- A las nuevas generaciones, dice Juan Enrique Elua, “no hay que dejarles paso porque ya vienen ellos, abren la puerta y tiran”. Partidario de darles “raíces y alas, tras haberles transmitido unos conocimientos y valores”, reniega del “paternalismo puro y duro”. “Si nos preguntan, tenemos que contestar y si no, no hay que insistir porque eso de Ay, si vierais lo que vivimos nosotros... no creo que sea aconsejable”, explica este bilbaino de 68 años, que trabajó de celador y técnico de rayos en el hospital de Basurto y es miembro de la Coordinadora de pensionistas de Bizkaia.

Con “la mochila del activismo” a sus espaldas, tras haber vivido en primera línea las reconversiones industriales, las personas mayores que se vienen manifestando los últimos años en defensa de “unas pensiones dignas” tienen mucho que enseñar. “Me parece fundamental que los jóvenes nos vean reivindicando algo que nos parece justo”, destaca y recuerda que el estado de bienestar no surgió de la nada. “Los que vienen por detrás se creen que esto ya estaba hecho de siempre y no. De hecho, se están perdiendo derechos. Por lo tanto, hay que estar muy encima para defenderlos, sobre todo, los colectivos. Lo público es el paraguas que tiene que cubrir a toda la sociedad: ámbito sanitario, educativo, servicios sociales, dependencia... Eso no se lo puedes dejar al mercado porque te pone precio y apaga y vámonos”, advierte enérgico. Además de este afán combativo en defensa del bien común, también le diría a la juventud que “la libertad y la responsabilidad” deben ir de la mano. “Está bien reclamar los derechos, pero también hay deberes”.

Entre montañas de libros, revistas, periódicos y papeles, Juan Enrique asegura que los de su generación no solo reclaman “que vuelva el Imserso y nos lleve de viaje”, sino que también se preocupan por “las políticas de empleo dirigidas a los jóvenes o el problema de la vivienda. La situación es compleja, pero son ellos lo que tienen que tirar”, insiste. Por lo que a él respecta, echa de menos “la vida social en los barrios y la relación de vecindad. Antes nos conocíamos, pedías sal a la vecina... Ahora eso no existe. Es un trajín, un hola escaso y punto. No hay más”.

- Ya se lo dice Begoña Larrucea a sus nietas veinteañeras, que “hay que cumplir las normas” y que “no puede hacer uno lo que le dé la gana”. Pero se refiere a las restricciones por la pandemia porque ella, a sus 77 años, hace lo que le place. “Voy al gimnasio, a la biblioteca a por libros porque me encanta la lectura, soy miembro del partido nacionalista y trabajo mucho en el batzoki... Sigo haciendo todo lo que puedo. A veces me duelen un poco las piernas, pero sigo para adelante”, asegura esta vecina de Bilbao, que de soltera trabajó en una farmacia. “Me casé y no seguí porque entonces no era lo que se llevaba”.

Viuda y madre de tres hijas, Begoña echa la vista atrás y no se ve reflejada en el espejo de su madre. “Me acuerdo de mi ama a mi edad y yo la veía más vieja. Ahora la gente vive más y está bastante más cuidada”, destaca. Y no solo eso, sino que las mujeres mayores interpretan el papel protagonista de sus vidas. “Hoy una mujer con 80 años va a un sitio, a otro, a una excursión, a un centro, a hacer cosas... Se las ve más jóvenes y con más actividad”, dice. Eso si la salud lo permite, porque “habrá gente que esté enferma y no pueda”. Si no hay historial médico que lo impida, el cambio, apunta, se nota hasta en el ropero. “Es una cosa más frívola, pero una mujer de 80 años es una persona joven incluso a la hora de vestir”, señala enfundada en una chaqueta vaquera y un pañuelo de vivos colores.

Como no todo iba a ser de color de rosa, Begoña reconoce que en las últimas décadas “ha empeorado el tú a tú, el contacto con la gente mayor”, que antes vivía con la familia. “Las madres estaban en las casas y los podían cuidar. En todas había un aitite o una amama. Ahora la gente joven igual tampoco puede y se las lleva a residencias. Se vive mucho más, pero hay más gente sola”, reflexiona y añade que “hay gente mayor que tiene mucho cariño y otros que están abandonados”.

Además de “experiencia” y “un modo de ver las cosas” fraguado durante toda una vida, las personas mayores también pueden ofrecer a las jóvenes, con quienes “se complementan”, algún consejo, como “ser buena persona y ser tú misma de joven y de mayor. Y si puedes, estar presente y ayudar a los demás”.

- Muchos cuentan los días que les quedan de trabajar, pero, una vez finiquitado el calendario, advierte José Luis Agirre, no todo es idílico. “A mí me han llegado a decir: Mi aita cuando se jubiló se encontraba hundido. Pensábamos que ya no iba a salir de la depresión hasta que encontró a unos amigos a los que les gustaba ir al monte, se enganchó y hoy está feliz”, cuenta este vecino de Bilbao, nacido en Bedia, que trabajó en un banco y como profesor universitario y ahora preside la asociación Secot Bizkaia, donde enseñan lo mismo a emprender un negocio que a reorientar la vida cuando termina la laboral. “La incertidumbre es tal que algunos hasta te plantean: Casi quiero continuar trabajando”.

Lejos de lo que pudiera parecer, la lista de todo lo que uno desea hacer cuando ya no tenga que fichar se agota antes de lo esperado. “Si has querido hacer viajes y no has podido por tiempo, los harás, pero llegará un momento en que digas: ¿Y ahora qué hago?”. La respuesta, apunta José Luis, no es “quedarse de brazos cruzados”, ni “en casa viendo la tele”, ni “salir a la calle a ver obras”. “Tienes que buscar un camino, hacer algo que te remunere de otra forma, con satisfacción”, aconseja. La oferta que proponen es de lo más variada: actividades de ocio, culturales, deportivas, de voluntariado... Y redundará no solo en su estado de ánimo, también en el de su entorno. “Nos verán más contentos, más colaboradores. Si no, se van a encontrar con planteamientos de: Yo no valgo, yo aquí no sé qué hacer. Lo único que hago es hacer unas compras, dar una vuelta o tomar unos chiquitos”.

Dispuesto a poner su conocimiento al servicio de los emprendedores, José Luis no quiere obstaculizar el paso de la savia nueva. “No debemos ser un tapón para las nuevas generaciones en ningún aspecto, pero les podemos aportar muchas cosas”, defiende. Por ejemplo, “la experiencia y el sentido común que se adquiere con los años, después de haberse dado alguna galleta en la actividad profesional”. Un bagaje que comparten para que otros no se den un batacazo abriendo un negocio. “Muchos vienen muy animosos e igual hay que decirles: No gastes recursos ni dinero allí porque te vas a arrepentir”.

- No está en la flor de la vida, pero lo parece, porque los pétalos estampan su mono verde, los cojines del sofá y amortiguan los caminos de espinas. “He tenido un carácter abierto y he hecho de todo. He trabajado en una tienda de electricidad, en la centralita de unos grandes almacenes, de comercial, cuidando a personas mayores... Un sinfín de cosas por agregar algo a la economía familiar”, relata Mª Paz Gutiérrez, que, a sus 82 años, ha perdido autonomía por culpa de la artrosis y de una caída. “El último trompazo que me di antes del confinamiento me terminó de rematar y he cogido un poquito de miedo. Ni sé el tiempo que llevo sin montar en el metro o en el autobús. Siempre he sido muy lanzada y he podido con todo, pero me he encogido por la salud”, reconoce sin perder la sonrisa esta alavesa afincada en Bilbao.

En el salón de su apartamento tutelado, en el barrio de San Ignacio, por donde Pepe pasea como gato por su casa, Mª Paz invita a las nuevas generaciones a “aprender de la experiencia” de los mayores y a empatizar porque algún día ocuparán su sillón. “De jóvenes nos creemos que vamos a ser diferentes, el no va más, pero todo el mundo pasamos por los mismos procesos. Aquí no se queda nadie, ni nadie es más que nadie. Se irán encontrando con muchos tropiezos”, les advierte desde su atalaya de octogenaria.

Como en todos los estratos de edad, las mujeres mayores también han ganado terreno en los últimos años “en todos los aspectos”. “Yo veo que la mujer ahora es muy independiente. Antes no se atrevía a salir a la calle ni a entrar a un bar sola. Yo siempre he sido bastante autónoma, no he tenido problemas y, prueba de ello, es que me puse a trabajar inmediatamente cuando hizo falta”, destaca.

Los dolores, dice, le han pegado un bocado a “la valentía que tenía”. También el temor a sufrir un traspié. “Me atrevía a hacer de todo y ahora pensar que me va a pasar algo me lo impide. Mi hermana está fastidiada. Solo quedamos las dos de los seis que éramos. Todas esas cosas se van acumulando y o pierdes la cabeza y no te acuerdas de nada, que es lo peor, o las estás dando vueltas. Lo malo es que tienes muchas horas para pensar”.