“Dentro del miedo en el cuerpo que teníamos, no nos quedaba otra más que seguir alimentando a los animales, sacar la leche y hacer el trabajo habitual”, recuerda Manuel Tellería. En el fondo, sus trayectos de apenas siete minutos “de casa al trabajo y del trabajo a casa” poco diferían de sus costumbres antes de la declaración del estado de alarma el 14 de marzo, pero sí han multiplicado las precauciones y ha menguado el contacto social fuera de Granja Maribel, que comanda con su mujer, Maribel Herboso. La explotación ha sido galardonada como finalista en el apartado de ganadería en los últimos premios a la excelencia Laboral Kutxa-Lorra.“Viene la gente imprescindible: a recoger la leche, el que suministra el pienso, el veterinario en momentos puntuales y, aparte de eso, ninguna persona ajena a nosotros; reina el silencio”, describe Manuel. Y es que “nadie, ni los que ya peinamos canas hubiéramos imaginado una ola gigante como la que nos ha pasado por encima”.

Manuel trabajaba como técnico controlador de BIFE, la asociación de vaca frisona de Bizkaia, pero el tiempo “no me alcanzaba para todo”. Dio un paso al frente en el año 2000 para consagrarse a la ganadería consolidando con nuevas instalaciones la granja familiar, que hoy cuenta con cerca de cien cabezas de vacuno adultas y veinte novillos. Desde hace once años “disponemos de un robot de ordeño que funciona las 24 horas”. Suministra el pienso “para estimular” a los animales, a razón de tres veces por vaca al día. La tecnología les da un respiro en las labores, y permite aumentar la producción. La producción anual ronda los 950.000 litros “que vendemos a través de SAT Valle de Karrantza.

“Aquí siempre tenemos algo que hacer”, interviene Maribel Herboso, lo que les dificulta poder coger vacaciones y cuando lo hacen “llevamos el teléfono encima” por si se presentan imprevistos. Se puso en marcha un programa de sustituciones, “pero poca gente estaba dispuesta a participar y hay que conocer el funcionamiento de las explotaciones”. En su casa el despertador suena a las 6.30 horas. Se dirigen a la granja haciendo un alto para comer a las 14.00 y por la tarde regresan entre las 17.00 y las 20.00 horas, “de lunes a domingo, de Año Nuevo a Nochevieja”. “Así lo hemos vivido. Es totalmente vocacional y lo llevamos con tanta ilusión...”, admite Maribel, pese a que “el relevo generacional no está garantizado; a veces los hijos no quieren los negocios de los padres porque buscan sus propias alternativas”, añade Manuel.

Volver a los pueblos

Quizás la mirada a los pueblos propiciada por el coronavirus cambie las perspectivas. “¡Ya me gustaría...! Es curioso, porque estamos viendo cómo la gente acude más a las zonas rurales como si pareciera que estamos a salvo de la pandemia, y es cierto porque no vivimos en el foco de núcleos más poblados que a priori puede ser más proclive al contagio. El miedo es libre”, analiza Manuel, quien también repara en “vecinos nacidos en Karrantza que se habían mudado a la ciudad, aquí arreglaron la casa de sus padres, solían venir -en fines de semana o vacaciones- y han pasado el confinamiento en el pueblo tan tranquilos y tan a gusto”. Sin duda, “esto es un antes y un después, pero no va a cambiar el mundo, se nos va de la memoria fácilmente lo que hemos padecido”. Y en nuestro modo de vida prevalecen “consumir, viajar, distracciones que no abundan en el mundo rural, ya que las conexiones no son las que debieran y estamos alejados de los cascos urbanos, aunque los urbanitas valoren naturaleza y tranquilidad”.

Si algo de positivo extraen de esta crisis “y en casa lo hablamos a menudo”, es “lo orgullosos que nos sentimos de nuestro trabajo”, esencial al abastecer de productos de primera necesidad. “Cuando ves a la gente en los supermercados cogiendo las cosas básicas dices: yo soy uno de los que produce” y les gustaría “que el consumidor o quien corresponda se diese cuenta de que realmente formamos un eslabón importante de la cadena alimentaria y de que el sector primario cumple un papel fundamental”. Sin embargo, “enseguida se nos olvida todo y parece más importante tomar una cerveza en una terraza o ir la playa”.

En el plano más práctico no consideran que el covid-19 vaya a alterar sus pautas de trabajo. “El sector ya está muy profesionalizado, lo hacemos prácticamente de memoria. Ya estamos vacunados para las exigencias a nivel autonómico, nacional y la normativa que viene de Bruselas, sabiendo que hay que hacer las cosas bien, esto ha evolucionado muchísimo, pero este varapalo no nos afecta en el sentido de que la profesionalidad va en el ADN”, argumenta Manuel. “Nos mantenemos al tanto de todas las precauciones que iba dictando la administración, con guantes, desinfectando los puntos críticos, como el teclado de las máquinas o las escaleras para subir al tanque de leche. A medida que nos acostumbramos, va todo ya por inercia”, detalla. Las visitas de personas ajenas a granja Maribel “están restringidas totalmente, nada de comerciales ni extra que no sean las elementales, y así hasta el día de hoy”. Y si resulta imprescindible, “el que venga deberá llevar guantes y, mascarilla”.

“Nosotros nos jugamos mucho, somos una explotación familiar. Al final si nos contagiamos, no quisiera yo pensar qué podría haber pasado en cuanto al cuidado de los animales...”, plantea. En el segundo mes del confinamiento “ya nos tocaba una labor más de agricultura y nos hemos tenido que mover un poco más”, siempre sin relajarse.

Otro galardón comarcal

Hubo otro finalista encartado en los premios de Lorra: Artzentales-EKO, una empresa familiar instituida en 2012 gestionada por Borja López desde ocho hectáreas de terreno en el barrio Górgolas de Artzentales con un catálogo superior a los 250 productos diferentes, como el guisante de lágrima, cebolla morada de Zalla o tomate de distintas variedades. Comenzó preparando cestas semanales a familias de Bilbao, Ezkerraldea, Eskuinaldea y Enkarterri y está en los mejores restaurantes.