JUAN Carlos Márquez nació en el barrio bilbaino del Peñascal un 17 de enero de hace 45 años. Según le contaron sus padres, aquel día nevó tanto que “no se podía ir al hospital”. Así que nació en casa, algo de lo que se siente muy orgulloso. También de haberse criado en un barrio compuesto fundamentalmente por “familias emigrantes”, aunque muchas de ellas han vivido “colgadas” sobre la ladera de un monte y cerca de una cantera. Pero una de las cosas que más le ha marcado a Juan Carlos en su vida ha sido su paso por el centro de formación Peñascal Kooperativa. Él fue uno de los primeros ocho alumnos. Y treinta años después de su fundación se mantiene en el centro como profesor. Por eso, Juan Carlos es una de las personas que mejor conoce la historia de esta iniciativa educativa que nació para “sacar adelante a la juventud del barrio” que no quería o no podía estudiar. Pasadas tres décadas, la cooperativa Peñascal puede presumir de haber ayudado a 9.000 jóvenes a superar el fracaso escolar. La mayor parte de ellos aprendieron un oficio que les ha servido para tener una salida laboral en su vida. Aunque comenzó su andadura en el Peñascal, desde el año 2008 desarrolla la mayor parte de las acciones formativas en un moderno edificio en Bolueta.

La idea de crear un centro en el que se pudiera enseñar un oficio a los jóvenes del barrio surgió en la parroquia en la que, por aquel entonces, finales de los años ochenta, estaba de responsable el escolapio Iñaki Alberdi. Consiguió atraer al proyecto a los también escolapios Juan María Puch, Juan Bedialauneta, y al seglar Santamaría, de cuyo nombre de pila no se acuerda Juan Carlos Márquez, uno de los primeros alumnos del centro. “Yo tenía 15 años, había acabado la EGB”, recuerda Juan Carlos, “y como no quería seguir estudiando, una de las personas que puso en marcha el centro, que era vecino mío y me veía todos los días sin hacer nada, me dijo a ver si me interesaba hacer un curso de fontanería”. No se lo pensó dos veces. Se apuntó porque él tenía claro que “yo quería trabajar y aprender un oficio”. Gracias a esa mentalidad esquivó sin problemas el drama de la droga que acabó con muchos de sus compañeros de colegio en el barrio. Juan Carlos siguió otro camino. Formó parte de la primera promoción de esa iniciativa socioeducativa que surgió en el seno de la Iglesia. “Empezamos en un local de la parroquia que no tenía ni 40 metros cuadrados”, recuerda.

Escolapios Pero lo bueno de esta historia es que los impulsores del centro, los tres escolapios y el vecino del Peñascal, no sabían nada de fontanería y soldadura, los dos talleres con los que querían echar a andar. “Ellos hicieron un cursillo cuatro meses antes para luego poder enseñarnos a nosotros”, recuerda Juan Carlos. Y así dieron sus primeros pasos, con ocho alumnos que no querían estudiar, cuatro profesores que tenían muy poca experiencia en la materia, pero con grandes dosis de ilusión. Juan Carlos realizó el curso de formación en 13 meses, tras el cual consiguió unas prácticas en una fontanería que había en el Campo Volantín. Lo debió hacer bien porque le prorrogaron el contrato por un año. Posteriormente fue a la mili, “donde también tuve suerte porque estuve trabajando de fontanero”, y cumplida esa etapa estuvo desarrollando diferentes trabajos hasta que recibió la llamada de las personas que estaban en la dirección del centro para ser profesor. “Era el año 1994 y por entonces ya nos habíamos constituido en fundación, teníamos más locales y estábamos cogiendo más dimensión”. Quien habla es Manolo Cano, presidente actual de Peñascal Kooperatiba, que se incorporó a esta aventura educativa en 1990. Para cuando Juan Carlos comenzó a dar clases ya habían adquirido más lonjas en el barrio y estaban barajando la posibilidad de expandirse en Rekalde, como así fue en 1997 con la apertura del centro Belategi, dedicado al sector del metal. Un año después abrieron otro taller en Tolosa, pero el salto cualitativo lo dieron el año 2008 con la inauguración de Boluetabarri, un edificio que les ha permitido “aglutinar todas las especialidades” en un mismo lugar.

“Gratificante” El balance que hacen tanto Juan Carlos como Manolo de sus años de docencia es muy “gratificante porque trabajamos con personas a las que hay que formar”, señalan los dos. “A los alumnos, en muchas ocasiones, hay que dedicarles más tiempo a formar como personas que a enseñarles un oficio”. Esta filosofía de trabajo se mantiene desde que los escolapios dieron las primeras clases en un barrio donde había “bastantes jóvenes desescolarizados”. Juan Carlos también confiesa que es muy “gratificante cuando te viene un chico que ha estado aquí y te viene a saludar para decirte que se ha puesto a trabajar de autónomo y le va muy bien”. Porque ese es el objetivo de la cooperativa Peñascal, tal y como resalta Manolo: “Que la mayoría de la gente que pase por el centro encuentre trabajo; ese es nuestro éxito y es lo que vendemos”. Para que así sea, las clases en Peñascal son totalmente prácticas. “Nuestra metodología”, dice Manolo, “es que los alumnos aprendan trabajando en los módulos”. En este centro educativo son conscientes de que “nuestras clases no son como las de un ciclo formativo normal”. El presidente de la cooperativa Peñascal insiste en que “adaptamos todo, dando más horas de taller que en otros centros porque si damos lo mismo que en la enseñanza reglada normal no les vamos a enganchar”. Y de lo que se trata es de que los alumnos, muchos de ellos provenientes de un fracaso escolar, se sientan atraídos por el sistema de enseñanza. “Hay chavales”, dice Juan Carlos, “que dan mucha guerra al principio, pero poco a poco los vas limando y al segundo año ves lo que han cambiado en cuanto a asistencia y puntualidad”, dos aspectos en los que inciden mucho. “Aquí trabajamos los valores”, explica Juan Carlos”. Se refiere a que “cada quince días trabajamos un valor, como puede ser la limpieza, el respeto, la asistencia o la puntualidad y se hace un seguimiento a diario sobre ese valor”. De esa forma intentan mantener un orden y unas normas de comportamiento en el centro.

Perfil En cuanto al perfil del alumnado, la memoria histórica de Juan Carlos destaca un par de detalles muy clarificadores sobre la cuestión. “Antes los jóvenes teníamos menos cosas”, dice. “Los padres no tenían tanto dinero para contentar a los hijos”, prosigue, “pero ahora lo piden y se lo dan”. Por eso cree que actualmente los jóvenes que acuden a Peñascal “no tienen esa necesidad de trabajar como tenía yo”. Manolo también está de acuerdo en que “ahora los jóvenes tienen las necesidades cubiertas; les dan dinero para gastos y a nadie le falta para sus vicios”. Según la experiencia de Manolo, “antes la gente era más dura, tenían claro que tenían que trabajar y ahora vienen más con la idea de sacarse un título, de hacer un grado medio”. Para cambiarles de mentalidad, Juan Carlos no se cansa de repetir que “yo soy un tío normal, ningún lumbreras, que desde siempre he querido currar y que se puede conseguir todo”. Él mismo se ha ido formando a lo largo de los años. El último título que se sacó fue el de Grado Superior. Y Manolo también tuvo que reciclarse. Él ya tenía los títulos, de Magisterio y Pedagogía, pero tuvo que hacer cursos de soldadura para ser polivalente.