YER fue un lunes muy lunes. Eso de que todos los días son iguales, sean laborables o no, no funciona con los lunes. Sigue siendo el peor día de la semana. Al menos para mí. No conseguí separarme de la cama hasta las 10.00 de la mañana, pero por pereza absoluta. No tenía fuerzas para afrontar el décimo día de encierro.

La mañana se diluyó entre el desayuno, organizar un poco la casa, vestir a los enanos y jugar. Jugar, sobre todo, a fútbol. En el pasillo, en el salón, en todos sitios. Los críos llevan muy bien el aislamiento, pero quizás haya que estar más atento a los detalles. Porque no sé yo si es muy normal que Lur te esté martilleando a cada segundo: "Aita, ¿jugamos a pelota?". "Sí, cariño, pero déjame desayunar". "Vale. ¿Jugamos a pelota?". No sé si es que tiene unas ganas infinitas de jugar o si el encierro está creando ya comportamientos obsesivos. Menos mal que le ha dado por el Athletic, que si le da la neura por el Real Madrid aquí terminamos mal.

Cada día es más importante hacer un poco de vida social. Para ello organizamos videollamadas con las amigas de Malen. Ya empezamos a sospechar que esto va para largo (para muy largo) y la cría necesita ver a sus compañeras del cole. Esos cinco minutos en los que escenifican un diálogo de besugos delante de la pantalla les sirve para evadirse un poco, para escapar de las cuatro paredes y retomar una pizquita de lo que había en sus vidas antes de que las encerraran.

Por supuesto, también intentamos hacer esas mismas videollamadas con los aitites y amama, que están también encerrados en sus casas y echan muchísimo de menos a sus nietos. Si antes nos los malcriaban, no queremos pensar cómo harán cuando dentro de unas semanas vuelvan a verles en persona y a abrazarles.

Ayer pudimos estrenar un entretenimiento, una versión moderna de las carreras ciclistas con chapas de botellines. A Lur le pareció maravilloso jugar con los iturris en una alfombra que tiene dibujada una pequeña ciudad con sus carreteras y rotondas. Un magnífico plan que duró algo menos de quince minutos. "Aita, ¿jugamos a pelota?".

Y así matábamos el lunes, con pequeños trucos aprendidos durante la última semana. Por ejemplo, cuando más daban la lata los críos, mi mujer sacó bocadillos de Nocilla. Eso nos dio otro ratito de entretenimiento. Pero todo el lunes saltó por los aires cuando recibimos una llamada telefónica. Era un pariente cercano. Nos llamaba desde el hospital, a donde había llegado en ambulancia. Y el maldito lunes pasó a ser un lunes de mierda. Porque el confinamiento pasó en un segundo de ser una puñeta a ser una pesadilla. Fue inevitable resetear la cabeza y que creciesen en toda la familia preguntas y miedos que antes eran la pesadilla de otros. ¿Y ahora qué demonios hacemos? No puedes hacer nada.