Sebastopol y Tepeyac conviven en Zalla. Las campañas de José de Urrutia y de las Casas, (1739-1803), el militar nacido en el municipio retratado por Goya, y los indianos que perseguían su fortuna en América unen en el callejero Crimea y Mexico. Una de las curiosidades que contiene el libro sobre toponimia editado por el Ayuntamiento. Sorteando los obstáculos que el confinamiento y las limitaciones de movilidad interpusieron en su trabajo, Goio Bañales y Mikel Gorrotxategi han buceado durante más de dos años en archivos para inventariar, clasificar y añadir el contexto histórico con formato de diccionario a cientos de términos que designan barrios, ermitas, montes, escuelas, casas, fiestas o tradiciones.
Gracias también a los vecinos “Javi Alonso, Aitor Acasuso, Josu Acasuso, Maribel Portillo, Xabier Ezkisabel y Bortedo”, el guarda forestal “Koldo Díez de Mena” y las concejalas “Rosana Martínez y Rakel Unzueta”, según repasa el alcalde, Juanra Urkijo, por aportar fotografías, conocimientos y horas en reuniones “que nos ayudan a entender quiénes somos”. Las entradas detalladas a lo largo de 527 páginas ensamblan la identidad local, “ese Zalla lejano que nosotros no hemos conocido con nexos en común que se han mantenido hasta hoy: el río, la madera o el txakoli”.
Los autores perciben que han dado forma “a nuestra herencia, un material que puede ser utilizado en colegios”, invita Goio Bañales, ya que se ha apostado por una edición “amena y amable que aúna anecdotario y sabiduría”. Él recabó información en “el archivo foral y el archivo de protocolo, pedí a Valladolid y Simancas, pero entonces nos interrumpió la pandemia” que impidió visitar el registro de la propiedad y una sección del archivo de protocolo. No obstante, el contenido del libro se publicará por Internet, de forma que pueda actualizarse.
Porque “los trabajos de toponimia no se terminan, se abandonan”, dice Mikel Gorrotxategi parafraseando a un compañero. De todas las palabras mencionadas, a su juicio, “cuatro reflejan perfectamente Zalla”, donde “no es del todo cierto que se perdiera el euskera”. La primera, Bagola: “significa el sel del haya”, una superficie que abarcaba desde Zipar, -es decir, lo que se conocen como el monte Ubieta- hasta Abellaneda. La segunda, Bolunburu: el área recreativa con un conjunto de casa torre, ermita y ferrería y, en lo alto, el castro de la Edad del Hierro. Su significado remite a los molinos. En este pulmón verde se halla el Corro de las brujas, un círculo de piedra que pretende transportar a las leyendas de akelarres. Junto con joyas como una exhaustiva descripción del Zalla de finales del siglo XVIII, el libro adjunta la reseña escrita más antigua con respecto a un proceso con la Inquisición, que salpicó a una vecina a mediados del XVI. Ella se llamaba Catalina de la Mailla, lo que conduce al tercer topónimo clave: La Mella o Mailla hasta aproximadamente 1650. “Derivado del euskera maila, escalón”, en esta perteneciente al Camino Real por donde circulaba un importante flujo comercial se levantan la capilla de San Antonio, que está siendo restaurada, y lo que queda del palacio de los Urrutia. En cuarto lugar, la denominación del monte Celadilla “Celada, esto es, emboscada”, da pistas sobre las escaramuzas que allí se han librado a lo largo de los siglos. Considerado “el punto más estratégico de Zalla, que domina Mena”, ya consta en referencias documentales “en 1598, por tanto, mucho antes de las guerras carlistas”.
¿Del nombre propio Sallius?
Por último, ¿de dónde procede el propio Zalla? Según la teoría de Goio Bañales y Mikel Gorrotxategi, se trataría de “un compuesto de nombre de persona desconocido y la desinencia de propiedad -ana, por lo que en origen se diría Zallana y evolucionó hasta la denominación actual”. Pero, “¿de qué nombre de persona surgió?” La Z “denota fonética vasca; al estudiar el río homónimo de Araba, Roberto González de Viñaspre propuso Sallius”.
Habría que diferenciar tres ubicaciones: “campo de Zalla, concejo de Zalla y torre de Zalla”. La torre, como en otras localidades, “asociada a la iglesia matriz” se situaba cerca del templo de San Miguel Arcángel. Cambió su nombre por “Ybarra y la demolieron en el siglo XX para edificar un chalé” construido por Crisanto Castaños que pasó a su cuñada, Mercedes Urresti, y compró después Emilio Lanzagorta. Fue él quien lo rebautizó como Tepeyac en 1946, en referencia al cerro de la capital “en el que se cuenta que la Virgen de Guadalupe se apareció a Juan Diego Cuauhtlatoatzin”. Lanzagorta nació en Zalla en 1897 y falleció en Ciudad de Mexico en 1965, “donde se había trasladado muy joven para dedicarse al comercio y la industria, al igual que muchos emigrantes”, en gran número llegados desde Enkarterri. Muy presente en la memoria de generaciones de zallarras, la casa fue derribada para erigir pisos que han heredado la denominación de Tepeyac, perpetuando así el vínculo mexicano.