El majestuoso órgano de la iglesia San Nicolás de Bari, testigo de la historia desde 1908, será acariciado el próximo sábado por las manos de Andoni Andrada, un joven de 21 años que cursa estudios profesionales en el conservatorio de Moscú. El instrumento tan querido por la parroquia -fue restaurado en 2019 por iniciativa de feligreses y melómanos, con la ayuda del Ayuntamiento de Getxo- vive una segunda o, más bien, tercera o cuarta juventud y, además, la asociación Amigos del órgano merklin de San Nicolás de Bari programa conciertos para sacar más brillo a esta joya. Es por ello que el sábado (19.45 horas) actuará Andoni, madrileño de nacimiento, pero de padre y madre de Ezkerraldea y familia en Getxo. Un organista pasional, que se guía por sus impulsos y sentimientos y que, seguro, dejará su huella en el panorama musical.

“Este órgano es una maravilla. Es muy rico en lengüetas, lo que hace que el sonido engorde de una manera espectacular y se pueden hacer grandes contrastes y dinámicas. Y las dimensiones de la iglesia hacen que la sonoridad más plena del órgano llene el espacio e, incluso, lo supere. También, las piezas íntimas se escuchan perfectamente. El órgano tiene una claridad de sonidos que me impresionó mucho cuando lo toqué por primera vez, justo cuando acababa de ser restaurado”, explica el músico, “muy agradecido a la asociación, especialmente a Txema Batarrita, por la labor organizativa de este concierto y por la acogida tan cálida” que ha recibido en la parroquia.

Este joven de la sierra de Madrid no ha podido regresar a Moscú desde el pasado verano debido a la pandemia y este curso, el cuarto, lo está haciendo de manera virtual y también “con grabaciones que envío a los profesores y hablando por teléfono”, indica. “Es una atención muy cercana, el contacto es muy familiar con ellos”, destaca este artista que tomó la decisión de ir a estudiar a Rusia “de una manera espontánea”, confiesa. “No sabía ni lo que hacía, realmente. Sentía que tenía que ir, pero no sabía por qué. Es cierto que desde que empecé a tocar el piano, desde los 6 años, he tenido profesores rusos. Pero pasé un año allí y ya comprendí qué hacía en Moscú. Una cosa es acostumbrarse al clima, la comida, el idioma… que es lo de menos al final, y otra es entender qué haces allí, a 7.000 kilómetros de tu casa. Como músico y como persona, he aprendido y he crecido muchísimo, he desarrollado muchos campos que ni yo conocía de mí mismo, y en el ámbito musical, he encontrado a mis profesores. Yo fui por el piano, pero hice órgano desde el primer curso, conocí a ese profesor y con él me he quedado, porque es una persona muy especial para mí”, comenta. Así que él estudia piano, pero también recibe clases de órgano. Y es que el conservatorio es “muy abierto”.

Predestinado, también

Pero su idilio con el órgano ya había comenzado antes y también por ese tipo de impulso sentimental que le dirigió hasta Moscú. “A los 15 años, empecé a interesarme por el órgano, también de una manera espontánea: sentí que tenía que acercarme al órgano y ya está. No voy a contar que entré en una iglesia y me quedé fascinado, porque yo a misa no iba, y tampoco lo escuchaba en conciertos o grabaciones. Yo me guié por lo que sentía. Fui haciendo algún curso y cuando empecé en Moscú y conocí al profesor ya fue lo definitivo”, traslada. Y allí, en Rusia, este instrumento tiene numerosos seguidores. “No tiene esa connotación litúrgica, allí no hay órganos en las iglesias ortodoxas y se ha tomado como un instrumento de concierto. Aquí está bastante asociado a misa y a aburrido; es el gran desconocido y la gente no tiene siquiera oportunidad de conocerlo”, considera. El sábado ayudará a cambiar todas estas percepciones.

“Este órgano es una maravilla; tiene una claridad de sonidos que me impresionó mucho”

“La decisión de ir a Moscú fue espontánea; sentía que tenía que ir, pero no sabía por qué”

Pianista y organista