pandemia”, resume Liher, quien cree que el coronavirus representó un punto de inflexión en la profundización de esta relación interpersonal.

“Claro. No había mucho que hacer, lo que nos permitía estar muchas horas jugando al día. Al final parece una tontería, pero son muchas horas con unas personas que se juntan para jugar y para compartir cosas a través de Internet porque en la red no sólo existe mala gente. Si solo hubiera mala gente yo también lo sería”, señala Liher, quien subraya que los miembros del grupo son todos prácticamente de la misma edad. “Salvo Mihai que tiene 23 años y esta cursando un grado de ayudante de laboratorio. En el resto del grupo la mayoría abarcamos de 18 a 19 años y hay varios que están estudiando diversas ingenieras, otro empieza a trabajar con su padre en un taller mecánico y luego yo, el único de letras que curso Filología Inglesa”, describe el joven, que estas Navidades compartió mesa y mantel en Nochebuena con el ucraniano Danyl Kamalov. “Desde que volvimos ya planeamos la quedada de este verano. Seguramente repetiremos en Lliria. Ya lo conocemos y el sol está asegurado”, plantea Méndez.

‘Gamers’ de procedencias muy diversas, como Bizkaia, Barcelona, Letonia, Ucrania o Rumanía se encontraron en Valencia

Lamentan que se tienda a demonizar a los jugadores cuando la tecnología puede ayudar a desarrollar diferentes destrezas