Toda la familia reunida mirando a la televisión, suenan las doce campanadas y los petardos empiezan a resonar desde la calle. Tras tomar la última uva, empiezan a llegar notificaciones a los móviles. Mensajes en cadena, fotos y vídeos que nos sacan una sonrisa, pero a los que les falta la cercanía y el calor del verdadero espíritu navideño. 

No hace mucho, la forma de felicitar la Navidad a los seres queridos era muy diferente. No hacía falta nada más que una postal navideña, un abrigo y una bufanda, para tocar el timbre de alguien y alegrarle las fiestas. Aunque cada vez es menos frecuente ver escenas como esta, hay quien ha querido mantener la esencia de la verdadera Navidad. Tomás Ángel Esteban y Reme Montoya son un matrimonio de Portugalete que elaboran a mano más de 500 postales navideñas cada año, para entregárselas a todos aquellos con los que tienen relación en su día a día, desde su familia y amigos hasta el camarero del bar al que acuden a desayunar los domingos. 

Esta tradición se remonta a algo más de veinte años atrás, cuando la pareja tuvo que trasladarse a Gipuzkoa por motivos laborales. Según cuentan, empezaron a elaborar una postal personalizada para cada familiar, analizando y teniendo en cuenta aquello que le había pasado durante ese año.  Sin embargo, poco a poco fueron ampliando el número de postales y el proceso para producirlas se fue complicando. Tanto es así que hoy en día tienen que acudir a una tienda de venta al por mayor de cartulinas que se encuentra en Amorebieta para poder cubrir sus necesidades. Las pegatinas las obtienen de papeles de regalo con motivo navideño y las cortan a mano una a una.También son ellos mismos los que se encargan de escribir el mensaje en cada postal. “Al final acabas recitándolo de memoria”, comentan entre risas. 

Nada más entrar por la puerta de su casa se puede comprender la pasión que siente esta pareja por la elaboración de las postales. En los cajones de la mesa del salón, en las encimeras o en el dormitorio, se pueden ver los materiales con los que crean estas felicitaciones. Por eso, no es de extrañar que su afición también se haya trasladado a sus hijas. Iraide y Osane han participado desde pequeñas en el proceso de creación y, aunque ahora se han independizado, siguen teniendo un papel importante como consejeras. “Cuando eran pequeñas era como un juego para ellas. Les gustaba mucho cortar y pegar y  nos ayudaban a escribir, pero ahora se dedican a firmar y a dar sus ideas siempre que les pedimos consejo”, comenta Reme.

Pese al tiempo y al esfuerzo que requiere esta bonita tradición, lo que más valora la pareja es ver la reacción de la gente al recibirlas . “Nos ha pasado de todo. Hay gente que intenta pagarte porque no se creen que sea gratis. Otros incluso se emocionan al leer el mensaje aunque nosotros siempre decimos lo mismo, que solo es una forma de dar las gracias a todas aquellas personas que nos aportan algo cada día”, confiesan. 

El círculo de personas a las que envían las postales no se limita solo al municipio jarrillero, ya que incluso traspasa fronteras y océanos.“Solemos mandárselas a personas que hemos conocido de vacaciones y, a pesar de no tener contacto frecuente con ellos, esperan las postales cada año”. Sin embargo, uno de los casos que más les ha marcado ha sido el de una mujer enferma de Alzheimer a la que le entregaban las postales año tras año. Al leer el mensaje, apenas reaccionaba. Sin embargo, su hija descubrió tiempo después que guardaba a escondidas todas las felicitaciones en su armario.

Aunque la pareja elabora todas las felicitaciones con la misma ilusión, hay una que cobra especial importancia para Tomás Ángel, ya que está dedicada a la persona que le enseñó a amar la Navidad, su madre. Pese a que falleció hace algún tiempo, cada año se acercan a depositar una de las postales en su lápida. La dejan allí hasta que pasan las festividades y después vuelven a recogerla. Un gesto que les permite seguir haciendo lo que más les gustaba, compartir las navidades juntos