Bilbao - No es de presumir y le cuesta verse como ejemplo, pero la vida de Rafael Ledesma (Santurtzi, 1965) es un espejo en el que buscarse. “Me gustaría que mucha gente que está en el sofá dejara de lamentarse”, dice.

De vender cupones a presidir el Consejo Territorial de la ONCE...

-Han pasado ya unos cuantos años...

¿Lo recuerda?

-Entré con 18 años. Terminé los estudios -Maestría Industrial en el CIFP San Jorge de Santurtzi-, que los había abandonado porque me decía: “Para qué voy a seguir estudiando si no voy a ser mecánico”. Y empecé con 20 años a vender el cupón mientras preparaba unas oposiciones internas.

Vaya?

-Tenía los estudios frescos y con 21 años me fui a trabajar como director de una agencia pequeñita a Agra, en Almería, a mil kilómetros.

Jesús, María?

-Lo tuve que buscar en un mapa. Me fui solo de casa. En plan valiente. Soy muy echao palante. Aquella temporada en Agra fue la mili de la ONCE para mí. Aprendí a gestionar un grupo, aunque fuera pequeñito. Y al año y pico me vine para Vitoria. Luego estuve de director en Gipuzkoa, y luego otra vez Vitoria hasta ahora, que me han encomendado esta labor.

¿Y cómo la asume?

-Con mucha ilusión. Y muchos nervios. Me he emocionado un poco por todo lo vivido durante estos años. Piensas, ¿dónde más lejos puede llegar alguien que llegó roto a esta casa?, que hace milagros...

¿Hasta dónde?

-Aquí te acogen, te arropan y te enseñan que la vida no acaba. Que empieza una nueva vida. Que puedes hacer muchas cosas y que los límites los pone cada uno donde quiera.

¿Cuesta aprender a vivir otra vez?

-Te cuesta comenzar, pero una vez que has arrancado? En mi caso, algo que siempre me ha ayudado ha sido el deporte. Para mí es una forma de ver que puedes irte superando poco a poco. Competí en halterofilia a nivel mundial representando a la ONCE...

Eso me habían dicho, que es usted un deportista duro de pelar?

-[Sonríe] Después de esa etapa de competición también he hecho deporte salud. Y correr. Nunca había corrido en la vida. Empecé con 45 años y la gente me decía:¿Ahora te vas a poner a correr?”. Primero un kilómetro y poco a poco, como en la vida, al final acabas haciendo un maratón.

¿Y cuántos lleva a sus espaldas?

-Pues once maratones. Y hace un par de años hice la Zegama-Aizkorri. Y llevo Behobias consecutivas...

La vida es ir alcanzado metas?

-Y esto con lo que empezamos, pues es otro reto. La vida no para. En el momento en que pare es porque te has aburrido. Y yo nunca me he aburrido de vivir.

Es usted todo un ejemplo.

-Si a la gente le viene bien para salir de su zona de confort y de estar tirado en el sofá, pues soy un ejemplo. Me gustaría que mucha gente que está en el sofá dejara de lamentarse, de decir mi vida se ha acabado...

Pero es un ejemplo no solo para las personas con discapacidad?

-Para todos. Mucha gente se abandona a partir de cierta edad. La jubilación. Salen de ese corsé de los horarios y no saben qué hacer. La vida no acaba ahí. Tienes que seguir teniendo ilusión por algo. La vida es ilusión.

Nunca mejor dicho en la ONCE.

-Trabajamos con los retos, los sueños. Y que hay que cumplirlos. Si te comprometes, hay que cumplir.

Pues ahora es presidente?

-Por eso mismo me daba mucho miedo aceptar este nuevo reto. En los 32 años que llevo en la ONCE siempre he hecho algo distinto: gestionar la parte de ventas, de servicios sociales, atender a los afiliados, pero esto requiere algo más? Me apoyaré en los presidentes de consejo, en la experiencia. Me gusta escuchar.

¿Se quejan mucho los afiliados?

-Mucho no. Pero voy a reñir a más de uno porque se abandonan y dejan de venir por la ONCE. Hay que espabilar. O al menos intentarlo.

¿Qué hace más falta: solidaridad o realidad, que la gente se ponga en la piel de un discapacitado visual?

-La sociedad en general es muy solidaria, pero sí que es verdad que hace falta concienciar a la sociedad para no aparcar las bicis en las aceras, los patinetes? Eso se llama sensibilización. Y la sociedad cambia a base de sensibilización.

O sea que hay que aprender a base de golpes, por así decirlo?

-Por eso en nuestros actos solemos tapar los ojos a quienes vienen, para que vean de qué estamos hablando.