Cuando Angelines Ujido era pequeña, una muñeca de trapo hecha a mano se convertía, cada día de Reyes, en su mayor tesoro, el único regalo que recibía a lo largo de todo el año, y una castaña era todo lo que les podía dejar junto a las alpargatas – “uy, zapatos...”, suspira– para coger fuerzas en esa larga noche de casa en casa. Ahora sus bisnietos Gontzal, Argia y Lur enumeran con gritos emocionados todo lo que les ha traído Olentzero. “Un dinosaurio y un garaje y un pijama del Athletic y un tocador y un secador de pelo y una cabeza de muñeca para maquillar...”, saltan entusiasmados con sus últimos botines. El aita de los dos primeros, Andoni García, todavía recuerda las llamadas telefónicas que le hacía Baltasar pocos días antes de la noche mágica para comprobar que se había portado bien y su ama, Mari Carmen Marquínez, no paraba un momento en casa cada 6 de enero. “Nos pasábamos todo el día en la calle jugando con nuestros regalos”, echa la vista atrás.

Con el paso de los años cambian las tradiciones y la vida sigue su curso, pero hay ilusiones por las que no pasa el tiempo: es esa emoción de saber que unos seres mágicos irán de casa en casa por la noche para regar los hogares de regalos y fantasía. La del 24 fue la de Olentzero y Mari Domingi; la de hoy, la de los Reyes Magos. Cuatro generaciones de una misma familia de Portugalete comparten sus mejores recuerdos de sus Majestades de Oriente, sus regalos preferidos y cómo vivían esa noche repleta de nervios. Hay cosas que han cambiado, y mucho, pero la fascinación y la felicidad de este día siguen intactas pese al tiempo.

Mari Carmen y su marido Txema colocan la estrella con sus nietos Argia y Lur Jose Mari Martínez

Angelines Ujido (93 años)

“Los Reyes me traían una muñeca de trapo hecha a mano”

La guerra y la posguerra truncaron, como en el caso de otros muchos niños, la infancia de Angelines Ujido. “Nosotros teníamos huerta con vainas, patatas, unas parras de uvas y una higuera, pero no había ni para comer. Mis hermanos iban al río a por peces y cangrejos”, echa la vista atrás varias décadas. “39”, bromea, coqueta, cuando se le pregunta por la edad. “¿Para qué vamos a decir que 93?”. Pese a todo, nada lograba robar la ilusión de los niños como ella cuando llegaba la noche de Reyes. “Me hacían una muñeca de trapo con lana en la cabeza: amarilla si era rubia, negra si era morena. Para los ojos le daban unas puntadas, la falda con tela... ¡Tenía hasta bufanda!”, describe con la emoción todavía en los ojos; es la magia de esos primeros regalos. “Es como si la tuviera delante”. No es para menos; sus Majestades –“mi hermana, mi madre estaba muchas veces enferma”– se esforzaban por que a aquella muñeca no le faltaran unos accesorios que, por muy rudimentarios que puedan parecer hoy en día, a Angelines le parecían de lo más sofisticado.

“Baltasar me llamaba por teléfono para preguntarme qué tal me había portado y qué tal iba en clase”

ANDONI GARCÍA - 38 años

Forraban una caja de zapatos con tela y eso era su cuna, con una almohada. Le ponían una cuerda y ya teníamos un carrito para llevarla a pasear. ¡Menudo contentas íbamos todas!”. Y es que, como en muchas otras familias, la vida no daba más que para un único regalo al año, el que dejaban los Reyes Magos en su visita. “Olentzero no venía, pero yo recuerdo a mi aita contar que un carbonero les llevaba regalos. Y tampoco llegaba para regalos cuando cumplías años”, reconoce. Lo que era idéntico era el mimo con el que los cinco hermanos preparaban sus zapatos el 5 de enero; zapatos no, alpargatas, que era para lo que daba la economía. “Yo tendría como seis o siete años, y nos decían que había que limpiarlas, porque si estaban sucias no iban a dejarnos ningún regalo. Y recuerdo que mis hermanos les dejaban también castañas cocidas y un cangrejo de río. ¡Fíjese qué distinto a ahora! No tiene nada que ver; en aquella época no se podía poner ni árbol de Navidad, ni nacimiento...”.

Mª Carmen Marquínez (67 años)

“Pasábamos todo el día de Reyes en la calle jugando con los regalos”

Cuando era apenas una niña, Mari Carmen Marquínez se quedaba embelesada viendo en el escaparate de una juguetería una preciosa muñeca que estaba expuesta. “Me cautivó; grande, de pelo blanco...”, describe como si aún la estuviera viendo. Un 6 de enero allí estaba aquella muñeca, envuelta en uno de los regalos. “Para mí aquello fue una pasada, no me lo podía creer”. En su casa, del barrio de Ballonti, en Portugalete, los Reyes Magos dejaban los paquetes encima de una mesa; entera para ella, antes de que nacieran sus hermanos, y cada vez más menguada a medida que tenía que compartir espacio con los presentes de los más pequeños. “Antes de que nacieran, me daba la impresión de que la mesa estaba llena de cosas y todas para mí. Salía de la cama, llegaba hasta la cocina y ver esa mesa... Hasta donde me alcanza la memoria siempre las he vivido con muchísima ilusión. Lo normal siendo una niña, ¿no?”, se ríe recordando esa inocencia inigualable. Desenvueltos los obsequios, la hija mayor de Angelines no esperaba ni un minuto para salir a la calle y enseñar sus nuevos tesoros a todos sus amigos. “Te levantabas ya con el ruido de los que ya estaban jugando fuera; ellos, con pistolas y escopetas, y nosotras, con las muñecas. Pasábamos todo el día de Reyes jugando en la calle, ellos a policías y ladrones, y nosotras a cacharritos”, narra de una época en la que los roles ni siquiera se cuestionaban. “Daba igual si llovía o no; si llovía, te quedabas debajo de los balcones”. En su casa no se ponía árbol de Navidad, pero sí un precioso nacimiento que su madre fue componiendo, pieza a pieza. “Faltan muchas figuras, pero lo seguimos colocando todos los años; algunas tienen todavía la etiqueta del precio”, dice y enseña una que, según la pegatina, costó 25 céntimos. “Cada vez que reunía un poco de dinero venía con una figurita y para mí aquello era de lo más ilusionante. Cuando estaba ya montado, venían todos los del barrio para verlo porque era una maravilla; también cantábamos villancicos”, sonríe emocionada mirando a su madre.

Andoni García (38 años)

“De los nervios tenía que dormir esa noche con mi hermana”

La noche de Reyes siempre se ha vivido con mucha intensidad en casa de Andoni y Nortza García, hijos de Mari Carmen y Txema. Este último llamaba, desde su trabajo, para hablar como un Baltasar al que ponía incluso acento caribeño. “Me preguntaba cómo me había portado y qué tal iba con los estudios. Recuerdo un año que me preguntó la tabla de multiplicar... ¡Menos mal que tenía al lado a ama y le pude preguntar!”, se ríe acordándose de aquellos nervios infantiles. La cosa no quedaba ahí; sus Majestades dejaban preparada una yincana para que los dos pequeños se ganaran los regalos. Siempre ha sido una noche muy especial para él; tanto que, aunque cada uno tenía su propia habitación, esos 5 de enero se colaba en la de su hermana para poder conciliar el sueño. “Pasaba muchísimos nervios”, reconoce.

“Nos ha traído un dinosaurio, un pijama del Athletic, un tocador, un secador de pelo, un garaje...”

ARGIA, GONTZAL Y LUR - 3 y 4 años

Tal y como hizo en su día su ama, a él también le quemaban los juguetes en casa. “Era tomar el chocolate con el roscón para desayunar, que siempre lo hemos hecho, y salir a la calle a jugar con lo que nos habían traído los Reyes. Ahora no se ve tanto, pero antes era del tirón, coger los oparis y salir a la calle”, explica. Entre sus presentes más queridos, recuerda con especial cariño los scalextric y los playmobil, con los que se podía pasar horas y horas entretenido. También él mantenía la tradición de lustrar con ahínco los zapatos, “les dábamos betún”, y dejar a sus Majestades un tentempié para poder afrontar esa larga noche. “Ron, whisky, agua para los camellos...”, enumera. Y, aunque era habitual de las cabalgatas, “aquellas en las que todavía se tiraban caramelos”, nunca ha guardado cola para hacerse una foto con ellos o entregarles la carta en la que había escrito todos sus deseos.

Argia, Gontzal y Lur (3 y 4 años)

“Les dejamos polvorones, leche, agua y plátanos para comer”

A los hermanos Argia y Gontzal Rodríguez, hijos de Andoni, y su primo Lur García, hijo de Nortza, todavía no les alcanza la memoria para recordar cómo fueron sus últimos Reyes. Lo que sí tienen bien fresco, a sus 3 y 4 años, es la última visita de Olentzero, que llegó a sus casas acompañado de Mari Domingi y el astotxo Napo. “Les dejamos polvorones, leche, agua y plátanos”, cuentan orgullosos. Pero si hay algo que les despierta ese brillo inconfundible en la mirada es preguntarles por los regalos que les hizo el entrañable carbonero. “Un dinosaurio que se llama Roar”, cuenta uno. “Un pijama del Athletic y un garaje de cinco plantas”, añade el siguiente. “Y un tocador y un secador de pelo y una cabeza de muñeca para maquillarla...”, enumera la tercera. Angelines mira con cariño a sus bisnietos y se acuerda de aquella pequeña muñeca de trapo. Quizá los regalos hayan cambiado, quizá sus Majestades sean ahora más espléndidos, pero la ilusión sigue intacta. “Eso es lo que más importa”, confirma.