- Desde la selva Amazónica del Coca, en Ecuador, la durangarra Iraide Donaire sigue estando muy cerca de los suyos, escuchando y acompañando a sus familiares y amigos en estas semanas de incertidumbre y crisis sanitaria por el covid-19.

A sus 27 años, la joven misionera explica que con el paso de los días se fue dando cuenta de que "la distancia no es ausencia" y que su decisión de emprender el camino como misionera laica hace ocho meses podía suponer el distanciamiento físico, pero no el espiritual. Por eso, desde hace unas semanas vive con intensidad las informaciones que le van llegando sin descuidar las diversas luchas de su día a día al otro lado del charco en el Vicariato Apostólico de Aguarico.

Asegura que al principio, con los casos de China e Italia, no era consciente de la gravedad de la pandemia, pero ahora la situación es totalmente distinta y que "antes de que el coronavirus se empezase a escuchar por Ecuador ya empecé a ver, lo que venía con más seriedad por las situaciones que se estaban viviendo en Madrid y en Bizkaia".

Por el momento, la expansión del virus en Ecuador, superando los 1.627 casos y 41 muertos a fecha de ayer, se está intentando controlar también con medidas restrictivas para la libre circulación, material de protección e intentando trabajar virtualmente, pero Iraide comenta que "el riesgo de contagio sigue estando latente y se dice que en las próximas semanas estaremos con los picos más altos de la pandemia en Ecuador".

Sin embargo, asegura que no ha pensado en adelantar su viaje de regreso por esta circunstancia. "Tengo pensado volver en verano del 2021. Por la situación que estamos viviendo me han hablado de gente que ha tenido que volver, pero quiero ser coherente con el compromiso que adquirí con las Misiones Diocesanas Vascas cuando decidí venir a la misión y ahora mismo estoy en mi casa".

Sus retos del día a día están relacionados con las diversas necesidades sociales que van surgiendo en la ciudad del Coca. Entre otras actividades, colabora con la Casa Paula, donde acogen a mujeres, a sus hijas e hijos y adolescentes que han sido maltratadas, realiza visitas a personas enfermas al hospital, acompaña a personas refugiadas y en riesgo de exclusión social y lucha con las comunidades afectadas por la contaminación del basurero y la creada por las empresas petroleras que contaminan la tierra, el agua y provocando infecciones en la piel, cáncer y problemas respiratorios.

Un actividad frenética que no ha cesado y que coincide con una crisis sanitaria sin precedentes. Una nueva situación que Iraide está viviendo como "una oportunidad para parar, estar, encontrarme conmigo, con las demás y con la naturaleza". Afirma que cada día que va pasando ha podido ver y sentir que "el parar da miedo a las personas", pero se muestra convencida de que puede servir para aprender y conocerse, sin importar la cultura, credo, raza, clase u orientación sexual de cada uno". Su mensaje es que "vivamos un tiempo de parar, de ser y contemplar la vida con amor y esperanza para todo el mundo".