Una intrépida y motivada tripulación, capitaneada por el bilbaino Xabier Armendariz, arqueólogo subacuático e historiador marítimo que ha surcado durante años las aguas del Cantábrico al mando de diferentes timones, se embarcó ayer junto al río Barbadun en un viaje que rememoraba la historia que hace siglos convirtiera a este río ferrón y molinero en puerto de gran intensidad comercial a orillas de la iglesia de San Julián de Musques a través del cabotaje del hierro. Un viaje sorprendente que este empedernido marinero colaborador incesante de diferentes espacios museísticos y entidades relacionados con el mundo marino –como la ferrería que facturaba gran cantidad de objetos y herramientas para los barcos – abordó desde una perspectiva más mundana cómo era la alimentación a bordo, que dejó un muy buen sabor de boca entre los 60 tripulantes que participaron en la jornada Cabotaje marítimo del hierro. Recetas a bordo. Galleta náutica. Una charla enmarcada en la exposición sobre los grafitos de barcos grabados en la iglesia de San Julián de Musques, en la que Armendariz se detuvo en un aspecto relevante de esta práctica comercial como es la alimentación de los marineros que participaban en este tipo de singladuras y que según detalló el investigador y documentalista presentaba diversos condicionantes tanto en la preparación de la comida a bordo como en la conservación de los alimentos, lo que obligaba a elegir bien aquello que se cargaba para la dieta de los marineros.

“No podemos establecer que la navegación de cabotaje era decir que salgo hoy por la mañana, llego por la noche a un puerto, fondeo y me voy a cenar a casa. Eso no funcionaba así. Por tanto, a bordo de los barcos tenían que llevar una serie de elementos. Pueden ser obviamente, agua y alimentos que les permitiese solventar las eventualidades de esta navegación. Tenían una idea más o menos clara dependiendo de la época del año, cuáles eran los vientos dominantes y cuánto podían tardar. Pero no nos equivoquemos, la navegación de cabotaje aquí se realizaba hasta lugares muy alejados, como el Mediterráneo, incluso hasta el norte de Europa, incluyendo las Islas Británicas y Escandinavia. El cabotaje, te alejaba de tierra a una distancia de tres o cuatro días, saltaba de punto en punto, pero no necesariamente cerca”, situó el colaborador de National Geographic.

Sotavento

“La cornisa cantábrica es una costa que llamamos una costa a sotavento, es decir, todos los vientos vienen del norte, noreste y noroeste. Todos los vientos empujan a los barcos contra la costa. Eso es lo más peligroso que puede existir, muy peligroso. ¿Por qué? Porque no tenemos capacidad de control del barco. Olvídense de los motores. Estamos hablando una navegación, que aquí prácticamente son 2.000 años desde la época romana. No tenemos motor y por lo tanto es el viento el que gobierna entre comillas en nuestro barco. Eso puede ocasionar dos cosas: o bien que ese viento nos lance contra la costa y no tengamos capacidad de remontar el viento, es decir, de alejarnos de la costa, o bien que no haya viento y que nos quedemos en calma viendo la entrada de Pobeña y su ermita durante cinco días”, detalló este navegante.

La pregunta es obvia: ¿qué comían estando a merced de los vientos sin saber cuando amarrar a puerto? Evidentemente las provisiones variaban según los tipos de embarcaciones ya que se tiene registro a finales del XVIII de barcos de 15 a 20 toneladas que podrían cargar de 400 a 500 quintales machos de vena, con cuatro o cinco tripulantes, y barcos de hasta 30 toneladas capaces de llevar hasta 800 quintales y que necesitaban una tripulación de ocho a diez hombres.

Una tripulación cuya alimentación, por lo general, según se precisa en diversas fuentes investigadas, “se componía de un desayuno en la que se utilizaba lo que llamamos la galleta náutica –hecha de harina y agua, y cocida varias veces lo que le daba una gran dureza pero también una larga durabilidad– con carnes secas, tipo tasajo y vino”, apuntó. “El vino, aunque no era especialmente bueno se utilizaba muchísimo a bordo”, explicó Armendariz quien desmontó el falso mito de que la sidra prevenía el escorbuto. “Era el consumo de manzanas el que realizaba el aporte proteico y vitamínico que daba margen para no caer infectado”. La dieta también era diferente según el momento del día. “Para la comida solía haber una ración de un guiso porque el fogón solamente se encendía al mediodía, ni por la mañana ni por la noche, incluso si había mal tiempo, no se encendía en ninguno de los momentos”. La alimentación incluía verdura, pescado, tocino, y también naranjas, queso o frutos secos. “Comían unas 4.200 calorías”. Los tripulantes de ayer dieron buena cuenta de un menú de cabotaje.