Güeñes - Ziortza Laiseka camina por un parque junto a su inseparable amigo, Bizkor. Hace doce años ya hubo en su vida un perro llamado igual que le caló tan hondo que desde entonces ha repetido el nombre varias veces para tenerle siempre presente. Así que “es como los pelotaris, como los Papas...”, bromea. Cuando encontró al primer Bizkor vagando por las calles de Sodupe, no dudó en acogerlo en su casa pensando que tal vez se había desorientado y sus dueños lo reclamarían tarde o temprano. Dio el aviso a la Policía Municipal y esperó. Transcurrieron los días y nadie se interesaba por él. Un mes después, al expirar el plazo legal, lo adoptó dando vueltas en la suerte de otros canes abandonados. Así nació en noviembre de 2006 la protectora de animales AMPA Elubarri.

“Era un perro paciente, tranquilo, encantador” que vivió una década junto a Ziortza. Nadie hubiera adivinado que había sufrido el trauma de verse expulsado a buscarse la vida, al contrario que otros casos con los que se han topado después ella y otras amigas que se le fueron uniendo imitando su ejemplo. Gemma Cruz, Maialen San Pelayo y Naiara Fuente también empezaron a rescatar perros de la calle y dotar de una estructura más organizada al proyecto que nacía. “Nos dimos cuenta de que debíamos constituirnos legalmente como asociación si queríamos que esto funcionara en condiciones”. En enero de 2009 registraron la asociación protectora de animales Elubarri.

Camino de diez años de oficialidad, tienen mucho que agradecer. Sobre todo, “a la veterinaria de Sodupe, María Zalbidea, sin cuya ayuda no habríamos llegado hasta aquí”. Junto a la cada vez más extensa red de colaboradores de Elubarri, compuesta por “gente que nos conoce y enseguida se ofrece a ser casa de acogida”. Los casos más excepcionales de los que no pueden hacerse cargo los derivan a la residencia canina Kadagua, de Gordexola. Ahora mismo tienen en acogida a Bizkor, Bella y su cachorro, “al que no hemos bautizado para que lo hagan quienes se hagan cargo de él”, de raza mestiza, la hembra de mastín Yun, “la que más tiempo lleva con nosotras” y la Yorkshire terrier Neska, “cuyo chip está registrado en Andalucía, aunque no sabemos en qué circunstancias llegó a Sodupe”. Además, no se olvidan de un escurridizo amigo en la calle: Urri, “un perro vagabundo que alimentamos desde hace dos años y que nos imaginamos que ocultará su propio trauma porque no deja que lo cojamos y suele esconderse”.

Desde la AMPA Elubarri hacen todo lo posible por evitar que esta triste historia se repita en otros animales. Impulsan mercadillos, sorteos o campañas de concienciación “para incidir en la idea de que un perro no es un regalo ni un peluche” e informan sobre la esterilización. Porque perciben que a veces se traspasa la responsabilidad a las protectoras con la idea de que “ya encontrarán una solución” cuando no pueden quedarse con la camada. “La primera vez ayudamos; después, ya no”, aseguran con firmeza. Y notan ciclos en determinadas épocas del año. “En verano aumentan los abandonos y en Navidad, las adopciones”. Cuando hablan con los interesados en recoger a alguno de los perros de acogida “les decimos todo, lo bueno y lo malo, nos ponemos en lo peor para que contemplen todas las situaciones”.

Un perro atraviesa por diferentes fases vitales, como explicaron en las charlas organizadas a principios de mes en colaboración con la agrupación La brújula canina. “Entre los tres y los cuatro meses lo normal es que lo muerdan todo. De siete a ocho meses no mantienen control sobre sí mismos. Con algo más de un año suelen desarrollar miedos a los coches, los ruidos...”, describe Ziortza. Por poco que los canes permanezcan con ellas, les toman cariño y cuesta despedirse. Quizás por eso todavía no han elegido nombre para el cachorro de Bella, en un intento de guardar distancias para sobrellevar mejor la separación. Pero si salen de las alas protectoras de Elubarri a hogares donde les den cariño merece la pena.