No hablan de oídas. Por su estatura Oier ha sido objeto de insultos y burlas y Álvaro, de todas las miradas. “Voy a cualquier sitio y todo el mundo me ficha desde el primer momento. Te sientes señalado por la sociedad”, dice. Quienes les apuntan con el dedo no lo hacen admirados por sus logros en los estudios y el deporte, por su afán de superación o sus valores. “Por desgracia tenemos una discapacidad de la que la gente se ríe”, lamenta Oier. “Eso no pasa con una persona en silla de ruedas, ni con un ciego, ni con un amputado, pero con nosotros sí”, corrobora Álvaro. Tampoco, aclaran, buscan dar pena. “No somos ni bufones ni figuritas de porcelana, porque también hay gente que se pasa al extremo contrario y es superprotectora. Simplemente somos personas que medimos menos y queremos tener una vida como cualquiera”, reivindica Álvaro con motivo del Día Mundial de las Personas de Talla Baja, celebrado el pasado viernes.

Álvaro Jiménez, 24 años

“No tengo complejos, me gusta ser como soy”

De niño Álvaro Jiménez ya sabía que tenía acondroplasia, “una condición por la cual los huesos crecen de una forma distinta generando un acortamiento y, en consecuencia, un enanismo”, explica, pero no fue hasta primaria cuando empezó a tener conciencia de lo que suponía. “Recuerdo que todos los chavales tenían un pie grande y el mío era el más pequeño. Es cuando comprendes que tu vida no va a ser igual que la de los demás”, confiesa este malagueño afincado en Basauri, que “cuando iba con los colegas a un quiosco no llegaba al mostrador”. Pese a ello, asegura, “siempre he hecho lo que he querido, me costaría más o menos”. Y su currículum viene a darle la razón. “Soy estudiante de Ingeniería Civil, cinco veces campeón de España de lanzamiento de peso paralímpico y, a su vez, harrijasotzaile”, resume, sin olvidar su paso por el Parlamento Europeo para reivindicar la erradicación del espectáculo bombero-torero y su participación en El Conquistador del Caribe. “La primera vez que lo vi pensé: ¿Y por qué yo no puedo luchar por conseguirlo? Y allí que fui por mí y por toda la gente a la que la sociedad prejuzga y rechaza de antemano”.

No ganó el concurso, pero cambió vidas. “La gente te para, te piden fotos y algunos te dicen: No me atrevía a ir al gimnasio y, gracias a ti, pensé: Si él puede, ¿por qué yo no? o Mi hermano tiene una discapacidad y por ti va a empezar a ir a natación. Ha habido seis u ocho casos, así que digo: Coño, pues si a esta gente le ha servido que yo haya ido para romper una barrera, estoy más que satisfecho”, valora.

“Las barreras jodidas son que al buscar empleo tu discapacidad te eche para atrás o en lo amoroso sea un hándicap”

ÁLVARO JIMÉNEZ - Estudiante de Ingeniería Civil y atleta

Con su aventura Álvaro quiso transmitir que “no hay límites”, aunque en su vida tenga que superar muchas barreras. “Están las físicas, por ejemplo, no llegar a un cajero o a un producto en la balda del supermercado, pero esas más o menos se pueden suplir con aparatos. Las barreras jodidas son las sociales, que al buscar un empleo tu discapacidad te eche para atrás o que en el tema afectivo o amoroso esto sea un hándicap”, lamenta. En esos casos no hay taburete al que subirse, “el problema está en la aceptación social de la discapacidad”.

Aunque últimamente, dice, “la gente está muy concienciada sobre la inclusión” de las personas con diversidad funcional, “el enanismo está menos aceptado porque está muy asociado a lo cómico, a lo burlesco, con lo cual la gente no lo termina de ver como una discapacidad, sino como una cosa rara y entonces causa risa”.

Mochila al hombro, café en mano, Álvaro y Oier conversan en corro con sus compañeros a las puertas de la Escuela de Ingeniería de Bilbao. No les faltan amistades, “aunque hay gente que sigue teniendo problemas” para entablar relaciones, sobre todo, “cuando ya suponen dar un paso más”, apunta Álvaro. “Aceptar que tu pareja tenga un enanismo en muchos casos sigue siendo complicado. Yo ahí sí diría que hay una barrera difícil para la otra parte”, reconoce.

De carácter “extrovertido”, Álvaro no tiene complejos. “Sé que tiene hándicaps, pero me gusta ser como soy”, afirma. Nunca ha sufrido bullying. “Miradas, siempre”. “De fiesta en un bar te puede venir alguno a tocarte las pelotas, a jugar con el enanito de turno, pero, en general, no”, comenta.

En un futuro se ve trabajando de ingeniero, aun consciente de que su 1,39 de estatura no juega a su favor. “La tasa de empleo en Euskadi suele ser buena e intuyo que no voy a tener muchos problemas el día de mañana, pero sé que en el caso de que haya una situación entre varios aspirantes a un puesto, el tener esta discapacidad tiende a echar para atrás. A igualdad de condiciones, partes con la desventaja del por si acaso, ante el prejuicio, prefiero que no”, argumenta.

Álvaro Jiménez, camino del entrenamiento de harrijasotzaile, conversa con Oier Anda, que se toma un café antes de volver a la Escuela de Ingeniería de Bilbao. Borja Guerrero

En el deporte, en cambio, lograr retos depende de su esfuerzo y en eso está más que entrenado. De hecho, se declara “enamorado del lanzamiento de peso paralímpico”, disciplina en la que ha sido “cinco veces campeón de España y quinto de Europa”. Unos títulos de los que está especialmente orgulloso y que no se imaginaba alcanzar ni en el mejor de sus sueños. “La verdad es que no lo esperaba. Siempre de pequeños en el tema de la fuerza los médicos nos dicen: Tened cuidado, no hagáis tal cosa. Nos tratan como si fuéramos figuritas y poder decir que soy campeón de España de una prueba como es el lanzamiento, que la gente se imagina gente enorme de ciento y pico kilos, es muy bonito. Ves que si uno quiere algo, lo puede hacer”.

Oier Anda, 25 años

“Me han sacado fotos delante de mis morros”

Oier Anda ha cursado sendos grados de Electricidad y Robótica y ahora está estudiando Ingeniería Electrónica Industrial. “Uno de los motivos por los que me he metido en la carrera es para hacer prótesis robóticas. Siempre me ha gustado ayudar a la gente”, dice. En su tiempo de ocio, anda en bici, hace surf y va al gimnasio. Y aún le queda un rato libre para compartir sus vivencias, por desagradables que sean, con el ánimo de concienciar.

La primera vez que este joven de Erandio acudió a la Fundación Alpe Acondroplasia tenía “dos añitos”. Con 8 ya sufrió menosprecios de algún niño y con 10, un suceso que le impactó. “Estaba de vacaciones con mis aitas y mi hermano en París y en medio del metro una señora me señaló gritando y riéndose de mí, de mi discapacidad. Nos quedamos flipando y tiramos para adelante”, relata. Lo peor estaba por llegar. “En la ikastola, en la ESO, se reían y me empezaron a llamar de todo. Cuando era chavalín, hasta los 12 años, tenía gente que me sacaba la cara, pero en la adolescencia, entre las operaciones y que me hacían bullying, es cuando peor lo pasé”, confiesa. Ni siquiera cuando salía a la calle o de fiesta tenía un respiro. “Hoy en día no me pasa tanto y me miran más que otra cosa, pero antes me señalaban, se reían... Hasta me han sacado fotos delante de mis morros”, denuncia y recuerda el último episodio. “Hace poco, en fiestas, cerca de Portu, un chaval borracho, al pasar yo, gritó: ¡Mira, un enano! y empezó a reírse. Colegas míos se encararon y yo traté de evitarlo porque por suerte estoy habituado, pero no se puede permitir igualmente”, censura. “Después si ves las conversaciones de mi cuadrilla es como: Tío, luego te quejas de lo de fuera, pero hay confianza y sé que no lo hacen para putear. Me vacilan como yo les vacilo a ellos, desde el respeto”, aclara.

“Entre que me hacían ‘bullying’ y las operaciones de las piernas, la adolescencia fue la etapa en la que peor lo pasé”

OIER ANDA - Estudiante de Ingeniería Electrónica

La acondroplasia, explica Oier, no solo supone “ser más bajito”, también conlleva “problemas de espalda o de otitis por cómo son las fosas nasales”. Él se sometió a varias intervenciones de elongamientos y para enderezar las tibias, que tenía arqueadas. “Con 12 años no podía andar un kilómetro, iba casi siempre en patinete. Si no me hubiese operado, ahora con 25 estaría casi en silla de ruedas por los dolores”, explica. Además de evitárselos, ganó 16 centímetros y ahora mide 1,45. “Al estar operado y haber tantas adaptaciones para la gente en silla de ruedas, como por ejemplo un timbre o unos botones de ascensor, ya no noto tanto impedimento”, cuenta. No obstante, en el gimnasio hay algunas máquinas que le cuestan más, “pero igual que le puede costar a un chico o una chica que mide 1,60”, apunta.

Echando la vista atrás, Oier recuerda que la primera vez que se operó las piernas entró en quirófano a las ocho de la mañana del 26 de septiembre de 2012. “Y justo diez años después, a la misma hora, cumplí un sueño que tenía de pequeño, que era hacer la clásica de la Bilbao-Bilbao”, cuenta. “Es autosuperación y aparte con gente que no tiene ninguna discapacidad física”, subraya Oier, que “aparcó” el ciclismo con la universidad, pero ha hecho “carreras de obstáculos con todo el mundo, sin adaptación. El desafío de Getxo se llama”.

En el terreno afectivo, Oier dice que ha “estado con gente”, pero no ha tenido una “relación seria”. “Hoy en día la suerte es que el problema es más la persona que la sociedad. Sigue habiendo tabús, prefiero a un tío de 1,90 cuadrado que a un chaval de 1,45, pero la gente que tiene dos dedos de frente mira más otras cosas”, afirma. Aunque ya no tiene complejos, con 18 años sí que le daba vueltas a su discapacidad. “Pensaba: Jo, me querrá, no me querrá por cómo soy. Ahora ya si me quieres por cómo soy, bien. Si no, tú te lo pierdes”, comenta este joven que nunca ha tenido problemas para hacer amistades. De hecho, sale de fiesta con su cuadrilla de la uni sin mayores diferencias, salvo que en los conciertos se tiene que “poner delante o pillar grada para verlo”:

Por lo demás, destaca, puede “trabajar en una oficina igual que cualquiera porque el coco lo tenemos bien”. De hecho, en las dos empresas en las que ha hecho prácticas le han ofrecido contrato. “Me lo he currado como otra persona y he dado lo máximo”.

Puestos a reivindicar, recalca que son “personas normales, visualmente más pequeñas, pero psicológicamente iguales”. “Lo mismo que tiene una persona gafas, yo tengo esta discapacidad. A quien le falta una pierna no se le trata diferente porque le falte una pierna”, pone como ejemplo.

A los padres y madres de menores con acondroplasia les lanza un mensaje tranquilizador. “No es el fin del mundo. Su hijo va a poder hacer todo lo que se plantee, con adaptaciones, pero lo podrá hacer”, asegura con conocimiento de causa. A los niños les diría que “persigan sus sueños y que los cumplan, que no importa lo que diga la gente, que lo que verdaderamente importa es lo que te diga la gente que te quiere. Que si alguien te vacila o te falta el respeto, el problema no lo tienes tú, lo tiene él”.