Más de ocho siglos solo en su etapa como villa dan para mucho, para cruzar el océano Atlántico hacia el nuevo continente o regresar y repercutir en el bienestar de los vecinos la fortuna labrada al otro lado del charco. Pedro de Terreros, el que posiblemente fue el primer europeo en poner un pie en la América continental en el tercer viaje con Cristóbal Colón se cuenta entre las vidas con las que la historiadora Julia Gómez Prieto ha escrito su libro sobre cien ilustres de Balmaseda entre la Edad Media y el comienzo del siglo XX. 

Mientras ultimaba su obra sobre Balmaseda en América y después, Balmaseda, una villa de indianos decidió profundizar en interesanrts biografías con las que se topó y otras personalidades en un libro específico “de una temática inédita en Bizkaia y Euskadi”. Y es que “a Enkarterri se le ha dado muy poca importancia”, algo que sigue dispuesta a compensar con proyectos de futuro como una revisión de su tesis doctoral y un trabajo dedicado a las mujeres. “Datos de documentos históricos, archivos civiles, religiosos y militares, así como fuentes locales, familiares e internacionales” componen estos retratos que no abarcan el siglo XX porque “se suele hablar de un siglo de margen para conseguir una mayor imparcialidad en el juicio y la interpretación de los acontecimientos históricos”.

“Algunos de sus hijos supieron aprovechar la ocasión de crecer en un espacio de oportunidad”

Julia Gómez Prieto - Historiadora

“Antes del siglo XIII Balmaseda ya se citaba en crónicas”. “No se trataba de una villa cualquiera, hasta entrado el siglo XIX fue una de las aduanas de Castilla y no de las menores”, por lo que “algunos de sus hijos supieron aprovechar la ocasión de crecer en una localidad abierta, conectada no solo administrativamente con la Corte, vinculada con una actividad económica casi siempre creciente, como el comercio y el transporte, uno de los pasos del interior hacia el mar”. Un espacio “de oportunidad con un potencial considerable”. Quizás ahí resida la explicación a la abundancia de “biografías singulares”. 

En la etapa previa al siglo XVI destacaron “los militares, nobles y cortesanos reales y curiosamente, un representante de la innovación en la industria, Marcos de Zumalabe, en cuya ferrería de La Penilla se construyó en 1514 el primer martinete hidráulico que funcionó en la península”. 

“Disponer de tan exiguos datos” de este periodo “permite poner en duda la existencia misma del biografiado, escondido a veces en la neblina de cuentos y leyendas”. Así que la autora se enfrentó al dilema de “incorporar o no algunos”. Por ejemplo, Enrique de Lucerga, que “sobresalió por su valor en la conquista de Valencia en 1238, mereciendo ser ricamente recompensado por el rey Jaime I”. Juan Ortiz de Balmaseda llegó a “tesorero mayor y privado de Alfonso X El Sabio de Castilla”. No confundir con el Juan de Balmaseda posterior, “militar, cortesano y repostero de Estrados y Mesa del rey Fernando I de Aragón”. Es decir, el encargado de custodiar los objetos personales del monarca.

Saltando al siglo XV, el noble Lope Hurtado de Salcedo ejerció como “contero de la reina Juana de Castilla, gentilhombre de cámara de su hijo Carlos I y embajador en Saboya y Portugal”, la saga de los Urrutia creció entre Balmaseda y América. El mercader y comerciante Juan, uno de sus miembros fundó la capilla del Santo Cristo, una de las joyas de la iglesia de San Severino. 

Los fundadores Al XVII se le denomina “siglo de los fundadores: tres de temática religiosa, uno en Balmaseda pero desde Panamá -el convento de las Clarisas, construido con la fortuna que amasó Juan de la Piedra Verastegui- y otros dos en Lima y Cuzco y un fundador y colonizador militar en Cuba”. También surgieron “varios teólogos, como Fernando Muñoz, profesor de Derecho Canónico en la Universidad italiana de Bolonia y un marqués de altos vuelos, el de Legada, retratado por el pintor Bartolomé Esteban Murillo”. Ostentaba este título nobiliario Antonio Hurtado de Saracho y Mendoza, secretario de estado del rey Felipe IV que “bien pudo contemplar los retratos de caza realizados por Velázquez” y encargar uno similar”. Severino de Manzaneda y Salinas de Zumalabe gobernó Cuba y fundó allí la ciudad y fortaleza de Matanzas. Sebastián de Antuñano y las Rivas creó en la capital de Perú la procesión del Señor de los Milagros de Lima, que aún goza de gran devoción. 

Correos y telégrafos

En el siglo XVIII “altos cargos y funcionarios civiles y militares en América” escalaron con mención especial a “un pionero de la técnica en el México independiente, Juan de la Granja al tejer la red de telégrafo, fundador del primer periódico en español en Estados Unidos así como cónsul general de México en Nueva York y un capitán general de importancia singular: José de Urrutia y las Casas, inmortalizado por Goya”, que, pese a que nació en el barrio zallarra de La Herrera, guardó un estrecho vínculo con Balmaseda, de donde fue designado alcalde honorario. 

Además, José Antonio de Areche fue ministro del Consejo de Indias y fiscal de la Audiencia de México. Melchor de Albín y Cañedo articuló y administró el sistema de Correos y Postas de Argentina. Ramón Gil de la Quadra y Rubio aunó facetas de “político liberal, ministro y diplomático, diputado por Madrid, prócer del reino, senador y científico” que firmó “obras técnicas excepcionales”. A caballo hacia el siguiente siglo, Martín de los Heros, además de escribir una historia de Balmaseda luchó como militar en la guerra de Independencia, dirigió la Biblioteca Nacional, integró la Academia de la Historia, presidió el Congreso y ejerció de ministro de la Gobernación entre otros cargos.  

La estatua de Martín Mendia se reubicó en la plaza de San Severino en 1999. Elixane Castresana

Por último, el XIX “ofreció un panorama magnífico de técnicos y políticos de nivel, como historiadores, diputados, financieros, arquitectos como Félix de la Torre -también editor, fotógrafo, concejal del Ayuntamiento de Madrid, miembro de la Asociación de la Prensa de Madrid y pionero del automovilismo deportivo a quien pintó su amigo Joaquín Sorolla- e ingenieros junto con industriales ferreros de estirpe familiar y algún artista pintor”. Enrique de Vedia y Goosens estuvo destinado en “Liverpool, cuya salud se resintió por el clima desapacible, y Jerusalén como cónsul de España”. Felipe Alonso de Celada no solo ostentó la Alcaldía de Balmaseda, sino también la de Bilbao

La época de los indianos que deshicieron sus viajes a América, donde triunfaron en los negocios, transformó Balmaseda gracias a las inversiones de estas familias en mejorar su lugar de nacimiento. Pío Bermejillo e Ibarra “legó 125.000 pesetas con el objeto de que se acometieran obras de beneficencia en su tierra natal, que se invirtieron en una escuela pública” en la plaza San Juan, hoy kultur etxea en la que precisamente presentó su libro Julia Gómez Prieto. Su hijo, Pío Bermejillo y Martínez Negrete, donó 70.000 pesetas. Marcos Arena Bermejillo, sobrino del primer Pío Bermejillo, contribuyó a establecer la fábrica Boinas La Encartada, que permaneció activa entre 1892 y 1992. A su cierre se acondicionó como museo que exhibe maquinaria original. 

El gran benefactor Martín Mendia se convirtió en “el gran benefactor: aportó la cantidad necesaria para adecuar el paseo que lleva su nombre en la margen derecha del río Kadagua, costeó la construcción de un edificio que albergara una escuela de comercio y academia de dibujo, diseño de su sobrino arquitecto y sacerdote Pedro Asúa Mendia -hoy día, las Escuelas Mendia-, adquirió unórgano de la casa Cavaillé Coll para la iglesia de San Severino, aparte de aportar una cantidad anual para el mantenimiento de la plaza de organista, contribuyó para la dotación de maestros y la adquisición de material escolar, así como obras de infraestructura, saneamiento, mejoras en el cementerio municipal, etc.”. En 1927 se inauguró la estatua en su honor sufragada por suscripción popular que, después de décadas frente al centro educativo que lleva su nombre, da la bienvenida a la plaza de San Severino desde las conmemoraciones del octavo centenario de la villa, allá por 1999.