La sierra Aramotz, anteriormente denominada de Legarmendi, es un imponente conjunto montañoso vizcaino que separa las comarcas de Arratia y Durangaldea. Forma parte del parque natural de Urkiola y está formada por un paisaje en el que la roca caliza, propia de un sistema kársico, se mezcla con la belleza de prados de altura, encinares atlánticos y bosques de hayas y robles, en las partes más bajas, que comparten terreno con el pino insignis. Recorrer las diferentes rutas que conforman este paraje o ascender a sus cimas es uno de sus atractivos, pero hay muchos aspectos que aún pasan desapercibidos a los ojos de los mendizales e incluso, de los vecinos del valle de Arratia.

De hecho, son pocos los que saben que, siglos atrás, “en las laderas de Aramotz y en terrenos de Igorre Y hoy en día el lugar sigue conservando su aire mágico y misterioso aunque no veamos el templo religioso”, desvela Jose Mari Kortazar, párroco en varios de los pueblos de Arratia y un apasionado del “patrimonio, la arqueología y la ecología”. Respecto a su ubicación, concreta, “allí donde se juntan Zornotza, Lemoa, Dima e Igorre, en una altura que nos deja divisar desde la cima del Gorbeia hasta el mar cantábrico, se encontraba la ermita con dicha advocación”.

Los estudiosos Gurutze Arregi y Angel Larrea son de los pocos expertos que han recopilado y recogido en sus obras datos históricos sobre este antiguo templo. Todo parece indicar que “probablemente debido a que la población va descendiendo hacia el valle y abandona las lomas, el cuidado de la ermita queda también abandonado”, apunta Kortazar. Tanto es así que, en el año 1793, y durante una visita del Obispo de Calahorra, “se da orden de demoler la ermita y destruir sus imágenes, destinando la venta de su bosque a las obras de la parroquia de la localidad de Igorre”. Dos décadas después, “hacia 1810, según escribe Larrea, se lleva a cabo parte de lo mandado”, y aunque faltan estudios que lo confirmen, “parece ser que la imagen de Santa Marina se conserva en la vecina ermita de San Antolín, y el sepulcro, citado por el historiador Iturriza, o parte del mismo, lo podemos ver reconvertido en munarri monumental en una edificación próxima”.

Ante la importancia de los restos que pudieran existir aún de este edificio religioso, el Gobierno vasco declaró este ámbito de la sierra de Aramotz como zona de presunción arqueológica el 5 de mayo de 1997, aunque “reconociendo que no quedan ya estructuras visibles”.

Sin ninguna intervención

Aunque reconoce desconocer “la labor del Ayuntamiento de Igorre en este sentido”, el párroco Jose Mari Kortazar echa en falta una actuación similar como la llevada a cabo hace unos años por el cercano municipio de Lemoa en la zona de Elorriaga. Y es que, a pocos metros de donde se alzó la ermita de Santa Marina, “encontramos señalizado el túmulo de Pagotxueta, con obras realizadas por el Ayuntamiento de Lemoa en colaboración con la Diputación Foral de Bizkaia, para señalización, barreras y repoblación del bosque”, indica. De esta sencilla y poco costosa manera, quienes se adentran en este paraje pueden conocer que están contemplando un lugar utilizado en el Neolítico para enterramientos de los antiguos pobladores, a través de un montón de tierra y piedras que señalan la presencia de una o varias tumbas.

A la ausencia de cuidados y de una actuación que ponga en valor la importancia arqueológica de este ámbito de la sierra de Aramotz, “hoy en día una nueva amenaza se cierne sobre este paraje tan rico en patrimonio histórico como en el punto de vista ecológico”, lamenta Kortazar. El párroco de Arratia se refiere, en concreto, al ambicioso proyecto de corredor de líneas de alta tensión a 400 kV que cruzará, a través de 72 kilómetros de tendido, la distancia que separa la localidad vizcaina de Güeñes y la guipuzcoana de Itsaso. “Esta futura conducción de energía eléctrica a través de esta zona pone en riesgo la conservación de este rincón mágico de Arratia, del que varios autores ya han tratado y explicado su riqueza animal y paisajística”. El cura es firme partidario de “un estudio para desviar la línea por lugares no tan agresivos con este tesoro cultural y ecológico”, pero mientras “los abogados tramitan proyectos y alegaciones”, anima a “aprovechar esta primavera para visitar, aprender, gozar y disfrutar de este enclave tan cercano como desconocido, tan mágico como sugerente”.

“Aunque no veamos la ermita, el lugar sigue conservando su aire mágico y misterioso”

Párroco de pueblos de Arratia