Bilbao - Han crecido jugando al escondite en las salas llenas de ataúdes que esperaban dueño y en la mesa se hablaba de la muerte con total naturalidad. Se dice que se ha sacado el duelo de los hogares, pero las funerarias familiares ejemplifican todo lo contrario y resisten frente a los cinco grandes grupos -Funeuskadi, Funetxea, Servisa, Albia y Bizkaia, distribuidos entre la capital, Ezkerraldea y Durangaldea- que engloban a casi la mitad de los veinte negocios pertenecientes a la Asociación de Empresas de Servicios Funerarios de Bizkaia, en muchos casos, con orígenes similares. Trece de la veintena que forman la cifra total no están implantadas en Bilbao.
En Bizkaia las cadenas que aspiran a expandirse “suelen dirigirse a las poblaciones de mayor tamaño”, asegura Francisco Uribelarrea, de Funeraria Bizkaia, que aglutina a Nuestra Señora de Begoña -Bilbao-, San José -Barakaldo- y Gamero -Santurtzi-. Sucedió con Funeuskadi, que presta atención en “Bilbao, Barakaldo, Sestao, Portugalete, Santurtzi, Leioa, Getxo, Basauri y Galdakao, y fuera de Bizkaia, Deba, y Eibar”, detalla su gerente, José Ángel Rojo. En total, “alrededor de cien empleados” trabajan en el conglomerado que integran desde 2007 las funeraria La Auxiliadora, surgida a mediados del siglo XIX, Funeraria Bilbaina y Funeraria Múgica. Además, el grupo acaba de adquirir la de Karran-tza, una institución histórica fundada a mediados del siglo XX.
Idéntica cifra, pero de tanatorios, gestiona en el Estado Funespaña, que se hizo con Sarria de Getxo, otra de las firmas emblemáticas y en Euskadi se llama Funetxea. “El sector tiende a concentrarse y nos planteamos crecer en otras comarcas”, adelanta Javier Fernández, delegado territorial de la zona norte de Funespaña.
El miedo a desaparecer bajo el paraguas de otras siglas “existe”, confiesa Koldo Uribe, al frente de la funeraria con la que comparte apellido, con base en Gernika. Sin embargo, “la gente confía en nosotros, mientras que los grupos grandes ofrecen un trato más frío”. “Para nosotros los fallecidos son familia”, añade José Ignacio Basaguren, cuya funeraria se enclava en Durango. En la funeraria Aranguren de Zalla “conocemos al 90% de las personas que entran por la puerta”, corrobora Begoña Aguirre, heredera de sus abuelos y padres. Vicente Larraz, nieto del fundador de la funeraria radicada en Laudio y alrededores, cree que en su zona “a los grupos de más volumen no les compensa meterse en los pueblos”.
Empezaron como carpinteros que elaboraban ataúdes para velar a los difuntos en habitaciones cubiertas con telas negras y acabaron ofreciendo espacios preparados para el triste momento de la despedida. Son los orígenes compartidos por el tatarabuelo de Koldo Uribe o el abuelo de Vicente Larraz. “Le pedían féretros y los fines de semana aprovechaba para hacer algunos más por si acaso”, relata el nieto de este último. Cuando amplió el negocio adquirió en una subasta “el primer vehículo hispano-suizo de la escolta de Alfonso XIII en el palacio de La Magdalena, de Santander, que se adaptó como coche fúnebre”. También suprimió las categorías de los funerales, que adjudicaban el número de sacerdotes oficiantes según el poder adquisitivo del finado.
Con sus sucesores todavía predominaba la costumbre de fallecer en casa o, si el enfermo estaba en el hospital, intentar el traslado antes de que fuera demasiado tarde. Casi todos recuerdan situaciones que podrían calificarse de cómicas en otras circunstancias. “Subir y bajar el féretro por las escaleras en bloques de pisos sin ascensor, cuestiones de higiene y conservación del cuerpo, como el calor...”, enumera el durangarra Ignacio Basaguren, que parecía predestinado para el trabajo. Entre sus antepasados hay dos enterradores. Él estudió cocina en Donostia y trabajó en hostelería, incluso abrió un restaurante. Un día, su tío le pidió que le echara una mano con un servicio de la funeraria. Debían desplazarse a Urkiola, donde habían muerto tres espectadores de un rally: un hombre y dos niños. “Así me estrené. Volvía de servir un banquete de comunión, no se me olvidará”, confiesa. Koldo Uribe cursó ingeniería y durante diez años ligó su trayectoria profesional a una compañía eléctrica. Un día su padre le preguntó si estaba por la labor de tomar las riendas. Se puso a prueba durante dos años “y aquí sigo”.
“Agradecen tu labor” La formación académica de Begoña Aguirre tampoco guardaba relación con el mundo en el que se movían sus padres, que representaban la segunda generación que se encargaba del negocio. ¿Por qué los más jóvenes eligen perpetuar la tradición familiar? “No estamos aquí porque lo veamos como una salida fácil ante un panorama laboral donde prima la precariedad. Una vez que entras, no sales”, asegura. “En pocos sitios agradecen tanto tu labor. Nos envían cartas, nos dicen que dentro de la tristeza lo hacemos agradable”, argumenta. Aunque se cubren con una coraza, ellos también son humanos. Koldo Uribe organizó el funeral de quien había sido compañero en la empresa. “Suicidios, niños, jóvenes... Ese tipo de fatalidades contra natura las llevo peor”, reconoce. A Vicente Larraz le costó asimilar las imágenes que presenció en el accidente en cadena en la A-8 en el que perdieron la vida 17 personas. A Mari Ascen García de Andoin le impactó en sus inicios acudir “al velatorio de una madre joven”. “Dije que se me habían olvidado unos papeles en la oficina, me metí en el coche y rompí a llorar”, relata. Las emociones y el ritmo de vida le pasaron factura, ya que “vivíamos en guardia”. Si ella salía de casa su suegra recogía las llamadas para transmitir recados. La familia se iba de vacaciones por turnos y “además de nuestro teléfono y el de la empresa, dejábamos el fijo de un bar porque si nos veían andando por la calle enseguida nos avisaban”.
Los móviles facilitan las comunicaciones y el paso del tiempo ha traído consigo más cambios en el sector: los funerales de cuerpo presente descienden y las incineraciones ganan terreno. “En Bizkaia se sitúan cerca del 60%”, apunta Javier Fernández, de Funetxea, que lo atribuye a la “falta espacio para inhumaciones y el precio; en Euskadi es de los más baratos del Estado”. Bizkaia dispone de 14 hornos, seis de ellos públicos, según los registros de la Asociación de Empresas de Servicios Funerarios del territorio. De cómo los precursores han sabido adaptarse a los nuevos tiempos habla Ignacio Basaguren. “La primera persona incinerada en el crematorio de Durango fue mi tío, que regentó la funeraria”, relata.