Bilbao - Ni un alma más cupo ayer en el templo bilbaino de San Nicolás. Durante toda la jornada miles de fieles y adictos a seguir las tradiciones inundaron la iglesia de El Arenal para cumplir con la secular bendición de los cordones de San Blas y mitigar los males de garganta.

Fue durante la mañana donde las aglomeraciones invadieron el recinto para acercarse a la capilla donde se encuentra una escultura del santo que se celebraba ayer. A pesar de organizar unos flujos para que los feligreses entraran por el acceso principal del templo y salieran por sus dos puertas laterales, muchos pícaros querían atajar por las salidas y en más de una ocasión saltaron chispas y una palabra más alta que otra entre los que se cruzaban.

En el perímetro del edificio religioso, dos docenas de puestos autorizados por el Ayuntamiento tras el correspondiente sorteo se encargaban de saciar las ansias de los más tradicionales, muchos respetando colas de más de 20 personas con cara de frío.

Había de todo. Tanto consumidores para comprar como productos para vender. Arkaitz, uno de los jóvenes que atendía un tenderete gestionado por su familia, reconocía a DEIA que “las ventas van bien aunque ahora que empieza a llover nos afectará”, auguraba pasado el mediodía. Pocos puestos había que se caracterizaran por ser originales. Todos vendía los cordones a 30 céntimos la unidad. “¡Cómo ha subido el precio desde que mi ama me lo compraba de pequeña!”, exclamaba Elena Intxaustegi, mientras intentaba abrir el paraguas ante los primeros goterones. A pesar del coste, Elena y su marido compraron varias tiras de colores “para los hijos y los nietos”. También cayó un paquete de rosquillas por cinco euros y una bolsita de caramelos de malvavisco por otros cuatro euros. En el mostrador quedó más oferta gastronómica de esa de la época invernal, de la que suma calorías sin pudor, como media docena de macarons por tres euros o unas tortas de San Blas por 2,50 euros.

Las tradiciones es lo que tienen, se vende lo de la toda la vida que en este caso además tiene el añadido de estar bendecido. Algunos de los vendedores destacaban con carteles esta necesaria cualidad de los cordones y el resto de los productos, otros no. El puesto de la familia de Arkaitz era uno de estos últimos pero aseguraba que “todo lo que vendemos lo está”.

Una tradición para heredar Quienes lo negaban explícitamente eran los voluntarios que ayudaban a la parroquia de San Nicolás a ofrecer cordones en tres puestos ubicados a la entrada principal y en el soportal izquierdo del templo. Ciri López era una de voluntarias más veteranas que daban las cintas trenzadas a cambio de la voluntad para actividades parroquiales. “Estos no están bendecidos para que así la gente entre en la iglesia y el sacerdote les dé su bendición”, relata Ciri mientras atiende la solicitud de varias personas la vez.

A pocos metros, Alazne García y Mara Quintela, dos de sus nietas, la miraban también con devoción. Con dos cordones jugando entre sus dedos, las peques esperaban junto a sus amas, Belén y Raquel Moreiro, y el marido de esta última, Luis Miguel García. Raquel destacó que “todos los años venimos, a pesar del tiempo que haga. Es bonito por la tradición y además las niñas la pueden heredar”. Su hermana Belén ya tenía colocado su cordón azul celeste con la intención de que “el santo cumpla y me alivie el problema de cuerdas que tengo en la garganta”. Su cuñado Luis Miguel era más escéptico con eso de las bondades de la secular costumbre “no sé si funcionará y más teniendo en cuenta la epidemia de gripe que estamos padeciendo y el mal tiempo que tenemos”.

Toda la familia, bilbaina de origen pero ahora residente en Mungia, estaba al abrigo del soportal, un refugio que cumplió su función durante la desapacible jornada marcada por el frío y la lluvia. Pero... es lo que toca. Es San Blas.