La excelencia de cuatro conciertos gratuitos y la Orchestre Philharmonique du Luxembourg en el Kursaal marcaron el jueves la apertura de un festival que, según su director, Patrick Alfaya, todavía busca dejar atrás ciertas tendencias establecidas en la pandemia y que afectan a los festivales de toda Europa.

76 conciertos, nueve estrenos absolutos y cinco producciones propias. Parece un buen año, ¿no?

Eso espero (risas). Todos los años intentamos tener el máximo de estrenos posibles y de producciones propias. La ópera, por ejemplo, suele serlo porque la mayoría de la gente la ha dejado de hacer, salvo los grandes teatros o algunas zonas como Oviedo, que tiene temporada propia. Este edificio (el Kursaal) tiene muy buena acústica, pero para la ópera no tiene lo que tiene que tener, así que tienes que traer a alguien que la adapte. Pero sí, creo que es buen año y hay cosas interesantes.

En el caso de las producciones propias y de la ópera, ¿es fundamental contar con amigos del festival que permitan tener una base sólida?

Sin duda. Los amigos son los que te permiten salir con un impulso y tener ya garantizada una parte de tu financiación importante. Son por mucho la base de la Quincena.

¿Este festival se está convirtiendo en un reducto para la ópera?

Cada vez se hace menos ópera por los costes que conlleva. Una vez que hice esta reflexión alguien me dijo que los cantantes deberían bajarse los cachés, pero, en realidad, representan el 10% o el 15% del gasto total. Una ópera son casi 300 personas trabajando y esa gente cobra. Nosotros vamos a presión de tiempo, intentando comprimir todo lo que podemos, pero, al final, le tienes que dedicar como mínimo diez días. 300 personas en diez días es mucho dinero. Ese es el gran problema de la ópera. Necesitas una orquesta, necesitas sastre, maquilladores, director de escena, técnicos, de todo... Y lo que cuesta el edificio.

Pero, ¿es algo que demanda el propio espectador de la Quincena?

Sí. Los números de Carmen –la ópera de este año– lo dicen, pero también es verdad que, al no tener una temporada estable, que tampoco creo que haga falta, si se hacen uno o dos títulos al año deben ser conocidos. Si eres el Teatro Real puedes hacer ocho títulos, de los que dos son menos conocidos porque ya tienes seis que sí. Si nosotros hacemos uno y no lo conoce nadie, vendría menos gente. Y, además, todos los años no vamos a hacer ópera. En función de intereses nuestros y de si nos interesa meter dinero en otras producciones.

Este año, por ejemplo, las producciones propias son muy variadas y de diferentes estilos.

El mundo de las artes escénicas y el del cine después del covid quedaron bastante tocados. Se ha ido recuperando, pero esto es una carrera a muy largo plazo. Pasan los años y ves que en toda Europa y Estados Unidos los números no acaban de recuperarse. Vivimos también en una sociedad que está dispuesta a aceptar la virtualidad, por lo que creo que tenemos que ir a probar cosas nuevas. La danza contemporánea, por ejemplo, sé que es un reducto pequeño, pero podemos jugar un papel en ella, o el flamenco, que hacíamos poco y que puede atraer a público que igual luego se anima a ver otras cosas. Es igual que el Festival de Jazz, que se ha ampliado mucho y no tiene nada que ver con el de hace 20 años. Al final, así puedes atraer a nueva gente y también te permite financiar otras cosas que igual tienen menos público.

¿La recuperación del covid es porque nos hemos acostumbrado a quedarnos en casa?

En buena parte sí. Decía antes lo del cine y me pongo yo como ejemplo. Antes iba mucho y ahora menos. Un mes en una plataforma digital vale lo de una entrada, así que, al final, todos tenemos una plataforma en casa, lo que te lleva a que dudes y un día que te da pereza o se te ha hecho tarde acabes viendo una peli en casa. En el mundo de las artes escénicas es igual. Cada vez hay más gente acostumbrada a la pantalla. El otro día un amigo me decía que había ido al concierto de Bruce Springsteen en el Bernabéu y que a él casi ni le vio. En un estadio tan grande acabas viéndolo en una pantalla, por lo que no sé si acaba valiendo la pena pagar 120 euros por eso.

La música clásica seguramente sea una excepción, pero los conciertos en directo se están convirtiendo en una experiencia.

En la música clásica en general no, porque en un concierto no te puedes levantar y ponerte a hacer fotos. Esperemos que no llegue nunca eso otro (risas).

Volviendo a la programación, este año han colocado un eje temático, el verano, algo que no suelen hacer.

La campaña de publicidad ha sido en torno a ello, pero cuando empecé a pensar en Carmen, en esa España de carácter que retrata, de pasión y mujeres con una liga y una navaja, se me ocurrió el exotismo y cómo vemos al otro. Ahora que estamos en un momento de tal globalización, reflexioné sobre cómo ello ha influido en la música clásica y hablé con Gustavo Gimeno para hacer el Egipcio, que es un concierto inspirado en Egipto, y fuimos buscando diferentes cosas en torno a esa visión. Me pareció interesante salpicar el programa en torno a varias obras sobre lo exótico.

Hay sonidos japoneses, árabes, de Europa del Este, está la ‘Folia’, con una danza de diversos lugares...

Y también lo que hacemos con el actor Ramón Barea en el Victoria Eugenia con un grupo vocal checo –Cappella Mariana– y el grupo instrumental con músicos de origen iraní –Constantinople–, que es un recorrido por la trayectoria de un personaje que va viajando y que incluye sonidos desde Praga hasta Persia.

¿Es difícil sorprender al espectador habitual de música clásica?

En sinfónico hasta cierto punto sí. Somos todos muy conservadores y lo entiendo. Cuando vas a un concierto de pop quieres escuchar lo que ya conoces. La música es abstracta y necesitamos tener referencias. Si has escuchado varias veces una canción, te sabes situar en ella. En una programación como la Quincena juegas sabiendo qué cosas vas a llenar y cuáles están por ver. Buscas un equilibrio para que la gente encuentre su sitio.

Esa es la función de un festival.

Claro. Cuando empezamos con la danza contemporánea en Tabakalera un día se presentó un grupo de mujeres de edad avanzada convencidas de que iban a ver ballet. Les avisamos e insistieron en entrar y al salir una de ellas me confesó que no había entendido nada, pero que se lo había pasado muy bien (risas).

Abrirse a nuevas disciplinas implica la necesidad de más escenarios. ¿Es posible en Donostia?

Cuando fuimos a Tabakalera dijimos que si hacíamos algo, no podíamos reproducir lo que hacíamos en San Telmo y que tenía más sentido la creación actual. Buscamos que cada espacio tuviera su sitio, porque sabes que si al público que va a ver música antigua le empiezas a descolocar, no lo acepta y es lo normal. Está bien tener una serie de sitios en los que la gente tenga lo que busca.

Este año debuta el Peine del Viento con una obra inspirada en Chillida.

Pensamos que había que hacer cosas en torno a Chillida y tenía que estar en la inauguración. Con el Peine del Viento da cierto miedo porque si llueve a ver qué hacemos (risas). Sobre todo porque la producción es cara. Necesitamos iluminación, técnicos, seguridad, baños... En el momento en el que haces algo en la calle, está todo muy reglado. Si falla por el mal tiempo, la intentaremos hacer otro día. Hacer conciertos grandes en la calle es peligroso porque si llueve, son miles de euros de producción que se te van fuera.

En cuanto a nombres propios, traen a Bruce Liu, que debuta en el festival.

Bruce Liu y Vinogradov, que hace la cantata y es uno de los bajos más conocidos del mundo. Y luego Gustavo Gimeno, que está haciendo una carrera de primer orden. Hablé el miércoles con él y estaba en Ámsterdam con la Orquesta de Concertgebouw, que es la primera o la segunda del mundo junto a Berlín. También va a estar Patricia Kopatchinskaya, Ricardo Chailly, que es uno de los grandes directores, o el Bach Collegium Japan, que muy pocas veces se puede escuchar en Europa porque traer un grupo desde Japón es muy complejo. Hace años nos sondearon si estábamos dispuestos a cogerles si venían con una gira, y dijimos que sí. Me parece un grupo fuera de serie.

¿Se busca siempre ese equilibrio entre lo que se quiere y lo que está disponible?

Sí. Intento planificar con tiempo y ya tengo bastante cerrado el año que viene. Hoy en día se han acortado bastante los tiempos, pero sigo prefiriendo hacerlo así porque ya sé lo que nos van a costar muchas de las cosas. No los tengo al 100% porque me falta una de las cosas que más ha subido, que son los hoteles y viajes, pero tengo otra partida importante, que son los cachés, cerrada. Eso te permite saber cuánto dinero tienes para hacer otras cosas y tomas así la iniciativa para buscarlas.