Miren Begoña Olasagasti echa la mirada al cielo cuando se le pregunta por su trabajo a cargo de su padre. “Hace mucho que ni me planteo ir de vacaciones...”, reconoce. Y se echa a reír si se le cuestiona por un café con amigas. Desde hace cuatro años atiende a su padre, de 91 y dependiente de grado 3, y a su tía, de 88. Antes que a ellos cuidó también durante diez años de su madre. Su caso es paradigmático de las casi 18.000 personas que hoy en día cuidan a sus familiares dependientes en su casa; sus reivindicaciones, casi un calco de las medidas que ha incluido la Diputación en el Estatuto de las Personas Cuidadoras. “Más que ayudas económicas, lo que pediríamos sería más apoyo en otro tipo de cosas, como que alguien se quedara al cargo un fin de semana al mes en casa”, reivindica.
Miren Begoña lleva cuidando a su padre, Eugenio, cuatro años. Antes de él, también se hizo cargo de su madre durante una década, hasta que falleció hace seis años. Ni se planteó solicitarles una plaza en una residencia. “No soy muy partidaria, prefiero que esté atendido en mi propia casa. Para una persona que ha estado entrando y saliendo toda su vida, me parece que es encerrarle y privarle de la poca autonomía que puede tener. Además se pierde en privacidad, se sufre al ver el sufrimiento de otras personas dependientes...”, reflexiona. Desde entonces, se dedica en cuerpo y alma a su padre, un trabajo, dice, de 24 horas al día. “La cabeza la tiene bien, es una dependencia física más que mental. Hay que ayudarle a vestirse, a comer... Un poco de todo”, relata. Estuvo trabajando a tiempo parcial hasta hace cuatro años. “Hubo un recorte en el trabajo y decidieron que yo era la persona que sobraba. Fue entonces cuando tomé la decisión de quedarme a tiempo completo con ellos”, admite. Tres veces a la semana, tiene el apoyo de otra persona durante unas horas por la mañana, que aprovecha “para salir a hacer recados y otras cosas que hacen falta”.
Aunque advierte de que el cuidado de su padre y su tía no es “agobiante, psicológicamente es una dependencia de 24 horas. Es un trabajo duro, vives casi para ellos”. En el caserío familiar vive también su marido; sus dos hijos hace ya tiempo que abandonaron el nido.
Más que una mayor cuantía económica de ayudas, Miren Begoña reivindica apoyos de otros tipo para los cuidadores. “Yo pediría una cotización para el futuro, que ahora lo tenemos que poner del bolsillo si queremos”, plantea. Por eso, aplaude la intención de la Diputación de implantar una EPSV. “Para el día de mañana es tiempo perdido; no consta en ningún sitio que hayas dedicado ese tiempo a trabajar, porque es un trabajo, y estás haciendo un papel importante para la sociedad”. También reclama apoyo psicológico y formación, a través de charlas o cursos. “Hay grupos de apoyo, a los que he acudido, pero tienes el inconveniente de que no tener a nadie con quien dejar al familiar para ir a esas reuniones”.
Afirma que, con todo, no se arrepiente de la decisión que ha tomado, aunque reconoce haber dejado “muchas cosas por el camino”. Por ejemplo, esas oposiciones de Osakidetza a las que siempre tuvo en mente presentarse. “El tiempo pasa para todos...”, reflexiona.