Como un “notario”, en las décadas de los cuarenta y cincuenta Gerardo D’Abraira “dio fe” del aspecto de edificios industriales “de toda la península” por encargo de las empresas que así promocionaban sus actividades e instalaciones. “Meticulosas vistas aéreas” en las que la creatividad se reservaba para “los bordes de la composición”, poblados de coches, personas y chimeneas de las que brota un humo casi tangible, explicó Javier González de Durana, comisario de la exposición del Museo La Encartada de Balmaseda en la que se pueden contemplar, hasta el 7 de julio, 24 de estas obras a tinta y acuarela en grandes soportes de papel.

“Por primera vez se recopilan todas ellas en un mismo lugar”, destacó la diputada foral de Euskera, Cultura y Deporte, Leixuri Arrizabalaga. Tanto la muestra, titulada Paisajes desvanecidos en el aire, como el propio museo encartado representan “ejemplos de recuperación y difusión, elementos que contribuyen a mantener viva la memoria de nuestro territorio y reconociendo la importancia del patrimonio industrial en la preservación de nuestra historia”, resumió.

Así que en un lugar con muchas similitudes a los plasmados se pueden contemplar panorámicas aéreas de empresas vascas como Altos Hornos de Vizcaya, la encartada de La Conchita, Sarralde, J. J. Krug, Safesa, Unceta y Productos Vulcanizados, así como otras del Estado: Fabril Sedera (Burgos), Metalúrgica del Tormes (Salamanca), Lino Engídano (Valencia) y Bertrand i Serra (Catalunya) Aunque D’Abraira comenzó a trabajar en Nerbioi, pronto le reclamaron fuera.

Encarnaba un oficio “como tantos otros que, a lo largo de la industrialización, gozó de unos años de operatividad”, indicó el comisario de la exposición. Los primeros dibujos de vistas aéreas de fábricas “se remontan a finales del siglo XVIII; en Inglaterra ya lo hacían para dar a entender cómo eran las instalaciones”. En Euskadi a finales del siglo XIX y principios del XX “empiezan a hacerse algunos todavía un poco toscos”.

La profesionalización “se alcanza coincidiendo con la creación de la empresa bilbaina FOAT (Fotografía Aérea y Terrestre)”, pero ni siquiera esos adelantos técnicos lograron “precisar con nitidez lo que dibujaba D’Abraira”.