PARÉCEME, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas”, dejó escrito Miguel de Cervantes con más verdad que un santo en su pluma. Tropecientos años después, las Aulas de la Experiencia funcionan como un reloj: invocan a los saberes mamados en el día a día para aprovechar ese conocimiento que te da el paso de la vida. Bizkaia fue el primer campus en el que la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) puso en marcha las Aulas de la Experiencia, una suerte de universidad para mayores de 55 años, allá en el curso 1999-2000 que les enriquece humana e intelectualmente. Estas aulas son un proyecto de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea llevado a cabo en estrecha colaboración con BBK, dos instituciones que participan de una idea central: extender la cultura universitaria a todos los vascos. En aquel gateo de los primeros pasos de primeros de siglo en el campus de Bizkaia se produjo la rehabilitación y cesión por veinticinco años del antiguo edificio del banco de España situado en el Casco Viejo bilbaino. Posteriormente la experiencia se extendió a los campus de Gipuzkoa y Araba.

Esa es la historia. La actualidad tuvo lugar ayer, cuando el salón Mitxelena, el gran auditorio de Bizkaia Aretoa, acogió el acto de entrega de los diplomas a la decimoquinta promoción de las Aulas de la Experiencia de Bizkaia celebrado en presencia de la conferenciante invitada, Izaskun Landaida, directora de Emakunde. La XV Promoción de Aulas de la Experiencia está compuesta de un total de 71 estudiantes (45 mujeres y 26 hombres). En el acto entre académico y sentimental participaron, de presencia y de palabra, Patxi Juaristi, vicerrector del Campus de Bizkaia de la UPV/EHU; Juan Mari Aburto, alcalde de Bilbao; Gorka Martínez Salcedo, director general de BBK y Alfonso Unceta, director de las Aulas de la Experiencia de Bizkaia.

El acto, vamos a decirlo ya, contó con las ilustraciones musicales del Coro de las Aulas de la Experiencia, dirigido por Oihana Reguela que interpretó las obras Txoria, txori (los versos de Joxean Artze en la sobrecogedora versión de Mikel Laboa; Cantares, interpretado por Joan Manuel Serrat con arreglos de Liliana Cangrano y el himno universitario por excelencia, Gaudeamus Igitur, que no sé si estuvo bien escogido para la ocasión. No por nada, si aún queda en mí alguna de las enseñanzas de latín del Padre Armentia en el colegio de Jesuitas de Indautxu, creo que la primera estrofa del himno puede traducirse por un algo así como “Alegrémonos pues,/mientras seamos jóvenes./Tras la divertida juventud,/tras la incómoda vejez,/nos recibirá la tierra.” ¿Tras la divertida juventud, tras la incómoda vejez? ¿De verdad que era adecuado cantar algo así para mayores de 55 años...? No sé yo.

La ceremonia fue emotiva, eso sí. Entre protagonistas y testigos por el salón Mitxelena pasaron, entre otros, Agustín Ramos, Araceli Gavín, Cipriano Carrasco, Evencio González, Cristina González, Siro Gutiérrez, Consuelo Calleja, Ana Cámara, Elena Huertas, Lourdes Cabezas, Ángela del Olmo, Jorge Landa, Ana Deusto, María Escudero, Iñigo Galdós, Salvador Landa, quien fuera presidente del Colegio Oficial de Odontólogos y Estomatólogos de Bizkaia; Álvaro y Cristina Cueto, Carmen Aguinaga, Fernando Rodríguez, María Ángeles García, María José Hernández, José Luis Benogetxea, Begoña Ibargüen, encargada de que el protocolo fluyese y no se envarase; Miguel Odriozola, María Jesús Alonso, Gonzalo Urrutikoetxea, Miren Celayeta, Idoia Martínez, Estíbaliz Uribe, Mari Carmen Ugarte y así toda una legión de hombres y mujeres que, por encima de la edad de cada cual, mantienen viva una inquietud: la de aprender a diario.