El reto que se han marcado para hoy en Muskiz medio centenar de entusiastas de la etnografía y la antropología preindustrial vasca para localizar una posible cantera molera en las estribaciones de la Peña Corbera de la localidad no resulta baladí por lo dificultoso que resulta el empeño y porque, de lograrlo, podrían entrar con honores en el catálogo que la Sociedad de Ciencias Aranzadi posee sobre las 76 canteras moleras vizcainas registradas. Un trabajo en cuyo desarrollo ha sido particularmente notable la aportación de investigadores como Javier Castro Montoya, quien desde el año 2010 lidera el proyecto Errotarri sobre las canteras de piedras de molino en Euskal Herria.

Una labor en la que han tomado parte un amplio números de colaboradores –muchos de ellos paisanos que conocían las posibles localizaciones de restos y vestigios por su íntima relación con el espacio natural donde se ubicaban las canteras– y otros entusiastas como Iñaki García Uribe, colaborador de DEIA, montañero y etnógrafo, especializado en temas relativos a Gorbeia y también sobre la historia del montañismo vasco y que ha acompañado en más de una ocasión a Castro Montoya en la búsqueda de estos lantegis donde se fabricaban, entre otras, las piedras que abastecían a los cientos de molinos de la geografía vizcaina.

Desde hace algo más de una década, en el Departamento de Etnografía de Aranzadi Zientzia Elkartea se está colaborando en una iniciativa europea de la Universidad de Grenoble (Francia) –proyecto Atlas Meulières– para difundir el antiguo oficio de cantero molero y las canteras de piedras de molino. El proyecto aquí toma el nombre de Errotarri.

Con la investigación de campo se han tratado de recopilar los datos del origen de las piedras de molino que se usaron tanto para obtener diferentes tipos de harinas para alimentación humana y animal, como para molturar diversos materiales tales como piedra caliza, yeso, mineral de hierro, pólvora, vidrio, vegetales –como la achicoria– o incluso para obtener aceite en las almazaras o trujales. “Es frecuente que la gente cuando sube a cimas como Gorbea u Oiz se pregunte qué hacen allí o quién fue capaz de subir hasta allí las piedras de molino que aún permanecen en estos lugares. La respuesta es evidente. Las buenas piedras están en el monte, que es donde se trabajan y convierten en piedras moleras”, reseña Castro al tiempo que ilustra que “la arenisca es una de las mejores rocas para ello; también los conglomerados, que contienen gruesos nódulos de cuarzo. Sin embargo la roca caliza no sirve para moler por fricción”.

En la actualidad, desveló el investigador principal del estudio Errotarri, ya están fichadas más de 1.100 canteras moleras en el citado proyecto europeo. “Uno de los datos significativos es que en este catálogo, más del 55% de las canteras, están documentadas en España, frente al 31% en Francia, el 1,3% en Noruega, el 1,2% en Italia o Alemania y apenas el 0,5% en países como Grecia o Reino Unido”, detalló. “Descubrir las antiguas canteras moleras, ya en desuso, no es una tarea sencilla para los investigadores; porque han dejado muy poca huella en el territorio por lo que la toponimia es una gran aliada de esta investigación, porque en algunas ocasiones ha quedado fijada en el territorio con nombres como Errotarri, Errotarrieta”. O como en el caso de Muskiz: La Muela, donde, de la mano del mendizale Alberto Bargos, se intentará hoy hallar restos de esa actividad preindustrial.