Míralo bien que enseguida desaparece
ABRA los ojos y fije la vista: mírelo bien que enseguida desaparece. Como si fuese la cara B de la ilusión de un mago o una tarta de cumpleaños a la salida de un colegio, una pompa de jabón o esos 100 euros que a uno le caen de repente, váyase a saber por qué. No es algo habitual en el mundo de la danza, donde los ensayos y las miles y miles de repeticiones logran que el cuerpo de baile de una compañía se memorice las sucesivas coreografías. Pero es bien conocido que desde que Calixto Bieito marca el destino del Teatro Arriaga, apenas quedan huecos para los habituales de la escena. Su programación es de rompe y rasga.
Les cuento esto porque ayer se estrenó en el Teatro Arriaga, minutos después de que se organizase una concentración de repulsa en la plaza del mismo nombre en protesta por el veredicto del juicio a los integrantes de La manada (lo que se oía, sotto voce, entre los y las presentes es tan justo como irreproducible si uno quiere tener la fiesta en paz con los tribunales...), la singular obra de Boris Charmatz titulada Musée de la danse. 10.000 gestes. ¿Singular por qué?, se preguntarán los no avisados. Porque la idea del coreógrafo francés llama la atención: es una coreografía en la que ni uno solo de los diez mil pasos se repite. Boris actúa con una intención: reflexionar sobre lo efímero de un gesto en esta pieza que se pudo ver ayer y se podrá ver hoy. Cada movimiento se desvanece al instante de ser ejecutado, produciendo una suerte de hipnosis visual en el espectador. Es un ahora lo ves, ahora no.
El Centro Coreográfico Nacional de Rennes y Bretaña fue rebautizado como Musée de la danse por el propio Boris. El trabajo que desarrolla estos días en escena inunda de preguntas a los espectadores: ¿Es un baile conjunto? ¿Una escultura? ¿Una instalación viva? ¿Una coreografía fantasmagórica? No hay quien se atreva a definir, ni siquiera los propios protagonistas, que van de Djino Alolo Sabin, hasta Salka Ardal Rosengren,pasando por Or Avishay, Régis Badel, Jessica Batut, Nadia Beugré, Alina Bilokon, Nuno Bizarro, Matthieu Burner, Dimitri Chamblas, Julie Cunningham, Olga Dukhovnaya, Sidonie Duret, Bryana Fritz, Alexis Hedouin, Kerem Gelebek, Rémy Héritier, Samuel Lefeuvre, Johanna-Elisa Lemke, Noé Pellencin, Maud Le Pladec, Mani Mungai, Jolie Ngemi, Marlène Saldana y Frank Willens.
¿Estamos preparados para algo así? No lo tengo claro. Tampoco los asistentes supongo, habida cuenta que el aforo fue limitado. Al espectáculo acudieron, entre otros, el dramaturgo David Barbero, Juan Carlos Irigoyen, amantes practicantes del mundo de la danza como Fabrice Charrier, Amélie-Anne Chaplain y Martina Hochmulth; Arantza Barrenetxea, Loli Murgoitia, Begoña Barrenetxea , Txaro Barrenetxea, José Ignacio Malaina, gerente del propio Teatro Arriaga; Arantza e Isabel Irunegi, Alberto Iturriaga; las jóvenes Nekane Aiarza, Eneritz Olaizola y Agurtzane Mendiguren, aficionadas acérrimas a la danza contemporánea; Bittor Uriarte, Joseba Zarate y algún que otro grupo espolvoreado por el patio de butacas.
Minutos antes de que todo comenzase, Cristina Alonso y José Luis García comentaban que van a cursar pronto alguno de esos paseos guiados que se anuncian a la entrada del teatro. Cuentan que Izaskun Ardanaz y José Manuel Sánchez son buenos sherpas,dicho sea para conocimiento de los interesados. Siguiendo con el recuento de ayer diremos que no faltaron a la cita Carmen Carrón, Iratxe Bengoetxea, Ángel Fuentes, Irene Manzaneque, Maite Iridin, María Jesús Sánchez, Inmaculada Iridin, Beatriz Salazar, Alazne Martin, Begoña Urrutia y otro puñadito de gente que no quitó ojo de la escena. Lo que ellos y ellas vieron no lo podrán ver jamás otras personas en el mundo entero. Y si le dan vueltas a esa idea comprenderán que ya en ese gesto se gana un paso.