Bilbao no es la misma de hace cien años. Gran parte de sus cambios sociales, culturales y urbanísticos se reflejan en archivos históricos, libros y documentos. Pero no está todo ahí. Los aspectos más sentimentales, más humanos y más profundos se guardan en la memoria y la mirada de las personas, y es importante conservarla y también transmitirla. Por ello, la Diputación Foral de Bizkaia ha creado Sareak, un proyecto impulsado por Sala Ondare para trabajar la memoria a través del vínculo de las personas con el patrimonio.

A lo largo de tres sesiones en este mes de febrero están trabajando sobre un recorrido por la historia de los cines en la capital vizcaina desde 1896 hasta 2011 reflejado en la muestra Arquitecturas para el cine en Bilbao, basada en el libro de Bernardo García de la Torre. Ahora, la exposición la completan las historias, recuerdos y experiencias de una treintena de bilbainos que vivieron la época dorada de las salas de cine en la villa. Esta es la primera vez que desde la entidad foral trabajan la memoria de los mayores con el patrimonio ya que hasta ahora, se había estado haciendo exclusivamente con el arte.

Cuando Fernando Álvarez, Mariví Cano y José María Ruiz fueron al cine por primera vez, las entradas se compraban en una taquilla que tenía una cortinilla roja, había un acomodador que les acompañaba hasta su asiento, antes de la película veían el NODO en vez de los trailers, y podían quedarse a ver varias veces la película porque las sesiones eran continuas. Tanto a ellos como al resto de vizcainos que participan en los talleres les marcaron películas como Godzilla, Ben Hur, Los diez mandamientos, Angelitos negros, El Fantasma de la Ópera, Lo que el viento se llevó, Ana Bolena o Marcelino Pan y Vino.

Durante la segunda sesión del taller, que se celebró el pasado viernes, se habló de los cines que conocían y a los que había acudido señalándolos en el mapa con diferentes símbolos, y los asistentes definieron con una palabra lo que era el cine para ellos. Pasión, alegría, fantasía, diversión, risas, sustos, conocimientos o compañía fueron algunas de las palabras que mencionaron y es que en lo que todos estaban de acuerdo, es que el cine marcó sus vidas.

Recuerdan cómo el surround les cambió la forma de consumir cine en las salas ya que “vibraban hasta las butacas”. “Cuando salió la primera película de la saga de La guerra de las galaxias fue una proyección terrible en la que había largas colas para entrar. Estabas en el cine Astoria, frente a una pantalla enorme y ver el Destructor Estelar entrar con un sonido fortísimo de acompañamiento acojonaba; fue una experiencia estupenda”, recuerda entre risas Fernando. “Nosotros hemos visto desde la llegada de la gran pantalla, hasta la implantación del surround e incluso el 3D, que aunque en su momento pareció que iba a cambiar la forma de ver cine, no ha calado como sí lo han hecho las otras revoluciones que hemos vivido”, apuntaba José María.

Sobre los cambios que les impresionaron, Mariví recuerda cómo las películas en color supusieron para ella un antes y un después. “Acostumbrada a verlo todo en blanco y negro, cuando vi a Joselito y a Marisol en color fue tremendo”, cuenta echando la vista atrás.

Todas estas vivencias se compartieron en Sala Ondare, en la segunda sesión de los talleres Sareak, donde con la base de la tesis doctoral Arte y Memoria: estudio cuasi-experimental con colectivos de personas mayores, de la pedagoga Raquel Olalla, se busca conformar un tejido comunitario para trabajar en la memoria cotidiana con colectivos de personas mayores que enriquece el relato de la exposición. Según explica Olalla, el taller “no está pensado solo para personas jubiladas o prejubiladas, es diverso, está abierto también a personas que por cualquier circunstancia hayan tenido un episodio o estén en los primeros niveles de Alzheimer o degeneración cognitiva”. Esta experta indica que “cuanto más trabajemos vínculos sociales ya sea a través del arte o a través de expresar tus pensamientos con otras personas, ayuda a mantener la memoria cotidiana”.

Antes de la tesis doctoral, Olalla estuvo trabajando durante diez años con colectivos de personas mayores y realizaba talleres de memoria donde se veía que cuando se abordan temas más creativos y trabajaban con el arte, ellos reaccionaban mejor o tenían mejores interacciones y recordaba momentos de su vida. “Eso hacía que el arte sirviera de hilo conductor entre sus recuerdos y la memoria del día a día, que lo llamamos memoria cotidiana”, matiza la pedagoga.

La experiencia de Olalla es clave para que estos talleres se desarrollen con éxito, ya que conoce las herramientas para ganarse la confianza de los participantes y crear un contexto y un ambiente relajado. “Es esencial que se sientan cómodos para que se puedan expresar y sientan que lo que dicen tiene validez”, apunta. “Lo que trabajamos es darle mucha importancia a ese patrimonio inmaterial, es decir, el patrimonio de nuestros mayores. Con esas experiencias de vida lo que haces es ver el arte en vivo”, matiza.

Este taller no es el único que ha desarrollado la Diputación Foral de Bizkaia para trabajar la memoria de los mayores, ya que lleva más de una década impulsando el programa ¿Re-cuerdas? Arte y Memoria en Sala Rekalde. Desde 2011 se ha realizado el programa junto a Olalla basándose en su tesis con 35 exposiciones interviniendo en más de 100 sesiones con 1.500 personas participantes. “Con estos talleres queremos generar también un hábito de conducta de acercamiento a las salas de exposiciones como Sala Rekalde, lugares que aunque son públicos pensamos que no son accesibles. Sobre todo cuando se trata de prácticas artísticas actuales parece que hay un abismo entre el público y la propuesta”, indica Eztizen Esesumaga, técnico de educación de Sala Rekalde. Y con la idea de acercar al público las exposiciones, y tomando de referencia la tesis de Olalla, nacieron ¿Re-cuerdas? Arte y Memoria y también Sareak. “Con estas actividades son conscientes de que su testimonio y su experiencia de vida si no la cuentan, si no la registramos, si no la compartimos, es como si no hubiese existido y eso hace que solo nos queden objetos pero con agujeros en sus historias al no ser conscientes de los vínculos que nos unen a ellos”, matiza Esesumaga en relación al objetivo del proyecto.

Y es que al final, estos talleres ayudan no solo a mejorar la memoria cotidiana a través de practicas artísticas actuales, sino que con los testimonios de las personas participantes se enriquecen las exposiciones y el conocimiento sobre el patrimonio. Trasladando así, a quienes no vivieron la época dorada del cine en Bilbao a aquellos años en los que las colas para comprar las entradas daban la vuelta a la manzana.