la corrida de ayer

lGanadería Toros de Domingo Hernández, de dispares hechuras. Corrida noble en su mayoría, con calidad no acompañada de brío , salvo el segundo toro.

l El Juli, de gris crudo y negro. Estocada desprendia (silencio). Estocada baja (petició y ovación)

l Talavante, de paloma y oro. Gran estocada (dos orejas). Estocada (ovación)

l Tomás Rufo, de turquesa y oro. Estocada (ovación). Estocada desprendida (silencio)

bilbao

–Fue la suya la canción del verano – “un rayo de sol, oh, oh, oh”, pongamos por caso...– que alegró los corazones de Vista Alegre, ayer expectante con la llegada de los carteles de más altos vuelos. Como si le guiase los versos de Mark Twain – “explora, sueña, descubre. Busca el viento en tus velas” dijo el célebre escritor...– Alejandro Talavante desplegó su mano izquierda para torear como los ángeles por el pitón zurdo de Anzuelo, un toro de Domingo Hernández que dejó sobre el albero de Vista Alegre la huella de un toro grande, de un animal bravo que ya anunció su temple en el quite por verónicas de Tomás Rufo y que se vino arriba, al paraíso donde pastan los toros buenos, en el último tercio, donde Alejandro supo desentrañar sus misterios, meciéndole en la cuna de la bamba de su muleta, arrastrándole por el albero como si fuese la pareja que le guiaba en el vals. Pronto, muy pronto, florecieron en Vista Alegre los ¡olé! tras los naturales suaves y despaciosos, como las caricias de dos amantes fogosos. Solo hicieron falta dos tandas previas por la derecha para comprobar que era un toro de seda (el toro por ese pitón se iba un punto largo...) y para lanzarse hacia la tierra cambiada, hacia aquel pitón izquierdo que parecía labrado por un marfil de caro tallaje. Talavante hiló entonces un puñado de naturales que adornaba, con un bordado de hilo de oro, aquella embestida sedosas del toro y Vista Alegre se volcó en un arrebato continuo. Como quiera que el dios de la oportunidad apoyó tales escenas, Alejandro mató como el rayo al animal y las dos orejas sonaron alborotadas, como una de esas canciones del verano que alegran el mes de agosto por todo lo alto. En un festivo santiamén, el diestro ya había garantizado la apertura de la puerta grande en Vista Alegre, algo quizás exagerado. Pero en medio del desierto, ya saben, no hay agua que se desprecie. Siendo el segundo toro de la tarde, cualquiera diría que se anunciaba una tarde cargada de riquezas, como una de aquella caravanas del legendario Marco Polo.

Por delante, hay que decirlo, El Juli, vestido como si visitase al cadáver de un viejo amigo en el velatorio (ese gris rematado con cabos negros era color de mal agüero...), había tropezado con un santo varón. Aquel toro del arranque era noble, cómo negarlo, pero tenía escarcha en sus venas. Sin empuje ni transmisión alguna sus embestidas recordaban al pasemisí, pasemisá de los juegos infantiles. Así no se puede llegar a los tendidos.

Cruzado el ecuador de la tarde, y con Talavante ya en las orlas, El Juli salió a la caza y captura de la liebre ante la cara de Pecador, el cuarto de la tarde. Y de nuevo se encontró con un lenguaje en morse, tartamudesco si se puede decir así, en el último tercio al que llegaba con una brizna de esperanza. No en vano, el quite por verónicas había lucido con gusto. Al toro, también de nobles andares, se le iba apagando la fuerza a cada paso y la faena, con ese declive, fue poniéndose en el horizonte como el sol a media tarde. Vista Alegre ovacionó los recuerdos del primer compás de la faena pero ya se había enfriado, al igual que el diestro que no se volcó como acostumbra ante un toro de finas embestidas. El Juli pasó por la plaza, ya ven, como una sombra de lo que es. No por sus quehaceres, que un punto sí, sino por la blandura de los toros que le acompañaron.

Esperaba Bilbao a Tomás Rufo, uno de esa diestros jóvenes que han llegado con pólvora en la mano para hacer saltar por aires la santabárbara del escalafón. Por el portón de los sustos le salieron dos toros, tercero y sexto, que no metían un ápice de miedo. Fueron dos animales semejantes, pura nube de algodón en las barracas, y dio la impresión de que Tomás no esperaba eso en Bilbao. No en vano, el diestro se fue a por ellos con un rictus de arrebato y quedó en sus faenas la impresión de que habían apretado demasiado las tuercas de los dos toros livianos de Domingo Hernández.

Entre que la gloria de la puerta grande se había ganado de madrugada en la tarde y que luego todo quedó pastueño y pastoril, la salida a hombros tuvo un nosequé desapasionado. l

La corrida de hoy

l Ganadería. Toros de Victoriano del Río, uno de los hierros que más expectativas levantan en la temporada.

l El Juli. El ‘diestro de Bilbao’ afronta su segunda tarde con necesidad de justificarse.

l José Mari Manzanares. Vista Alegre aguarda la elegancia del diestro mediterraneo.

l Roca Rey. El número uno del escalafón taurino llega a Bilbao en plenitud de condiciones con ansias de salirse.