Karrantza - Cada día entra cuatro veces en Pozalagua por el mismo hueco que abrió en la peña de Ranero la detonación en la cantera aledaña un 28 de diciembre de 1957. “Era el día de los Inocentes y al principio la gente del barrio no se creía que hubieran descubierto esta maravilla”, recuerda Nati Trápaga. Creció en Karrantza escuchando las historias de los mayores en torno a un tesoro geológico que pisó por primera vez de niña y ahora enseña a los turistas.

Sesenta años ya desde que la cueva salió a la luz...

-Y se conserva joven como el primer día. En Karrantza conocemos lo que ocurrió por lo que nos contaban los aitites o bisabuelos: una de las explosiones rutinarias hizo un boquete en vez de sacar material de la pared. Supongo que cuando los mineros se asomaron no serían plenamente conscientes de lo que habían encontrado, porque apenas se veía. Además, mucha gente de la zona que acude de visita nos habla de cuando accedían de jóvenes con el vigilante que estaba aquí. Sabemos que existía un lago, pero el agua se fue filtrando y se perdió. Esperemos que, sin agentes externos que alteren las condiciones, la propia naturaleza vaya colocando ese sedimento y se recupere con el tiempo.

Tardaría miles o millones de años.

-Bueno, si la lluvia, nieve, granizo o hielo son generosos continuará esa aportación, porque la cueva sigue viva, sigue creciendo. Quitando algo de daño en la entrada ocasionado por la cantera, la disfrutamos tal cual se encontró.

¿También las famosas estalactitas excéntricas?

-Sí. A los niños les parecen gusanitos, los adultos me preguntan a ver dónde está la huerta de arriba, para ir a recoger los tomates (risas). Para ellos se asemejan a las raíces... Es un gran privilegio escuchar decir a gente que conoce muchos tipos de cavidades que nunca habían admirado este fenómeno en tal cantidad. Aunque hay excéntricas en otros sitios, no tantas como en Karrantza. Todo el mundo quiere verlas y saber por qué crecen hacia arriba.

Y, ¿por qué crecen hacia arriba?

-El mineral al cristalizar construye la curvatura en la roca y la capilaridad, es decir, la tendencia de la humedad a subir hacia arriba, hace que la punta desafíe la gravedad. Alucina que en un espacio tan pequeño como Pozalagua, que mide 125 metros de largo, 75 de ancho y veinte metros en las partes más altas, mires donde mires se aprecian coloridos y formas caprichosas, dependiendo de cómo precipite el mineral. A una de las columnas le llamamos El Órgano; a otra zona, El Sauce Llorón o La Medusa Gigante; a otra de las formaciones, los niños la han bautizado como Helados y los mayores creen observar magdalenas. La sala principal de Pozalagua recibe el nombre de Versalles por las formaciones que dan la impresión de ser lámparas que cuelgan del techo -en realidad se denominan coralinas- que contienen estalactitas excéntricas. Nosotras jugamos con la imaginación y la luz y, con el mismo recorrido, procuramos ofrecer visitas distintas en función del público.

Afirma que por Pozalagua han desfilado verdaderos expertos ¿Alguna vez ha pensado tierra, trágame, y nunca mejor dicho, ante preguntas puntillosas?

-Ocurre, pero el primer consejo que me dieron cuando empecé a trabajar fue que, ante todo, contestara con sinceridad. Es preferible reconocer que desconoces la respuesta, preguntar o buscar la solución que meternos en piscinas que no sabemos defender. Además, por regla general, la gente se porta con generosidad y se acerca al terminar para no dejarte en evidencia delante del resto.

¿Cómo recopilan la información?

-La cueva se acondicionó para las visitas a principios de los años 90. Las guías que comenzaron, como mi compañera Kontxi, elaboraron un guion que ha pasado de mano en mano preguntando a geólogos y espeleólogos y hablando con la gente del barrio. Los que hemos venido después lo modificamos con aportaciones nuevas que van saliendo. Cuando acuden los expertos aprovechamos para hablar con ellos o tiramos de teléfono. La cuestión es que los datos que transmitimos sean lo más ajustados posible.

Habrá ocurrido de todo en un entorno tan singular.

-Desde un grupo que quería entrar con paraguas a una cabra que se chocó contra un cristal porque se veía reflejada y pensaba que tenía otra enfrente. Aunque los animales se van acostumbrando a la gente, hay padres que no ven el peligro, las atraen con comida para sacar fotos. Y la semana pasada acompañé a una familia que al salir me confesó que habían venido por curiosidad desde Hervás, en Extremadura, el pueblo al que ganamos la final de Mejor Rincón Turístico de la Guía Repsol. Comentaron que les había gustado más Pozalagua que su judería. Cuatro años después, todavía notamos el efecto rebote del concurso.

¿Se acuerda de su primera vez en esta gruta?

-Desde luego. Me subieron mis padres a los 8 años y no se me olvidan la ilusión y la sensación de meterme dentro de la montaña. ¡Quién me iba a decir que se convertiría en mi oficina, para mí la oficina más bonita del mundo! Cada día reparo en algo nuevo. Me siento afortunada por haber saltado de un ordenador a este paisaje.

Guía de la cueva de Karrantza