n O nació para el uso que le dio fama mundial (en Bilbao, ya saben, los renombres son de esa talla...), vamos, que no nació como recipiente para el vino. Esta utilidad, según cuentan la crónica txirene, se instauró a partir de una visita que la reina Victoria Eugenia, mujer de Alfonso XIII (“disen que viene reina visita Bilbora”, canta la bilbainada) realizó a Bilbao en 1929. Al parecer la ciudad decidió engalanar las calles con velas. A lo largo de todo el recorrido se colocaron candiles para iluminar el paso de la comitiva real. Y el vaso de culo gordo era el recipiente de sujeción elegido. Como quiera que quedó en la ciudad un excedente mayúsculo, el vaso de txikito se popularizó en bares y tabernas.

¿Lo conocen, verdad? Más de su mitad inferior está rellena de vidrio. El vino se deposita en la parte superior que tiene capacidad para 70 centilitros, aproximadamente, la misma que una copa de vino. El diámetro del vaso de txikito es de 60 mm. Así que para tomar 70 cl de vino, hay que levantar más de... ¡Quieto parado! Aun hoy se cruzan apuestas al respecto. ¿Más o menos de medio kilo? Dejémoslo en el aire para no deshacer el entuerto.

En la infancia de un puñadito de generaciones uno de los juegos era ese: mirar el mundo a través de un vaso de culo gordo. De todo esto y de muchas historias más se habló ayer en el atrio del edificio de La Bolsa, el palacio Yohn, durante la entrega de los Txikitos de Honor 2018, que ayer recayeron en manos del artista gráfico Tomás Ondarra y el cuerpo de bomberos de Bilbao (Santi Iglesias e Iñaki Arraiz fueron los emisarios para la ocasión...) que, “además de apagafuegos y de librar cruentas batallas con nidos de avispas asiáticas”, como adelantó Jon Aldeiturriaga, maestro de ceremonias de la entrega, participan en mil y un causas solidarias a las que apoyan con corazón txirene, desde el coro de Santa Águeda, con voces campanudas, a los incendiarios calendarios, pasando por las visitas a hospitales y otros apoyos más.

No hay corona de laurel ni diploma de papel para estos reconocimientos. Quédese el lector o la lectora con el detalle: no se les nombra txikiteros de honor, lo honorable es el vaso de txikito que se les entrega. Tomás contó sus peripecias para organizarse una senda de txikiteo en la lejana Buenos Aires (Argentina) y un puñadito de anécdotas mientras que los bomberos de Bilbao, con un universo más de andar por casa, agradecieron, con orgullo, el presente. El presidente de la Asociación de Comerciantes del Casco Viejo, Unai Aizpuru y la presidenta de la Peña Athletic del Casco Viejo, Inmaculada Legarreta, entregaron los honores antes de cruzar enfrente, a la misma peña Athletic, para el refrigerio.

La tradición tiene imán, de eso no hay duda. A su llamada acudieron, además de los ya citados, Julio Alegría, María Loizaga; el presidente de Unicef del País Vasco, Isidro Elezgarai, Jon Andoni Zarate; Álvaro Díaz de Lezana, Marino Montero; Piru Azua, Carmelo Sánchez Pando y José Batarrita, voces infatigables con las bilbainadas; Boni García, comendattore del café Lago; Izar Batarrita, Santi Larrea, de Kutxabank; Beatriz Marcos, Jon de Miguel, rey de Taberna Plaza Nueva, Nuria Fernández, Rosa Montoya, Marta Gómez, Yolanda Gómez, y la madre de Tomás Ondarra, María Jesús Galarza, Jujo Ortiz, Ángel Gago, Gontzal Azkoitia, Elena Marsal, Patxi Martín, del trofeo Güeñes Trophy; el txistulari Mikel Bilbao, junto a su hijo Patrick, Julio Piñeiro, Xabier Zaldunbide; Eduardo Saiz Lekue, media naranja de cerveza La Salve; José Luis Telleria, que fue bombero en sus tiempos mozos, Julia Diéguez, Julen Apraiz, del restaurante Areta Berri, Iñaki Aurtenetxe, Iratxe Madariaga, Jon Andoni Palacios, Maite Ibarretxe y un buen número de amigos de una tradición que sobrevive por encima de las tecnologías que nos rodean.