VAYAMOS a las fuentes, a los manantiales donde todo nace. El gran ensanche de Bilbao comenzó a partir de 1876 en terrenos de Abando. Ya a lo largo del siglo XVIII, Abando era la anteiglesia con mayor población de Vizcaya -“351 fogueras” y “2.100 personas de comunión”, según relata la Historia General de Vizcaya, escrita en 1793 por Juan Ramón de Iturriza y Zabala-, una población que se diseminaba en caseríos dispersos dedicados a la agricultura y ganadería. Los únicos núcleos de población densa se encontraban en las proximidades de Bilbao La Vieja, el convento imperial de San Francisco y los astilleros situados al borde de la ría. Constaba de las barriadas de Bilbao la Vieja, Ibarra, Mena-Urizar-Larraskitu, Elejabarri, Olabeaga, Zorrotza e Ibaizabal. Llegado a 1890, la anexión a Bilbao se completó y de aquellos días llegan los jardines de Albia, un misterioso remanso de paz y sosiego aún hoy, en el trepidante siglo XXI. Como ven, el actual corazón de la ciudad se asienta en lo que fue tierra de Abando.
Paseemos por esos jardines y sus alrededores casi 130 años después. Están cargados con la pólvora de la belleza y la historia, que conviven en un espacio que para no poca ciudadanía es uno de los rincones más bellos y armónicos de Bilbao. Habrá que saber que la denominación de Albia que reciben estos jardines tiene su origen en una plazuela o meseta que estaba en lo alto de Larraskitu. Era un lugar repleto de hayas donde solía celebrarse los domingos una romería para los montañeros de Abando.
Dicho está que la fecha de construcción de los Jardines de Albia se remonta a 1890. Antes de sumergirse en su trepidante vida, venga ahora una descripción de esa tierra donde late el gran Bilbao. Los jardines, convendrán quienes lo conocen, tienen un aire fantasmagórico y romántico, con un punto de melancolía. La imponente masa vegetal y sus altísimos árboles, plátanos en su inmensa mayoría, alcanzan la altura de muchos de los bellos edificios residenciales del siglo XIX que circundan la plaza. De otra parte, su diseño romántico, de inspiración inglesa, le confiere un aire muy apacible y misterioso; con canteros repletos de flores y sus recias estatuas, entre las que destaca la del escritor Antonio Trueba realizada por Mariano Benlliure, cuyo pedestal es obra de Severiano Achúcarro. Nombres de muchos quilates. Un coqueto estanque cuya boca de fuente representa un ánfora que sostiene una mujer anónima de piedra; la presencia imponente de la iglesia de San Vicente, la estatua de la virgen Inmaculada... Todo ello tiene un carácter armónico y evocador que pasaporta a los domingos de romería.
En aquel 1890 en el que, a instancias de sus vecinos, el Ayuntamiento de Bilbao decretó la supresión del municipio de Abando y su agregación voluntaria a la Villa de Bilbao, era alcalde de Bilbao José María Linaza de la Hormaza y testigos de ese proceso fueron “los abandotarras Sabino Arana, fundador del PNV, cuya casa natal asoma a los propios jardines; y el pintor José Arrue”, entre otros.
Los jardines hoy palpitantes tienen una extensión de 6.000 metros cuadrados, divididos en dos partes: la mayor de 4.500 metros cuadrados (Jardines de Albia propiamente dichos) y la menor de 1.500 (plaza de San Vicente), separadas ambas por la calle Ibáñez de Bilbao. En la primera parte (la mayor), pueden contemplarse, en su parte más próxima al Palacio de Justicia, una estatua de Sabino Arana Goiri (1865-1903), fundador del PNV, inaugurada por el presidente de dicho partido, Xabier Arzalluz, el 30 de noviembre de 2003; más hacia el centro, un estanque presidido por la figura de una mujer con sus brazos en alto sosteniendo una ánfora por la que sale un chorro de agua, y junto a la Alameda de Mazarredo, la estatua del escritor vizcaino Antonio Trueba (1819-1889), que nació en Montellano (Galdames) y que también fue conocido como Antón el de los Cantares.
En la segunda parte (la menor), llamada plaza de San Vicente, se halla una imagen de la Virgen Inmaculada, del autor Agustín de la Herrán. La que vemos ahora es su segunda imagen, ya que la primera, inaugurada el 8 de diciembre de 1954, desató una gran polémica, porque la representación de la virgen marcaba sus senos. Eran otros tiempos en los que los salvaguardadores de la moral pusieron el grito en el cielo.
La talla de Trueba fue costeada con los fondos recaudados entre los vascos de América y de Bizkaia. Era el impulso del pueblo pujante. Ante su estatua, a Antonio se le rindió tributo en el Día del Escritor Vizcaino que se creó durante la primera Feria del Libro, celebrada en Bilbao entre mayo y junio de 1968.
Veamos los alrededores. Rodean estos jardines la iglesia de San Vicente Mártir y un poco más lejos, en la misma calle San Vicente, el Kafe Antzokia; en la calle Ibáñez de Bilbao, la sede central del PNV, en donde se encontraba la casa natal de Sabino de Arana y Goiri, su fundador; en la calle Pedro Ibarretxe se sitúa el nuevo Palacio de Justicia; el legendario edificio de La Equitativa, una manera elegante de integración del racionalismo arquitectónico en medio de ese oasis romántico, y en la esquina de las calles Colón de Larreategui y Berastegi, el célebre Café Iruña.
La literatura. ¿Cómo no evocarla si se echa un vistazo hacia el Café Iruña, a orillas de los jardines? El café fue fundado por el navarro Severo Unzúe Donamaría, precisamente el día de San Fermín del año 1903. Está distribuido en 300 metros cuadrados de planta, donde relucen sus azulejos y el total de su decoración neomudéjar. El arquitecto que lo decoró, Joaquín Rucoba, fue quien también decoró el Salón Árabe del Ayuntamiento. Fue punto de encuentro de prestigiosos poetas y escritores vascos entre los que puede citarse a Pío Baroja, Miguel de Unamuno o Indalecio Prieto, entre otros. No cuesta imaginarlos, verlos pasearse por los jardines o batirse en duelos intelectuales, tan propios de la época, sobre una de las mesas de carita de mármol del café.
El 15 de julio de 2010 el Ayuntamiento de Bilbao celebró el 120 aniversario de la anexión de Abando y colocó en estos Jardines, junto al nº 1 de la calle San Vicente y en el suelo, una placa conmemorativa de bronce. Tanto tiempo después y los jardines ahí relucen aún, con su esplendor intacto.