Apoyos escolares, ayudas en la alfabetización de personas adultas, consejos ante conflictos familiares o educativos... Son algunos de los gestos gigantescos del servicio de intervención socioeducativa y psicosocial de Leioa, conocido como EISE, que trabaja, principalmente, con la infancia y la familia, y que cumple 30 años. Seis educadores y una psicóloga forman parte, en la actualidad, de un equipo en el que los voluntarios son una pieza indispensable. En estas tres décadas de andadura, más de 100 personas han ofrecido su corazón de manera generosa. En 2019 había 22 voluntarios; en 2020, el año que marcará nuestras vidas, el número creció hasta 31. La leioaztarra Garazi Cañadillas es una de las que conjuga el verbo dar en primera persona. Volcada y con vocación, enseña castellano a un grupo de mujeres de origen extranjero, pero no solo eso, porque con distintas actividades consigue que su autoestima engorde, que se rían, que socialicen más y que se sientan mejor.“Hemos querido aprovechar este aniversario para agradecer la labor de todas las personas voluntarias”, destaca el alcalde leioaztarra, Iban Rodríguez. El EISE atiende a todas aquellas familias con hijos menores de edad que pasan por una situación de dificultad y que pueden requerir de un apoyo socioeducativo para poder seguir afrontando sus funciones de padres y madres de una manera adecuada: hijos adolescentes con problemas, divorcios difíciles, absentismo escolar... La intervención puede ser tanto individual como grupal o, incluso, comunitaria. El pasado año, con un funcionamiento atípico, fueron 290 los usuarios de este servicio, pero es que, en 2019, la cifra rozó los 370. “El EISE es un refugio para muchos menores”, ilustra el concejal de Acción Social, Juan Carlos Martínez. También lo es para sus madres. Más de la mitad de las personas atendidas habitualmente son mujeres -y el 60% nacionales-. Con ellas trabaja, precisamente, Garazi, estudiante de Educación Social y voluntaria desde hace dos años. “Las mujeres de ciertos países, normalmente, están muy invisibilizadas y se ocupan de la casa y de los niños. Así que la alfabetización en castellano les cuesta muchísimo. Empezamos con unas clases para madres migrantes del municipio de Leioa y fue súper chulo. Era un espacio seguro en el que dejar la vergüenza a un lado, desestresarse y practicar el idioma. Luego, fuimos implementando escritura, lectura... Es decir, comenzamos a trabajar todos los aspectos de la lengua. Fue muy bien, se animaban a venir y lo recomendaban a amigas; el grupo fue creciendo”, rememora Garazi.

A la par, fueron aumentando las ganas de cruzar más metas. “Los educadores y los voluntarios vimos que seguía habiendo una carencia e implementamos actividades manuales y, así, gracias a esta expresión, tenían un espacio de juego en su día a día, porque siempre están siendo esposas de o madres de y, al final, ese momento para el autocuidado tan importante e imprescindible no lo tenían. Hacíamos manualidades básicas para reírnos. Al principio, les daba vergüenza, decían que no sabían hacerlo... Luego, hemos ido sumando dificultades y ahora intentamos hacer cosas medianamente útiles, por ejemplo, hacemos mucha decoración para que puedan llevársela a casa y presuman de ello”, describe esta voluntaria.

El grupo, formado mayoritariamente por mujeres de Marruecos, Senegal y Nigeria, fue subiendo más escalones y avanzando hacia un mayor bienestar. “Antes de la pandemia, empezamos a hacer una vez al mes un taller de cocina. El gaztegune de Leioa nos ofrecía poder reservar la cocina, así que íbamos todas allí con los platos ya decididos, que eran los típicos de sus países o de la gastronomía vasca y española. Iniciamos el taller con una porrusalda y terminamos con pollo con arroz senegalés”, sonríe esta leioaztarra. “Es un taller que las mujeres esperaban con ganas, porque aparte de aprender recetas nuevas, les servía mucho para socializar y creo que es una buena herramienta para llegar a conocer personas. Era muy interesante verlas porque adquirían diferentes roles, en clase igual una era más tímida y aquí más lanzada. Nos ayudó mucho porque, al principio, no se relacionaban mucho entre ellas, pero luego eso fue cambiando. Ahora no lo podemos hacer por la distancia de seguridad y por el hecho de que hay que compartir los utensilios, pero esperemos que dentro de poco podamos volver, porque era muy beneficioso para ellas”, concluye la profe.