Una de las obras de música clásica más conocidas de la historia es Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi. El compositor veneciano quiso capturar la belleza y la variedad de las estaciones del año y creó una obra maestra. Siguiendo ese paralelismo, pero con los lugares y hechos que han marcado su historia vital, Juanjo Ruiz de Vega, vecino de Berango, ha publicado un libro titulado Cuatro estaciones que recopila sus vivencias en cuatro destinos que han marcado su vida: Rueda (Valladolid), Portugalete, Barakaldo y Berango.
La publicación de 110 páginas ha contado con la colaboración del Ayuntamiento de Berango y la primera tirada, de unos 200 ejemplares, ya se ha vendido. Y es que este trabajo tiene un fin solidario que ha movilizado a los vecinos y vecinas de la localidad donde reside desde 1990, puesto que toda la recaudación obtenida con el libro (que se vende al precio de 5 euros) tendrá un fin solidario: ayudar a una joven de la localidad que padece una enfermedad rara a través de la asociación GRINpatías. Esta entidad, compuesta principalmente por padres y madres de niños afectados por GRINpatías, que son un conjunto de enfermedades raras debidas a mutaciones patogénicas que se producen en alguno de los genes denominados GRIN, trabaja para recaudar fondos para la investigación y para dar apoyo y acompañamiento a las familias.
“Mis cuatro estaciones comenzaron en el pueblo de mis ancestros, Rueda; en Portugalete, Barakaldo y Berango”
En este sentido, en Rueda, una de las capitales del vino de Castilla y León, comenzaron a escribirse los primeros capítulos de la vida de sus ancestros. Una tierra vinícola que Juanjo no descubrió hasta la adolescencia. “La primera vez que fui tenía 14 años”, recuerda. Hasta entonces sus primeros recuerdos se remontan a Portugalete, la villa jarrillera que le vio nacer y donde residió hasta los 8 años. “Me acuerdo de la zona de Repélega, donde nací, pero aquello ha cambiado mucho desde entonces, sobre todo, el área donde se ubica actualmente la zona comercial de Ballonti, que no existía”, señala.
De hecho, una de las reflexiones más destacadas del libro es ese viaje lleno de contrastes que suponía cambiar de margen del Nervión cuando iba a visitar a unos familiares a Berango, un pueblo que la cautivó desde niño. “Un tío mío vivía en el caserío Uriarte y, cuando iba a visitarle, el viaje era toda una experiencia. Desde pasar el transbordador hasta coger el tren en Las Arenas y llegar a Berango. El entorno era completamente diferente. No había tantas casas, ni edificios ni fábricas. Era todo rural, con caseríos y muy verde, además la mayoría de la gente hablaba euskera”, relata.
Excursiones inolvidables
Un viaje entre dos mundos separados por unos pocos de metros que a ojos de un niño era como transportarse a otra dimensión. “Cuatro eran las inolvidables estaciones de las excursiones de mi niñez: Las Arenas, Algorta, Getxo y Berango. En Las Arenas me solía quedar mirando cómo vestía la gente en la margen derecha. Veía mujeres con cofia, hombres con trajes, coches espectaculares. Para nosotros que veníamos de una zona obrera era otro mundo”, apunta.
Con 8 años se trasladó a vivir a Barakaldo. En la localidad fabril vivió hasta casarse y comenzó otro periodo de su vida que también resumen en cuatro estaciones relacionadas con una de las grandes empresas siderúrgicas de la época: Altos Hornos de Vizcaya.
Primero porque estudió en el colegio Nuestra Señora del Carmen, más conocido como Los Hermanos, y que fue fundado para educar a los hijos e hijas de los obreros de Altos Hornos. Allí inició su formación académica hasta que entró en la Escuela de Aprendices de Sestao para, posteriormente, pasar a formar parte de la plantilla de la propia fábrica de Altos Hornos.
En el gigante siderúrgico trabajó como mecánico ajustador, en el sector de repuestos, y le tocó vivir experiencias de todo tipo, especialmente duras las relativas al cierre de la empresa y las huelgas derivadas de la reconversión industrial. Sin embargo, dentro de la negativa situación que padecieron miles de familias, tuvo la suerte de reengancharse y proseguir su etapa laboral en la compañía heredera de Altos Hornos tras su cierre, la Acería Compacta de Bizkaia (ACB).
“Al principio estuve mirando opciones porque no tenía claro si iba a tener que ir a Asturias o Navarra. A algunos compañeros les recolocaron en la fábrica de Etxebarri, pero llegó un momento en el que ya no había sitio”, rememora.
Jubilación
Finalmente, consiguió entrar en la ACB y desarrollar allí los últimos 15 años de su etapa laboral. “El sueldo no era el mismo porque en Altos Hornos habíamos luchado por muchas mejoras, pero al menos pude jubilarme allí en 2010. Todavía recuerdo lo duro que era cuando te encontrabas con otros compañeros que no habían podido entrar”, añade.
“Mi vida laboral está vinculada a cuatro sitios: Los Hermanos, Escuela de Aprendices, AHV y ACB”
En esta línea, otro capítulo destacado de su vida es cuando consiguió cumplir el sueño de niño y cambiar su lugar de residencia, pasando de la margen izquierda a la derecha en 1990, fecha en la que se instaló en Berango en busca de una vivienda más espaciosa para la familia. “Pasé de salir al balcón y ver una fábrica a tener vistas del cordal de Munarrikolanda”, compara.
Enamorado de Berango desde su infancia, en el libro relata la evolución del municipio, sus principales caseríos, las canteras que había, los ríos y molinos más destacados, el Palacio Icaza y los “impresionantes coches que desfilaban por su patio”, las familias coloniales de la comarca o el peso del euskera, entre otros aspectos.
Por último, se trata de un proyecto vital que inició durante la pandemia y que le ha permitido documentar la diversidad de sus experiencias a lo largo de su vida. Sin duda, un buen legado para los “cuatro retoños” de su familia: sus hijos Asier y Leire, y sus “tesoros” Enara y Gorka. “Siempre se me ha dado mejor escribir que hablar”, confiesa feliz de poder transitar por su cuarta década en Berango, recorriendo sus bellos rincones después de una vida inmerso en el humo de la siderurgia.