I el arquitecto bilbaino Secundino Zuazo hubiera llevado a cabo su Reforma Viaria Parcial del Interior de Bilbao, la capital vizcaina sería hoy otra totalmente distinta.

Este año se cumple un siglo de la presentación de proyecto urbanístico que quería conectar el Casco Viejo de la villa con su Ensanche en crecimiento, dotar a la ciudad de unos rascacielos de oficinas y un nuevo ayuntamiento y generar un entramado viario a caballo entre Chicago y París. Una propuesta que pretendía a la vez sanear el viejo entramado de las Siete Calles y mejorar así desde un aspecto higiénico tanto sus edificios como sus estrechas calles y cantones.

Según se recoge en los planos y dibujos del proyecto urbanístico publicados en un libro por el Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Bizkaia (Coaatbi), la actuación en la parte vieja era osada y disruptiva. Planteaba la creación de una gran bulevar de 20 metros de ancho que, iniciándose donde ahora comienza la calle Correo en El Arenal, transcurriría en línea recta hasta los aledaños de la Iglesia de San Antón. En total, la Avenida central, como la bautizó Zuazo en su documento, se prolongaría a lo largo de 460 metros y sin duda sería una gran arteria comercial al estilo de la contemporánea Gran Vía.

La Basílica de Santiago tendría un protagonismo especial y espacial ya que se dejaría libre de edificaciones todo su entorno, generando un amplio espacio público, que serviría de rótula para la otra gran arteria prevista, denominada en los planos como avenida A. De 175 metros de largo y una anchura de quince metros, similar a la de las avenidas del Ensache, esta artería transcurría desde la portada del edificio religioso hasta el puente de la Merced.

Entonces no había sensibilidad alguna por los edificios antiguos y lo que suponía de historia viva el Casco Viejo. Así que la generación de estas dos grandes arterias que iban a oxigenar el Bilbao más tradicional implicaba el derribo y/o la expropiación de edificios ubicados en 283 fincas sitas en diez calles diferentes suponiendo, además, atravesar directamente cinco manzanas completas. Los derribos dejarían solares libres para ser reparcelados y generar un total de 60 terrenos lindantes con los espacios liberados donde construir edificios de nuevo cuño. El resto del entramado de la Siete Calles se mantendría adaptándose a la nueva distribución generada por la intervención urbanística.

Con esta operación urbanística Secundino Zuazo quería que la parte vieja se pareciera más a la nueva, pretendía fusionarla de una manera más uniforme con el ensanche moderno de la villa al otro lado de la ría que para entonces ya alcanzaba la mitad de su desarrollo previsto. Pretendía conseguir comunicaciones más fluidas entre ambos núcleos para acabar con la competencia creada entre el nuevo centro, residencial y burgués, y la ciudad antigua, comercial y portuaria, a la que quería devolver su carácter de centro urbano que el Ensanche estaba dispuesta a arrebatarle.

Por eso propuso tres intervenciones clave. La primera, ensanchar hasta los 30 metros el puente de El Arenal, conocido entonces como de Isabel II, para dar continuidad a la nueva avenida que iba a llegar del Casco Viejo y se prolongaría hasta la plaza Circular. La segunda, crear un frente edificatorio ante la ría en el triángulo formado por el propio cauce y las calles Buenos Aires y Navarra. La tercera, construir un nuevo Ayuntamiento para la villa en los actuales jardines de El Arenal.

Todo ello junto a los nuevos edificios en altura que se preveían construir en el frente de El Arenal conformaría una transición urbanística adecuada, según aseguraba el arquitecto bilbaino.

Destacan esos elevados rascacielos de 20 plantas en casi 60 metros de altura, muy estilo Chicago de la época, que se asentaban mirando al muelle de Ripa. Iban a ser cuatro pesados bloques para oficinas, con una cubierta común, que conformaban una manzana entre la calle Buenos Aires y la ría. Otro bloque más modesto en altura completaría hasta el Puente del Ayuntamiento la fachada de la ribera, la cual presentaría a sus pies un muelle de Ripa con dos niveles. El inferior aglutinaría los usos de carga y descarga de las embarcaciones que operaban entonces a esta altura del Nervión, mientras que la parte superior quedaría en exclusiva para peatones y transporte urbano.

Otro edificio consistorial

En cuanto al edificio del Ayuntamiento no está claro que fuera necesario una nueva sede municipal sobre todo teniendo en cuenta que la actual entonces, y ahora, había sido inaugurada solo tres décadas atrás, en 1892. Aún así el diseño que muestran los dibujos es espectacular, con una planta rectangular que dejaba todavía superficie suficiente para mantener unos dignos jardines públicos en El Arenal y sobre todo esa aguja esquinera de una altura impresionante y que rivalizaría con la de la basílica de Santiago.

En cuanto al paso sobre la ría sería necesario casi su reconstrucción integral ya que su anchura, que iba a permitir hasta seis carriles para la circulación del tranvía y los incipientes vehículos a motor, además de sendas aceras peatonales, obligaría a construir nuevos apoyos tanto en el cauce como en las orillas.

Pero al final, no pudo ser. Y como siempre la razón fue el dinero y eso que en aquella época de inicio de los felices años 20 del siglo pasado Bilbao y su boyante burguesía empresarial protagonizaba una clara expansión económica. Tanto creía Zuazo en su proyecto que incorporaba un estudio que avalaba su viabilidad financiera. Pero eran muchas pesetas de la época sobre todo para asumir el gran paquete de expropiaciones necesarias, además de ejecutar unos edificios que, aunque se iban a desarrollar en sucesivas fases, suponían un desembolso muy elevado.

Visto un siglo después el proyecto puede gustar más o menos pero, sin duda, si se hubiera ejecutado, hubiera tenido un impacto urbano trascendental en la ciudad, equiparable a la última actuación en Abandoibarra, y que hubiera abrazado de manera inequívoca los dos Bilbaos que se enfrentaban entonces.

Impronta. Secundino Zuazo nació en Bilbao pero desarrolló toda su carrera en Madrid hasta que la llegada del franquismo lo exilió a las Islas Canarias. Fue un arquitecto que bebió de las fuentes arquitectónicas y urbanísticas de la época allí donde se generaban ya que fue un viajero empedernido con la intención siempre de aprender. Desarrolló distintos planes urbanísticos en diversas ciudades de la península y dejo su firma en varios edificios con diferentes estilos. En Bilbao, su impronta se pueden ver hoy en día en la sede central de Correos (1927), ubicada en la alameda de Recalde, y el edificio del antiguo cine Consulado (1950), sito en alameda de Urquijo. También fue el autor del frontón Jai-Alai de Gernika, construido en 1962.

Unas Siete Calles modernas. El plano del proyecto de Zuazo desvela un Casco Viejo mucho más holgado donde las dos avenidas suponen ademas la construcción de nuevas manzanas de edificios de viviendas y complementar las que iban a quedar mutiladas. El bulevar central se prolongaría casi medio kilómetro de largo atravesando el conjunto histórico y generando un corredor comercial muy potente. Destaca el enorme espacio público que se iba a generar en torno a la catedral de Santiago en el que iban a desembocar ocho arterias urbanas convirtiéndola en el centro neurálgico de la zona.

La reestructuración del Casco Viejo hubiera supuesto la expropiación de 283 fincas con viviendas ubicadas y atravesar cinco manzanas

El proyecto hubiera permitido abrazar el incipiente Bilbao del Ensanche con las viejas Siete Calles, enfrentados entonces por su centralidad